Tesoro escondido (1982) es una «larga epístola» dirigida por el P. Tomás Morales a la Cruzada de Santa María con ocasión de sus 50 años de vida religiosa. Extraemos de ella estas líneas en las que nos desvela qué es para él el Corazón de la Virgen. Su mensaje sigue plenamente vivo a los veinticinco años de su fallecimiento.
Cápsula de astronauta
El astronauta supera toda clase de obstáculos encerrándose en una cápsula metálica protectora. Gracias a ella conserva su vida, la defiende haciéndose insensible a los cambios de presión o temperatura.
El Corazón de la Virgen ha sido para mí, en medio siglo de vida consagrada, esa cápsula protectora tan providencial y acogedora. En esos años, y en los veinticuatro anteriores, ataques furibundos del triple enemigo. Tentaciones de todas clases, desconfianzas, incomprensiones, miedos, desengaños, persecuciones, pero «de todas estas cosas me libró el Señor», dándome a María como Madre.
Invocaba a María como un niño acude a su madre. Refugiado en la cápsula de su Corazón inmaculado, era inasequible al desaliento, invulnerable a los torpedos enemigos, flotando entre limitaciones y miseria.
Así desde niño. Dios, fidelidad absoluta. La Virgen Madre, solicitud incansable. Dios, dándome a la Virgen como Madre, me ha hecho fiel a mi aire, entre luces y sombras, tropezando y levantándome, pero sin perder de vista la Estrella que da luz y al cielo guía.
Relicario de amor
Cápsula de astronauta, pero, sobre todo, relicario del amor más noble y limpio, ha sido y es para mí el Corazón de la Virgen. Relicario en que arde el incienso del más puro amor a Dios y a los hombres.
Me lleno de gozo al leer en el Evangelio de San Juan: «Y desde aquella hora el discípulo la recibió como suya». Mi impotencia y pequeñez para amar a Dios han desaparecido. Estoy de enhorabuena. Tengo el Corazón de la Virgen para, con y en él, adorar a Quien tanto debo y tanto me quiere, rendirle gracias, obtener beneficios. Relicario de amor que Cristo me regala en la Cruz para que, encerrándome en él, pueda vivir la vida que me dio al morir.
Me gozo al repetir con Teresita: «Lo más grande que ha hecho en mí el Todopoderoso es el haberme mostrado mi pequeñez y mi impotencia para todo bien». Cuando saboreo esta frase me gusta añadir: «y regalarme el Corazón de su Madre, que suple mi incapacidad para adorarle a Él con la plenitud que merece y yo deseo».
P. Faber, convertido del anglicanismo, nos hace esta confidencia: «No supe lo que es el amor a Jesucristo hasta que un día puse mi corazón a los pies de María». Lo mismo me ha sucedido a mí. Al consagrarme a Ella en una Congregación Mariana universitaria empecé a amar y luchar por Cristo en las aulas y en la calle. Me situé en la longitud de onda para captar su llamada un 14 de mayo —sábado, y del mes de la Virgen—. Hacia las tres de la tarde leo una carta que me llega. Me dice: «Si quieres ser perfecto…», y caí redondo.
Acabo, sin saber acabar
Acabo, sin saber acabar, dando gracias a la Virgen por tantos regalos a lo largo de mi vida. Uno de esos regalos, haberos escogido como cimientos de la Cruzada de Santa María. A cada uno, y a todos, os digo como san Pablo: «Colmad mi gozo siendo una sola alma». En obediencia de fe a Cristo mi Señor, tomad a María como Madre. Es la mejor dádiva que podéis hacerme.