Navidad es Epifanía

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Epifanía
Epifanía

La manifestación de Dios a los hombres en la Encarnación es un misterio lleno de misericordia. Constituye la médula del cristianismo. Por eso, la Iglesia en los primeros siglos daba singular relieve a la fiesta de las teofanías o revelaciones divinas en la Persona del Verbo. Estas teofanías se conmemoraban el 6 de enero. Recordaban la manifestación de la Divinidad de Cristo a los Magos, a los judíos en Su Bautismo, a los convidados a las bodas en Caná de Galilea.

Al pasar del Oriente a la Iglesia de Roma esta festividad de la teofanía, concreta su objetivo casi exclusivamente a la revelación del Salvador a los gentiles en la persona de los Magos. Así se explica que en la Misa sólo se aluda a esta manifestación. En cambio, en la antífona de laudes, la liturgia abarca la triple teofanía. Contempla la gracia que brota de Cristo arrastrando al mundo a la fe. Es el Esposo de la Iglesia, no limitada ya a Israel, sino extendida a todas las naciones. «Hoy al celestial Esposo se ha juntado la Iglesia».

Los Magos, primeros adoradores, por la fe se unen a Cristo. Nace la Iglesia. Irá creciendo cuando otros gentiles, nosotros, nos incorporemos también por la fe a ese Dios Niño. Aquí salta la alegría desbordante de Epifanía.

La incesante vida de la Iglesia arranca de la fuerza divina que manifiestan los diversos eventos que conmemora Epifanía: Bautismo de Cristo, adoración de los Magos, milagro de las bodas. Sí, «hoy al celestial Esposo se ha unido la Iglesia, porque en el Jordán lavó Cristo sus crímenes, corren los Magos con sus dones a celebrar bodas reales, y por el agua convertida en vino se alegran los convidados».

La idea central de Epifanía: Cristo lleno de Gracia y de Verdad aparece ante el mundo para salvarlo. La desenvuelve maravillosamente la liturgia. Utiliza en la Misa palabras de Isaías (Is 60). Perspectiva profética que abarca siglos, como cuando ves desde la planicie elevada una serie infinita de cordilleras. El profeta anuncia conjuntamente la liberación de Jerusalén por Ciro y la del mundo por Cristo. Con sublime fuerza poética engrandece la gloria de la nueva Jerusalén, la Iglesia. Está viendo surgir la nueva Familia creada por Cristo al nacer.

«Levántate -dice- llena de luz, Jerusalén, porque viene tu Luz, Cristo. La gloria del Señor brilla sobre ti». Ahora se entusiasma. Descubre el gran privilegio que Cristo otorga a Su Iglesia: moverse en la luz mientras en su derredor todo es oscuridad. «Levántate, porque las tinieblas cubren la tierra y envuelven los pueblos, pero sobre ti nace el Señor, y Su gloria te inunda en sus resplandores».

La alegría más grande de la nueva Jerusalén será ver iluminarse a su luz todas las naciones. «Caminarán los pueblos al resplandor de tu luz y los reyes a las claridades de tu alborada». Con dramatismo patético y emocionante, invita Isaías a la Iglesia a levantar su mirada para contemplar la muchedumbre inmensa que se agolpa ante sus muros. «Eleva tus ojos y mira a tu alrededor». Vendrán pueblos de Oriente y de Occidente. «Se apresuran, como riadas acudirán a la casa del Señor». Todo el mundo correrá hacia la Iglesia, nueva Jerusalén, para honrar al Señor como Rey y como Dios, ofreciéndole oro, incienso y mirra.

El vidente rasga la niebla, descubre a los Magos, pero otea tras ellos un horizonte sin límites. Es la multitud incontable que a través de los siglos Cristo-Iglesia congregará para bañarla en Su luz. Viene «volando como nube, como bandada de palomas que vuelan a su palomar, como naves cargadas de oro y plata…» Visión enternecedora que hace temblar de amor…

En la Roma imperial los emperadores viajaban gustosos de ciudad en ciudad. Estas apariciones del emperador se llamaban epifanía o parusía. Era el mayor acontecimiento para la ciudad. Meses antes de la visita imperial, se inician los preparativos. Se abren calles, surgen nuevos edificios, se levantan arcos de triunfo.

Epifanía del Señor es su aparición como Dios Salvador para nosotros. Es el anuncio triunfal de la Iglesia. «Mirad que llega el Señor del señorío», anuncia gozosa la antífona inicial. Nos indica desde el comienzo de la Misa, el significado profundo de esta misteriosa festividad. Y añade: «En Su mano está el reino, la potestad, el imperio» (Mal 3,1).

En el Evangelio del día, cerquita de la Virgen que nos espera junto al Niño, vamos a contemplar agradecidos nuestro llamamiento a la Vida Eterna. Se inicia con la vocación a la fe en Cristo. «En los Magos que adoran a Cristo -nos dice León Magno-, reconozcamos el comienzo de nuestra vocación para salvarnos… Hoy empezamos a entrar en la Eterna Herencia…»

Celebramos, con corazón dilatado por la alegría, el despuntar de nuestra bienaventuranza esperada. Desde hoy comenzamos a entrar en la Eterna Herencia del cielo. El llamamiento a la fe adorando a Cristo, contiene en germen la vocación a la gloria. La fe es la aurora de las misericordias de Dios con nosotros, como la semilla de la rosa es ya flor o el niño es adulto en embrión. Epifanía es la fiesta de la fe y del compromiso del bautizado coherente para ser misionero de esa fe.

Semblanzas, tomo I

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