Rezar desde las entrañas

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Rezar desde las entrañas
Rezar desde las entrañas

—Si quieres que venga todo el pueblo, —me comentaba el sacerdote de una localidad burgalesa— lo que tenemos que hacer es sacar a la Virgen y rezar por el campo.

Así lo hicimos en aquella misión popular que organizamos los militantes de Santa María. Y ocurrió tal como auguraba aquel buen sacerdote. Las calles del pueblo se llenaron de cantos y alabanzas a la Madre de Dios para pedir por las cosechas, que aquel año andaban faltas de agua.

La religiosidad popular es un rezo desde las entrañas del pueblo que el P. Morales nos enseñó a los militantes a saber apreciar y, que él mismo, supo impulsar. Quizás aquellas misiones populares realizadas por jóvenes —las famosas trincas, como las llamábamos— fueron para mí las primeras actividades apostólicas en las que me encontraba con esa religiosidad popular, y veía que era un cauce excepcional para el encuentro de la gente con Dios.

El rosario con la imagen de devoción del pueblo, las costumbres de cada lugar, los cantos tradicionales, te hacían descubrir una fe a la vez sencilla y profunda. Y empezabas a entender que la fe se encarna en un pueblo, en unas gentes, en unas costumbres. Y que, si quieres conectar con ese pueblo y esa fe, ha de ser teniendo en cuenta sus raíces, ya sea en la Semana Santa zamorana, el Señor de los milagros en Lima o la Virgen de Guadalupe en México.

El P. Morales lo sabía bien y, desde esas claves, nos alentó a trabajar.

Quizás la manifestación más emblemática en este sentido hayan sido los rosarios de la aurora que los cruzados y militantes impulsamos en las distintas provincias en las que nos hallamos presentes, especialmente en el mes de mayo: Logroño, Zamora, Burgos, Móstoles, Valladolid… Todas nuestras ciudades se convierten en un canto y alabanza a la Virgen en la madrugada del día trece de mayo, o de otra fecha de este mes que el pueblo cristiano ha dedicado a la devoción a María. ¡Cómo no recordar aquel trece de mayo de 1981 en el que el P. Morales predicaba en Burgos, en la eucaristía del Rosario de la aurora, el mismo día que una bala hería a san Juan Pablo II y clamaba «tenemos un Papa mártir»!

Las calles de nuestras modernas ciudades se ven cortadas por una auténtica manifestación de corazones que aman a la Virgen. Encontrarse de madrugada con miles de personas, unas anónimas y otras conocidas, llena el corazón de una emoción difícil de explicar y trasforma nuestra ciudad. Sí, es una forma más de hacer visible, pública y actuante nuestra fe en la sociedad. Una ciudad en cuyas calles se ha rezado, en las que se ha bendecido a la Virgen, se ha adorado al Santísimo Sacramento, queda de alguna forma transformada.

El P. Morales tuvo el olfato de reconocer el amor que nacía de las entrañas de la gente. Amor que, en España, está ligado en gran medida a la Virgen, y de una manera muy especial en su advocación de Inmaculada. Y supo impulsar esa tradición centenaria de defensa de su Inmaculada Concepción que movió a reyes, ciudades y universidades, y llevarlo al Madrid del siglo XX y proponerlo a bancos, empresas y estudiantes. Un mismo amor, unas mismas raíces, un mismo pueblo… pero actualizado, poniendo en juego la vida y la fe de quienes vivían esa tradición.

Por ello los militantes, generación tras generación, se han volcado llevando a la Virgen a los escaparates de las tiendas, a las estaciones de metro o de bus, a los programas de radio y televisión. Pero sobre todo a cada amigo y compañero en invitación personal. La fe no era para vivirla en privado y de forma intimista, sino para que trasformara toda la vida y llevarla a los demás. Una fe popular sí, pero una fe viva y activa.

Por eso ponerse en peregrinación a Santiago de Compostela o al castillo de Javier es para los militantes mucho más que hacer deporte o recorrer una ruta cultural. Es un auténtico camino de conversión, de encuentro con uno mismo, de acercamiento a Dios. Y han de ir siempre unidos a la oración y a la vivencia de los sacramentos, especialmente el de la reconciliación.

Cada año miles de navarros, a los que se unen militantes de toda España, recorren el camino entre Sangüesa y Javier rezando el vía crucis, y se emocionan cuando la riada humana echa a andar y sube el puertecillo para encaminarse hacia el castillo donde nació el santo navarro, misionero de todo oriente. Allí, en el punto culmen del camino, recuerdo cómo me estremecía al escuchar todas las advocaciones de la Virgen en los distintos pueblos de Navarra, «Muskilda, de Roncesvalles; Real, de la Catedral de Pamplona; del Yugo, en la Rivera…». María, siempre María. La Virgen del pueblo que camina con nosotros.

Y santuarios… donde Dios y su pueblo han tenido ese encuentro privilegiado.

¿Qué mejor lugar para orar y convivir, para celebrar unas Jornadas de Semana Santa, para experimentar la gracia de Dios en unos ejercicios espirituales que estos «cachitos de cielo»? Lourdes, Fátima, Covadonga, Loyola, Javier… han marcado el rumbo, meta y camino de la vida de la Cruzada-Milicia. Y de cada uno de los militantes que hemos sentido un impulso a una fe más comprometida en cada uno de esos lugares que han pasado a formar parte de nuestra propia geografía espiritual.

La fe hecha tradición, convertida en cultura, vivida con radicalidad, es también para los jóvenes un lugar de encuentro hoy con Dios.

Me lo comentaba un grupo de jóvenes alumnos de institutos del sur de Madrid con lágrimas en los ojos al finalizar un viaje a Lourdes.

—Este lugar tiene algo especial. No lo podré olvidar.

Lo sabían bien el P. Morales, aquel sacerdote del pueblecito burgalés y cualquiera que esté en contacto con el corazón de las personas. La Virgen toca lo más profundo de las raíces del pueblo, y de cada gente de ese pueblo.

También de nuestros jóvenes.

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