Miles de luces invisiblemente radiantes

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Imagen satelital nocturna de Europa mostrando luces visibles desde el espacio.
Europa iluminada por la noche vista desde un satélite, símbolo de luces invisibles que iluminan el mundo.

Con frecuencia escuchamos conversaciones marcadas por el desaliento sobre lo mal que están las cosas: los jóvenes, las familias, la política, el mundo laboral, la fe… «Los enemigos avanzan —dicen— y los buenos no hacen nada»… Y uno casi se siente tentado a intervenir con ironía: «Es verdad: todos van a lo suyo…, menos yo, que voy a lo mío». Y es que al terminar la conversación, la vida de los contertulios no cambia un ápice. Otra cosa sería si se tradujera en una acción concreta: afrontar una situación injusta, defender los derechos vulnerados, en implicarse de verdad.

¿Por qué perder tiempo en quejas estériles? Mucho mejor es unirse a la ingente multitud que busca iluminar en silencio. Como dice el viejo proverbio «Un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece». La fotosíntesis no se oye, pero por ella la luz alimenta la vida. «El ruido no hace bien y el bien no hace ruido», recordaba san Francisco de Sales.

¡Cuántas vidas ofrecidas en silencio! Jóvenes, matrimonios, familias enteras, contemplativas que irradian fe día a día sin esperar reconocimiento. Misioneros que se gastan en lo escondido. Cristianos perseguidos que arriesgan la vida por asistir a misa… y aun así se sienten dichosos. Como los mártires de Abitinia (Túnez) en el siglo IV, nos siguen recordando que no podemos vivir sin el domingo, sin la eucaristía.

En lugar de maldecir las tinieblas, encendamos una luz. Y animemos a otros a hacer lo mismo. san Juan de la Cruz decía: «donde no hay amor, ponga amor y sacará amor». Tal vez hoy el principal obstáculo no sea la falta de buena voluntad, sino la desconfianza y la resistencia a asociarnos para hacer el bien. ¡Unámonos!

En la Vigilia de Pentecostés que celebramos en el Movimiento de Santa María volvimos a encender las velas, como en la Vigilia Pascual. Del cirio pascual se enciende una vela, esta prende otra; y esas, muchas más, hasta que la oscuridad se rinde a la luz multiplicada en progresión geométrica.

A veces una vela se apaga, pero las de alrededor se apresuran a devolverle la llama. Y es que la luz propagada tiene un efecto multiplicador. ¡Basta una chispa para que arda un cañaveral…! Jacques Maritain decía que los cristianos deberíamos ser estrellas invisiblemente radiantes en un mundo sin luz.

En tiempos de la persecución religiosa en España se hizo célebre una pintada: «la Iglesia que más ilumina es la que arde…». Démosle la vuelta: ardamos de amor, de fe, de entrega…, y entonces sí: la Iglesia arderá y el mundo se iluminará.


Fijemos los ojos en Santa María de la Visitación. Ella fue la primera en llevar a Jesús al mundo. Inició la revolución de la alegría, del encuentro, del servicio. Hizo realidad lo que cantó en el Magníficat: «La misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación». Y quiere seguir propagando hoy esa revolución del amor, a través de nosotros.

María, estrella de la mañana, precede al Sol de justicia, que es Jesucristo. Que también nosotros —llevando a Jesús, ardiendo por Él, con Él y en Él— seamos luces invisiblemente radiantes. ¿No es esto, acaso, un verdadero movimiento en la Iglesia?

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