Cristianar las realidades temporales impregnándolas de Evangelio. Este era el ideal que el P. Morales quiso sembrar entre los laicos. Cristianar todos los ámbitos de la realidad.
Uno de esos ámbitos es la ecología, la relación del hombre con la creación.
La ecología etimológicamente tiene que ver con la casa familiar, el hábitat, la tierra. Mira a las interrelaciones de los seres vivientes entre sí y con su ambiente. Desde una perspectiva ecológica, ser es ser-en-relación. Esto es verdadero no sólo para nosotros los hombres, sino para todo lo que conlleva el misterio de la existencia. La ecología habla también de la unicidad, autonomía y derechos de cada entidad. Todo lo que existe, existe dentro del tejido sagrado de la vida, dentro de la comunidad terrestre. Como hombres estamos llamados a respetar esta unicidad, llamados a vivir creativa y responsablemente dentro de esta comunidad.
El problema ecológico o medioambiental es grave: La explotación desaprensiva de los recursos naturales del medioambiente degrada la calidad de la vida, destruye culturas y hunde a los pobres en la miseria.
El peligro de la degradación ambiental exige un cambio profundo en el estilo de vida típico de la moderna sociedad de consumo, especialmente en los países más ricos. En el fondo es también una cuestión de justicia social porque los grupos más afectados por esta degradación del ambiente son los pobres y los marginados. El debate contemporáneo entre Desarrollo y Ecología se plantea con frecuencia en términos de oposición entre los deseos del Primer Mundo y las necesidades del Tercero.
La amenaza que pesa sobre el medio ambiente es en realidad una amenaza a la existencia de la vida y es una amenaza para el mismo hombre.
Los planteamientos políticos, estratégicos y educativos no serán suficientes sin un cambio profundo del corazón del hombre y de su concepción sobre la naturaleza.
El cambio pasa por añadir al uso de los medios y recursos el concepto del cuidado. Y sobre todo por instaurar en la propia escala de valores el valor del respeto al medio ambiente y la actitud de benevolencia. La actitud de prestar ayuda a lo real para que llegue a ser en su plenitud, acompañar a las cosas para que puedan cumplir su finalidad propia. Lo propio de la benevolencia es respetar y reconocer el valor de lo real en sí mismo y no sólo para nosotros. Las cosas no son valiosas sólo porque me sirven a mí mismo, sino que tienen un valor en sí.
La Carta Encíclica «Caritas in veritate» de Benedicto XVI ha hablado con profundidad de estos temas que nos preocupan. Merece la pena que volvamos a leerla por la profundidad de su mensaje. De momento, para ir abriendo boca, y para terminar estas reflexiones me limito a copiar un fragmento del Capítulo Cuarto (Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente). Un fragmento que es todo un tratado de la verdadera ecología cristiana:
«48. El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades -materiales e inmateriales- respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios.
La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (cf. Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada a encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (cf. Ef 1,9-10; Col 1,19-20)”.