Se acerca la Navidad. Como cada año el misterio de la Navidad, que pone de manifiesto el plan salvador de Dios para los hombres, nos sale al encuentro.
Nuestro Dios viene a nosotros, se encarna, se hace hombre. Es el misterio de la cercanía de Dios. Un misterio que nos sobrepasa y que nunca acabamos de entender en plenitud. Por eso la Iglesia, en la sabiduría milenaria que manifiesta la liturgia, ha dispuesto que lo celebremos todos los años, para que vayamos entrando en el misterio.
Este año, para preparar la Navidad, me gustaría comentar la escena de la meditación del nacimiento que presenta San Ignacio en los Ejercicios Espirituales. Es toda una lección de mística ignaciana.
San Ignacio introduce la escena con tres preámbulos. En el primero presenta la historia según el relato evangélico de Lucas que habla del viaje que tuvieron que hacer de Nazaret a Belén.
En el segundo preámbulo, el santo se recrea en la «composición viendo el lugar». Quiere que nuestra imaginación recorra el camino, junto con María y José, y se detenga después en la gruta de Belén.
Y el tercer preámbulo es la joya en la que nos vamos a detener. Es la oración de petición. En las meditaciones de los Ejercicios, la oración de petición concentra lo que es la síntesis de esa oración. Es el fruto que Ignacio ha recibido al hacer la meditación y que quiere que reciba todo ejercitante. La oración de petición es lo que le pedimos a Dios con insistencia, si es su voluntad, como fruto de esta contemplación.
«Demandar lo que quiero: será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga».
Conocimiento interno del Señor. La petición de Ignacio es lo que anhela su corazón y el nuestro en esta Navidad, y siempre. Conocer íntimamente al Señor. Porque San Ignacio sabe que si yo recibo la gracia del conocimiento lo demás es simple consecuencia: «para que más le ame y le siga».
Conocimiento interno de este misterio de Navidad y Encarnación. Pero un conocimiento que me alcanza personalmente: «que por mí se ha hecho hombre». Dios ha venido a salvarme, a mí personalmente. «Por mí».
La consecuencia de esto es el amor de seguimiento: «para que más le ame y le siga». Este debería ser cada año el fruto de la contemplación de la Navidad. Un acercamiento mayor al Señor, que se traduce en conocimiento íntimo y que tiene como consecuencia una vida de seguimiento amoroso del Señor.
Que la oración de petición de San Ignacio sea nuestra felicitación de Navidad en este año, para que de verdad se produzca lo que pedimos.
¡Feliz Navidad!