Las actitudes son más importantes que las aptitudes.
Sir Winston Churchill
Mariví era muy propensa a «echar las culpas al empedrado» cuando las cosas no le salían bien; su padre andaba dándole vueltas al tema para ver cómo conseguía convencer a la hija que la actitud de cada uno ante los problemas, es esencial.
Un día creyó encontrar la solución y preparó el siguiente experimento.
—Mira, Mariví. Tres recipientes con agua. En el primero pongo una zanahoria, en el segundo un huevo y en el tercero granos de café.
—OK ¿Y…?
—Ahora lo hervimos y… ¿qué ocurre?
—Que la zanahoria se ha ablandado, que el huevo se ha endurecido y que el café ha pasado sus propiedades al agua.
—Perfecto; ahí tienes la respuesta. Cada uno de estos ingredientes se ha enfrentado a la misma adversidad: al agua caliente; sin embargo cada uno de ellos ha reaccionado de manera distinta.
La zanahoria ha ido al agua, dura y fuerte, pero después de unos minutos se ha vuelto blanda y débil.
El huevo ha ido al agua con fragilidad, su interior líquido estaba protegido por una débil cáscara; pero después de haber experimentado el agua caliente, su interior se ha endurecido.
Sin embargo, los granos de café han sido distintos; después de estar en el agua caliente, los granos han transformado el agua en café.
Los creyentes tenemos que ser como el grano de café y en los momentos de prueba dejar que Jesús entre a formar parte de nuestro sufrimiento, de nuestra adversidad y, abandonados en su Amor, acabaremos haciendo de esa prueba, de esa adversidad, una alabanza, un himno de acción de gracias al Señor, pues todo cuanto Él permite que nos suceda es para nuestro bien y desprenderemos, allí donde estemos, ese delicioso «aroma» de Cristo.
Cuando la prueba, cuando la adversidad, nos visita, ¿cómo respondemos? ¿Como las zanahorias, como los huevos, o como el café?
Un cristiano, si es consecuente con su fe, actúa como el café: impregnando siempre su ambiente con lo mejor de sí mismo; porque sabe que si Dios anda por medio, todo es para bien.