Si hay un fenómeno que puede caracterizar el final del siglo pasado y los inicios del XXI, este fenómeno sería internet. Los niños y jóvenes de la última generación ya no conciben el mundo sin internet. ¿Cómo era el mundo sin ordenadores, tablets, móviles, correo electrónico, Facebook, WhatsApp? Algunos lo hemos conocido, y no nos parece tan extraño, pero para otros es como hablar de un pasado antediluviano.
Internet es algo que está ahí. Por eso mismo será conveniente preguntarse cómo nos afecta esa presencia.
Me permito introducir un criterio hermenéutico, interpretativo o de discernimiento para encuadrar el discurso sobre internet y más en general sobre las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). El criterio de juicio va a ser el que da Ignacio de Loyola en la exposición del Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales: y las otras cosas sobre la faz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden (Ejercicios Espirituales, 23).
Sería muy pretencioso, para alguien que no es experto en las TIC, tratar de hacer un juicio crítico sobre su uso, sin hacerse acompañar de un buen guía. Para esta tarea he elegido a Giovanni Cucci, S.J., profesor de la Universidad Gregoriana y experto en estos temas. En el año 2015 publicó en italiano: Paradiso virtuale o infer.net? Rischi e opportunità della rivoluzione digitale. Vamos a seguir sus reflexiones. Estas nos pueden parecer un tanto alarmistas, pero conviene conocer los riesgos del mundo virtual que tenemos a nuestra disposición y que usamos día a día.
¿Es internet el invento del siglo XX?
Cucci expone algunos datos sobre internet: En diciembre de 2012 había 2.200 millones de usuarios de e-mail. En ese año se habían hecho 1,2 billones de búsquedas en Google. El número de e-mails enviados y recibidos al día fue de 144.000 millones. Al final de 2012 las páginas web creadas en el mundo eran 634 millones. En octubre de 2012 se hicieron un billón de visitas a Facebook. Sabemos también que en Youtube, en cada minuto se cargan unos 600 videos. Si quisiéramos volcar toda la información online de ese año 2012 en DVD necesitaríamos 168 millones de discos.
Pero internet está sobre todo unido a los móviles. Al final de 2012 había más de 1.000 millones de contratos de smartphones y 7.000 millones de móviles. Actualmente se calcula que la compañía Apple vende 39 iPhones por segundo en todo el mundo.
El desafío de lo nuevo
Internet ofrece enormes posibilidades en información, datos, velocidad de contacto, optimización del tiempo, pero basta pensar un poco y conocer la realidad, para saber que tiene también los riesgos que presenta el mundo real: soledad, pornografía, violencia, robos, virus… De todos modos, hay que establecer una distinción importante desde el inicio: el problema no está principalmente en el instrumento, sino en el uso que hacemos de él.
Internet se inicia en los años 60. Es en estos años cuando Umberto Eco escribió el famoso libro «Apocalípticos e integrados» con el que resumía dos posturas ante los medios de comunicación. Su análisis se puede transportar a lo que hoy ocurre con las posturas ante internet.
Figura representativa de los «apocalípticos» (aquellos que ven en internet una amenaza para el ser humano) sería Nicholas Carr.
En 2008 publicó el artículo ¿Está Google haciéndonos estúpidos? En él critica el efecto que está teniendo internet en el conocimiento. El principal argumento de Carr es que internet puede tener efectos perjudiciales en el pensamiento que dañan la capacidad de concentración y contemplación.
En 2010 publicó el libro ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Superficiales, donde desarrolla este argumento en profundidad.
Howard Rheingold sería el representante de los «integrados» (aquellos que ven internet como uno de los mayores logros de la humanidad). Fue quien acuñó el término comunidad virtual. Este autor se encuadra dentro de los teóricos optimistas, ya que ve en las comunidades virtuales un instrumento de afirmación de la democracia descentralizada.
Son posturas muy divergentes, pero ambos coinciden en una cosa: internet no es un simple instrumento, es un mundo, un universo paralelo, que puede ser una alternativa al mundo físico.
Las preguntas están servidas: La introducción de internet en nuestra vida ¿nos ha hecho más libres y creativos, o más dependientes y menos originales? ¿Potencia al ser humano, o nos perjudica de manera irremediable?
La dependencia del universo virtual
La dependencia es la necesidad que sentimos de una cosa hasta el punto de sentir que no podemos vivir sin ella.Hay dependencias sanas y malsanas. Una dependencia es sana cuando favorece el desarrollo personal. En cambio, la dependencia se hace enferma o patológica si impide el desarrollo de la persona, atrofia sus posibilidades y pone en grave riesgo su salud.
La dependencia se manifiesta en la búsqueda y repetición de un determinado comportamiento, y, desde el punto de vista psicológico, el sujeto está totalmente absorbido por el objeto de la propia dependencia.
Las consecuencias negativas que se derivan de esta situación repercuten sobre toda la vida de la persona, provocando una condición de sufrimiento general.
Dos datos son fundamentales para diagnosticar una dependencia patológica de internet: primero, la persona tiende a desatender las relaciones en la vida real y se empobrecen sus intereses; y segundo, usa el ordenador mayoritariamente para un tipo de modalidad online: chat, juegos de azar, videojuegos o páginas pornográficas.
Si entramos ya en el tema de la dependencia del mundo virtual, Cucci detecta en la comunidad médica oficial un cierto pudor o reparo a conceptualizar y tratar la dependencia ligada a internet. Mientras que muchos profesionales de la salud se muestran alarmados por la avalancha de casos de dependencia a internet que tienen que atender, hay una resistencia en los manuales médicos oficiales para dar publicidad al tema.
Pero la realidad es muy tozuda y desgraciadamente bastante dramática en estos casos: Cucci comenta el informe del Ambulatorio para las dependencias de internet del Policlínico Gemelli de Roma: En tres años, han recibido más de 550 personas. El 20% adultos y el 80% jóvenes. Los adultos presentan dependencias ya conocidas, al sexo y a los juegos de azar, simplemente ampliadas ahora por internet. En los jóvenes la situación es diferente. Tienen entre 11 y 23 años, y se caracterizan por huir del mundo real, prefiriendo vivir relaciones no corporales. La pantalla es para ellos como un escudo protector. En Japón han inventado un término para definirlos: los hikikomori (los que se aíslan).
En realidad, aunque se quiera esconder o minimizar, el problema es mundial, global. La alarma se ha despertado sobre todo por algunas noticias que se han producido, especialmente en Asia. Noticias que ya no lo son porque se hacen frecuentes y cotidianas:
«En el Nordeste de la China un hombre de 26 años con sobrepeso muere después de una sesión de juego ininterrumpida durante el periodo de vacaciones del Fin de año chino».
«En el Sur de China, un hombre de 30 años muere, después de haber jugado online ininterrumpidamente durante tres días».
La dependencia virtual presenta las mismas características de otras dependencias: es la búsqueda ansiosa de placer, y la persona tiene que recurrir a dosis siempre más altas. Y a peores resultados obtenidos más incremento de tiempo de búsqueda y de energías.
¿Paraíso digital o Infer.net?
Nicholas Carr hacía notar que lo que más le inquietó de la película de Kubrik, 2001: una odisea en el espacio, no era tanto el riesgo de que el ordenador pudiera sustituir al hombre, sino que los hombres, al acercarse al ordenador, terminaran por comportarse como máquinas: Nosotros empezamos a tratar la información como si fuesen bytes, todo es cuestión de velocidad de localización y de lectura de datos. Nosotros transferimos nuestra inteligencia a la máquina, y la máquina nos transfiere su modo de pensar.
Carr habla de este modo porque experimentó la dependencia de internet. Por eso la ha descrito de manera muy realista: Me di cuenta que internet ejercitaba sobre mí una influencia increíble. Mi cerebro tenía hambre. Pedía ser alimentado del modo en que internet lo alimentaba, y cuanto más lo alimentaba más hambre tenía. Incluso cuando estaba alejado del ordenador, deseaba controlar los emails, hacer clic en los links, buscar en Google. Quería estar conectado.
Pero esto no era lo peor, dice Carr, sino el empobrecimiento interior: la abundancia de datos a disposición influye negativamente en la atención, la reflexión y la concentración, en la capacidad de «digerir y asimilar» de modo personal.
Una de las ventajas de internet, que todos los usuarios agradecemos, es la accesibilidad. Pero desde la perspectiva de la dependencia esta ventaja se transforma es un riesgo permanente.
Es la historia del anillo de Giges, que cuenta Platón en La República: el anillo daba la invisibilidad a quien lo poseía y podía hacer lo que quería. Uno de los personajes de la República hace referencia a esta leyenda para ejemplificar su teoría de que todas las personas por naturaleza son injustas. Solo son justas por miedo al castigo de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos invisibles a la ley, como Giges con el anillo, seríamos injustos por naturaleza. Sócrates se opondrá a esta visión tan negativa de la persona.
Tolkien, en El señor de los anillos, hará una versión de este mito, sin llegar a la negatividad esencial de la naturaleza humana, pero advirtiendo de la capacidad seductora, casi irresistible, del poder.
El anillo está fácilmente a disposición de quien navega por internet. El mundo virtual permite al usuario, como a Frodo en El señor de los anillos, acceder a la invisibilidad, sin darse cuenta de que este poder lo va modificando hacia su peor versión. La invisibilidad lleva a un aumento de la sensación de omnipotencia y a una disminución de la conciencia de dónde se entra, de lo que se dice y de lo que se «sube» a la red. Casos de violencia, de acoso, de suicidios inducidos debido a la destrucción que la imagen realizada por medio de las redes sociales, son desgraciadamente una realidad no virtual que nos golpean día a día desde las noticias.
¿Es internet la causa de todos estos males? No. Pero estas situaciones se agravan y se difunden en sus efectos nocivos gracias a la difusión y distorsión que permiten las tecnologías informáticas.
No entro a analizar las propuestas que existen en EEUU, Canadá y Japón para sustituir las carencias afectivas por medio de máquinas-robots. David Levy, empresario de robótica, publicaba en 2007 su gran éxito comercial: Love and sex with robots. Y lo vendía así: los robots no traicionan, no defraudan, no envejecen, no son egoístas, y están siempre a disposición del usuario.
¿Cuál es uno de los problemas de fondo? Que se ha puesto como meta de la felicidad el «sentirse bien», que se ha erigido el «me gusta» como criterio de moralidad, de lo que es bueno. Pero sentirse bien no puede ser la medida de todas las cosas. Me puedo sentir bien por motivos totalmente equivocados.
Cómo usar internet sin hacernos esclavos
Pero seamos realistas: Ya no se puede prescindir de internet. Yo mismo no podría haber escrito este artículo sin la ayuda inapreciable de internet.
Nos toca asumirlo y gestionarlo bien, aprendiendo a protegerse y usar mejor estas nuevas, enormes y fascinantes posibilidades, conociendo los riesgos.
Volvamos al tema del riesgo de la dependencia de internet. El punto clave es el propio pensamiento, la manera en la que nos relacionamos con las cosas y con las personas. Pararnos y preguntarnos: ¿quiero hacer esto?
Ser conscientes implica la capacidad de pararse, y esto es fruto de ejercicio y entrenamiento; no es espontáneo ni automático, por eso requiere un esfuerzo, requiere voluntad.
La vida espiritual, la dimensión interior de la persona, sede de la libertad y de la voluntad, no tiene nada que ver con la dispersión y con la velocidad de datos. Es más, la dinámica de internet, de por sí, tiende a debilitar la dimensión interior de la persona.
Frente a esto, habituarse a desconectar, nos hace redescubrir multitud de posibilidades que ofrece nuestro riquísimo mundo interior.
La única verdadera alternativa es aprender a utilizar de modo crítico y consciente el mundo de internet, o caeremos en la dinámica del vicio, donde es la persona la que está al servicio de las cosas y no al revés.
Algunas pistas educativas frente a la dependencia de internet
1.- Ser consciente de las distracciones y afrontarlas
E-mails, páginas web, películas, periódicos, redes sociales, juegos, son fuentes de distracción posibles y muy potentes.
Se piensa erróneamente que es bueno, de vez en cuando, concederse una breve y merecida pausa en lo que estoy haciendo, y nos enganchamos a las distracciones del mundo virtual. Tengamos claro que no es un descanso ni una distracción: es una trampa.
2.- Estar atentos al síndrome del «multitasking»
«Multitasking»: ser capaz de desarrollar varias tareas a la vez. Este es un síntoma que manifiesta la infección de la dinámica de la máquina en nuestra vida.
El problema es que este hacer varias cosas a la vez, que se estimula por el uso de las TIC, nos lleva al agotamiento y al estrés. Y esta situación debilita la voluntad y nos hace presas fáciles para la dependencia. ¿Cómo abordarlo? Primero, ser conscientes de esta tendencia y de su perjuicio; segundo, contradecirlo siempre que se presenta como una opción.
3.- Cuándo desconectar
Conocerse a uno mismo significa saber cuándo es el momento de hacer un parón. Debemos estar muy atentos con el exceso en el trabajo. La ansiedad que provoca el trabajo excesivo, conlleva psicológicamente un deseo de compensación, de regalarse para satisfacer el desgaste. El cansancio excesivo anula todas nuestras barreras, y los vicios entran a placer.
Navegar por internet nunca debe ser el premio o el escape a una jornada de trabajo. Porque no estamos desconectando, que es lo esencial para el descanso y para recargar las baterías.
4.- Qué hacer para combatir la dependencia
Lo primero es ser consciente de ello. Un test sencillo: ¿Puedes vivir sin el móvil? ¿Lo apagas de noche?
En segundo lugar, comentarlo y pedir ayuda. No hay nada peor que pensarse autosuficiente, y que se tiene el control de la situación.
En tercer lugar, debemos reapropiarnos del poder de la decisión, buscando romper con los automatismos. Cada vez que te vayas a conectar plantéate una serie de preguntas: ¿qué gano consultando internet? ¿Cómo me he sentido antes y después de la consulta? ¿Siento resistencia a este poner límites a mi conexión?
En cuarto lugar, controlar el tiempo que dedico cada día a navegar por internet.
En quinto lugar, campaña de «inter-less» y «móvil-less» nocturna: desconectar a determinadas horas. Es una medida eficaz pero costosísima. Da muchos beneficios porque puede uno descubrir cosas tan maravillosas como la lectura, la convivencia y la dedicación a la propia familia…
En realidad, la solución más eficaz frente a la mayoría de las dependencias es la abstinencia. La abstinencia mejora nuestra vida, la creatividad, la salud, el sueño, el ánimo, la capacidad de relación.
En el caso de la dependencia a internet, sea de la modalidad que sea, la libertad significa saber desconectar a tiempo y volver a coger las riendas de la propia vida. En el fondo, volver a la máxima de Ignacio de Loyola: De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden.