¿Se puede saltar hacia abajo? La respuesta es ¡sí! Saltar también significa «arrojarse desde una altura» y, de hecho, se salta al vacío, en paracaídas o desde el trampolín. ¿Quién posee el récord de salto hacia abajo? Según el registro Guinness, es el norteamericano Alan Eustace, que el 24 de octubre de 2014 saltó en paracaídas 40.223 metros, y alcanzó en su caída libre una velocidad de 1.321 km/h.
Pero en sentido pleno, el mayor salto hacia abajo se produjo hace dos mil años. No lo narra el libro Guinness, pero sí el Evangelio. Lo ostenta Jesucristo: la encarnación, el descenso del Verbo, ha sido el mayor de los saltos: del cielo a la tierra.
Y este descenso provocó en resonancia una cadena de saltos. María, ante el anuncio del ángel, dio el gran salto de la fe: se humilló, se abajó, saltó hacia abajo… Y «en aquellos mismos días» se puso en camino, para subir bajando hacia la montaña. Y fue en la casa de Zacarías e Isabel, en Ain Karim, donde se registró el récord mundial de «triple salto» en sentido pleno, suscitado por el Espíritu Santo.
El primer salto fue el de Juan Bautista: «en cuanto Isabel oyó el saludo de María saltó la criatura en su vientre». Fue un salto de alegría, como reconoció Isabel. La alegría nos lleva a dar saltos, como los niños o los aficionados al fútbol ante un gol…
Pero fue también un salto de estremecimiento. Cuando sufrimos una conmoción nos «sobre-saltamos». La alegría por la presencia del Señor agitó a Juan antes de nacer y, en adelante, fue el elegido para conmoverse al descubrir al Verbo, agitar y ser su voz.
Y fue además un salto de comunicación. Como las gacelas en la sabana, que dan saltos de rebote y alertan así de los depredadores. Y este comportamiento de alegría y estremecimiento de Juan fue el lenguaje que «desentrañó» Isabel.
El segundo salto fue el de Isabel: «levantando la voz, exclamó: “¡bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”». Otro significado de saltar es mostrar ostensiblemente el contento y reaccionar con viveza, sin poder contenerse. Fue un salto de alabanza, que desencadenó la primera bienaventuranza del Evangelio: «Bienaventurada la que ha creído…».
Y el tercer salto fue el de María que, tras la explosión de fe de Isabel, prorrumpió en el Magníficat: «…exulta mi espíritu en Dios, mi Salvador…». Exultar viene del latín ex– y saltare. Significa literalmente saltar de alegría, como en una danza. Como bailó el rey David ante el arca de la alianza. Y es que María, con el Verbo en sus entrañas, es la nueva arca de la alianza.
Este triple salto desembocará en un gran movimiento. Juan, en el desierto, preparará al pueblo para recibir al Salvador. Isabel y Zacarías seguirán proclamando el evangelio de la alegría. Y el movimiento de María continuará por siempre: es el «arca» en la que el Salvador sigue entre nosotros.
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El récord de triple salto de Aim Karim no quedó cristalizado hace dos mil años: se reproduce hoy cada vez que nosotros, movidos por el Espíritu Santo, damos un salto de fe y dando testimonio mediante el lenguaje de la Visitación: saltamos estremecidos de alegría por la presencia del Señor, exultamos sin callarnos las maravillas que hace en nosotros, y nos ponemos en movimiento para servir, estando «a la que salta». Viviendo así, seremos con Jesucristo, María, Juan e Isabel, plusmarquistas de salto hacia abajo, en altura y en longitud: ¡campeones de triple salto!