Tecnología al servicio del amor

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Tecnología, placa base.
Tecnología, placa base.

Por Carlos Rosety, director de Tecnología en Liight

En los últimos meses, la inteligencia artificial ha estado presente con mayor frecuencia en las conversaciones cotidianas, ya sea en reuniones familiares de los domingos, descansos en el trabajo o salidas con amigos, así como en los consejos de administración de muchas empresas. El ChatGPT, del cual explicaré más adelante, ha sido uno de los temas principales de discusión a nivel mundial y, en mi opinión, no es de extrañar.

Estamos, nos guste o no, ante un cambio de paradigma; una nueva manera de trabajar, de aprender, de entretenernos, de relacionarnos, de vivir. La Inteligencia Artificial amenaza con generar cambios sistémicos en nuestra sociedad, que bien enfocados pueden hacer mucho bien, pero también pueden causar dolor y sufrimiento. Como cristianos, debemos preguntarnos qué papel desempeñamos en el futuro que se avecina. Podemos rebelarnos y oponernos al cambio, tratando de vivir una vida alejada de la tecnología y la realidad, o podemos anticiparnos al cambio, conocerlo, investigarlo, predecirlo y ayudar a enfocarlo hacia el bien, protegiendo a los más vulnerables y poniendo la tecnología al servicio del amor.

Aunque mucha gente usa el término Inteligencia Artificial (IA) con connotaciones peliculeras y futuristas, en la práctica, los que nos dedicamos a ello solemos decir que es el campo que estudia patrones en la realidad. Llevamos usando técnicas de lo que hoy se conoce como Inteligencia Artificial durante varios siglos, pero hasta hace relativamente poco no nos hemos acostumbrado a llamarle de esta manera.

La razón es la continua mejora en la capacidad de computación de los ordenadores, que ha permitido el uso de nuevas técnicas de detección de patrones haciendo posible resolver problemas que sólo humanos podíamos resolver. De hecho, los mayores avances en este campo se han logrado al tratar de simular de manera artificial y digital, la manera en la que funciona nuestro propio cerebro, creando las llamadas Redes Neuronales Artificiales.

Hasta hace cerca de cinco años, la IA se desarrollaba para resolver problemas específicos. Por ejemplo, predecir el comportamiento de los mercados bursátiles en el medio-largo plazo, detectar gatitos en imágenes o mostrarnos los anuncios con más probabilidad que acabemos comprando cuando buceamos por Internet o redes sociales. Para cada problema, se desarrollaba un programa de IA que resolvía únicamente esa cuestión. Sin embargo, esto está cambiando en los últimos años, en los que se están construyendo programas que son capaces de resolver por sí mismos una gran variedad de distintos problemas con lo que los científicos llaman, capacidad de raciocinio.

Estos avances vienen principalmente de la mano de las mejoras en los modelos aplicados al lenguaje natural con la llegada de las LLMs, modelos grandes de lenguaje por sus siglas en inglés. Estos modelos son redes neuronales gigantescas con unos 500 mil millones de parámetros (análogo a las conexiones neuronales en nuestro cerebro) que tienen la capacidad de interactuar con nosotros usando nuestro propio lenguaje. El gran ejemplo de estos modelos es el ya famoso ChatGPT.

ChatGPT es, hasta la fecha, el producto digital que más rápido ha llegado a los 100 millones de usuarios. Lo ha hecho tan solo dos meses después de su lanzamiento (Twitter lo hizo en cinco años, Instagram en dos años y medio). Se trata de una interfaz de chat mediante la cual podemos mantener una conversación fluida y coherente. Podemos hacerle todo tipo de preguntas y, aunque es posible que se invente alguna respuesta, lo curioso es que casi siempre tenemos la sensación de que entiende lo que le estamos preguntando y que las respuestas nos podrán ayudar en la mayoría de los casos.

A día de hoy, millones de personas usan ChatGPT para ser más eficientes en su trabajo, reduciendo en ocasiones el tiempo drásticamente.

OpenAI, la misma empresa que ha creado ChatGPT y que es prácticamente controlada por Microsoft, publicó a finales de marzo un estudio sobre el impacto de la IA en el ámbito laboral. Una de las conclusiones es que la tecnología actual podría realizar como mínimo la mitad de las tareas de un 49% de los trabajadores de Estados Unidos.

Tal es la gravedad de estos avances, que Elon Musk (uno de los hombres más poderosos del mundo), Steve Wozniak (el cofundador de Apple junto con Steve Jobs) y muchos otros, han firmado una carta pidiendo que se interrumpan los avances en IA durante seis meses para dar tiempo a la sociedad a asimilar lo que está por llegar, y a la regulación a llegar a tiempo para impedir desastres e injusticias.

Lo que podemos esperar en los próximos años de la mano de la IA es la llamada AGI o Inteligencia Artificial General, que es una tecnología capaz de resolver todo tipo de problemas reflejando una habilidad parecida a la de un ser humano a nivel general. Unos años después, podremos ver la ASI o Súper Inteligencia Artificial, que imitará el comportamiento humano, pero con una habilidad en resolución de problemas drásticamente superior a la de los humanos.

Pues bien, como cristianos, ¿qué debemos hacer cuando esto llegue? ¿Qué podemos hacer hoy para prepararnos? En Lucas 12,48, Jesús nos dice: «Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirás». Aunque es cierto que la IA puede ser usada como herramienta para el mal, como suele pasar con los avances tecnológicos, también es una herramienta que puede hacer mucho bien. Algunas ideas en las que la IA puede ayudar a la sociedad a ser más justa y próspera incluyen la detección de enfermedades, la predicción de desastres naturales, el análisis de grandes cantidades de datos para mejorar la toma de decisiones en la política y la economía, el desarrollo de sistemas de energía y transporte más eficientes y sostenibles y muchas más.

Tenemos la responsabilidad de utilizar la tecnología de manera sabia y responsable, y debemos estar preparados para los cambios que la IA pueda traer en nuestro mundo.

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