Reclama la presencia del Autor

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Naturaleza
Naturaleza

El Evangelio y la naturaleza: dos libros para tu alma. Pero también dos escuelas de silencio y, por tanto, de reflexión y de amor que brota de la soledad.

Somos viajeros en busca de una patria. Tenemos que alzar los ojos para reconocer el camino señalando la cumbre. «Me impresioné la primera noche. Nunca había experimentado este encuentro con la naturaleza (me escribía una joven contando emociones de su primer campamento). Nunca había sentido este encuentro tan en crudo, tan a lo vivo. Es el encuentro con tu nada. Saboreas toda tu impotencia y la deuda de amor con Él. Contemplas los atardeceres, tanta grandeza y orden en la naturaleza, que tú desapareces sin darte cuenta. Pero en medio de tantas miserias, eres feliz al sentirte hija predilecta de Dios Padre».

Amanece, ves la salida del sol y dices con Miguel Ángel, «no es más que la sombra de Dios». Miras las flores, observas los insectos y te elevas a Dios sin pensarlo. Te das cuenta de que el mundo está gobernado por una inteligencia infinita. Te sucede lo que al P. Fabre: cuanto más lo observas y lo ves, más descubres al Creador irradiando tras el misterio de las cosas. Buffon nos dice que conforme iba penetrando más en el seno de la naturaleza, sentía más profundo respeto y amor hacia Dios. Es que todo lo bello, aun sin saberlo, es bueno. Las rosas han hecho más personas honradas que las leyes. Las noches misteriosas de Gredos ¡han abierto los ojos a tantos en las acampadas de verano! «Concibo que se pueda ser ateo mirando a la tierra; pero no acabo de entender que se puedan alzar en la noche los ojos hacia el cielo y decir que no existe Dios» (A. Lincoln).

Al hacerte reflexivo en el majestuoso e impresionante silencio de la naturaleza, palpas la verdad de aquella apreciación de san Bernardo: hay más sabiduría en la naturaleza que en los libros. En una de sus cartas dice a un amigo que después de leer y estudiar la Escritura «encontrarás en los bosques algo más nuevo y más profundo que en los libros. Árboles y rocas te enseñarán». Es que el Dios de la revelación es el mismo que el de la naturaleza. ¿Quieres conocer a Dios? Mira en tu derredor. Montañas, cascadas, bosques, mares, mesetas. Le verás jugando en los niños y sonriendo en las flores.

El que ama su alma es el único capaz de sentir y amar profundamente la naturaleza. Sólo se compenetra con ella el corazón puro. Marchas y acampadas montañeras te invitan a hacer tuyas las hermosuras del mundo. Diseminadas, te circundan llenándote de admiración. Hazlas subir en humilde homenaje de gratitud hacia tu Dios. Ganarás puntos en reflexión, mientras tu corazón dilatado por el amor, se hace fuerte y constante para la lucha.

No imites a los que sólo tienen ojos para ver. Se parecen a esos espectadores de teatro que cuando termina la representación se contentan con aplaudir a los actores.Tú, cuando te extasíes ante la naturaleza, reclama siempre la presencia del Autor. Aplaude su obra, pues incluso las cosas más humildes y sencillas tienen algo que decirte del Creador. Son migajas de su mesa. Polvillos de oro desprendidos al sacudir Dios el manto amoroso de su omnipotencia creadora. Son «guiños, parpadeos de Dios» (S. Agustín).

El ovillo de Ariadna

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