Por P. Juan Ignacio Rodríguez Trillo
El Papa al que los señores Cardenales fueron a buscar casi al fin del mundo, ha cogido con decisión la barca de la Iglesia en el año de la fe y con sus gestos y palabras, nos va guiando hacia una fe confesada y anunciada sin miedos ni complejos.
Del conjunto de sus homilías, mensajes y catequesis entresaco algunas líneas directrices, entre las que nunca falta el humor, como en la carta que escribe a los obispos de Argentina reunidos en Asamblea a quienes dice “Van estas líneas de saludo y también para excusarme por no poder asistir debido a «compromisos asumidos hace poco» (¿suena bien?)”.
– El primado de la oración, al que exhorta de manera recurrente y convencida desde el día de su elección: “Les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero”
– La misericordia de Dios de la que siempre habla apasionadamente y desde la experiencia personal: “dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor”.
– Siempre unidos a Jesucristo. Esto no puede pasar desapercibido pues es el centro de su mensaje, sin duda porque es el centro de su vida. Así les dijo a los jóvenes el día de su confirmación: “No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza.
– Y en esta unidad con Cristo destaca la referencia a la Cruz. “Cuando caminamos, edificamos y confesamos sin la cruz nos somos discípulos del Señor. Cuando caminamos sin la Cruz somos mundanos. Podemos ser cardenales obispos, sacerdotes, pero no somos discípulos”.
– Salir a la periferia, el mensaje más repetido: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar».
– Y todo ello desde María. Toda la existencia de María es un canto a la vida … es la mamá que nos concede la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, haciéndonos libres para tomar decisiones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a dar siempre frutos de bondad, de alegría, a no perder nunca la esperanza, a dar vida a los otros.