Vicariato de San Ramón: aprendiendo a ser misioneros en la selva amazónica

7
Aprendiendo a ser misioneros
Aprendiendo a ser misioneros

Por Juan Luis Vela

Mi crónica corresponde a San Ramón, pequeña localidad de unos 20-30 mil habitantes, situada al otro lado de los Andes, entrando en la selva amazónica. Se trata de una zona de difícil acceso desde Lima. El viaje para llegar a esta localidad remota te hace subir hasta casi 5000 metros de altura (para cruzar los Andes) y luego bajarlos. Toda una odisea de viaje desde luego.

Una vez llegados allí nos esperaba el «padresito» José Antonio Melgar. Un sacerdote totalmente dedicado a su comunidad que nos ha acogido y acompañado durante nuestro mes de misión. Un misionero de verdad y no como los que llegamos de España a pasar un mes allí. Desde el minuto uno nos fue encomendando tareas y siempre estuvo pendiente de nosotros.

Nuestra misión en San Ramón fue bastante sencilla. De lunes a viernes por las mañanas íbamos a los comedores sociales de la propia ciudad de San Ramón y de la Merced (una ciudad vecina a unos 12 km). Allí ayudábamos en lo que podíamos: picando verduritas, removiendo la sopa, acompañando a los ancianos que venían a comer, dando una «lavadita» a los cacharros, etc. Por las tardes íbamos a un pueblecito a unos 15 minutos (Naranjal) en «combi» (furgoneta) a realizar actividades con los niños. Cada uno de los que fuimos aportamos lo que pudimos para que los niños tuviesen un rato entretenido. Fue bonito ver cómo cada uno iba poniendo sus dones al servicio de los demás, bailando, organizando juegos, pintando o cantando. Los fines de semana por otro lado nos encargábamos de un grupo de jóvenes de post-confirmación y de ayudar al «padresito» en lo que necesitara. En definitiva, la misión que realizamos se concretaba en estas pequeñas cosas, pero desde luego que no dejan de ser un medio, y estando allí te das cuenta de que no es tan importante lo que hagas. Al final, ellos lo que agradecen es tu presencia allí y el que recibe mucho más que ellos eres tú.

Nos comentaba José Antonio Benito que, cuando uno va de misión por unos días, más que apoyar les damos más trabajo. Y es totalmente cierto. Por ello, la sensación general que nos llevábamos era de que los verdaderos misioneros eran los que estaban allí viviendo permanentemente. Los sacerdotes, el padre Alfonso, la familia misionera de Pol, Nina y Elías, Nelly, las hermanas franciscanas y un largo listado de personas que dedican su vida totalmente a los demás. Javier Balbín (nuestro coordinador en San Ramón) un día en una reunión comentaba que nosotros —al final— realizábamos una tarea de ser «misioneros de misioneros». Es decir, como nuestra labor es muy limitada, si podíamos hacer que por el tiempo que estuviésemos allí estos misioneros pudieran descansar un poquito, ya habríamos hecho una gran labor.

En definitiva, nuestra presencia en San Ramón fue sencilla, realizando pequeñas tareas del día a día y apoyando de forma limitada donde el Señor nos iba enviando. Pero sobre todo, dándonos cuenta de lo afortunados que somos.

Artículo anteriorSin fronteras a ritmo de rap
Artículo siguienteMisionar en un mundo sin fronteras