Por Óscar Gómez
Ayúdame a caminar, contigo iré sobre las olas de la mar y cantaré ¿Quién eres tú? Tú eres Jesús, mi Dios, mi bien, mi libertad.
Esta es la canción que se convirtió en la banda sonora de las convivencias-Camino de Santiago del Grupo Santa María este mes de agosto por tierras gallegas.
Un Camino que por sus características parecía utópico cuando empezó a planearse el curso pasado, pues debía albergar a más de 120 personas, desde bebés a gentes de cierta madurez y achaques físicos. Y así seis intrépidos (Mari Carmen, Adolfo, Juan Carlos, Antonio, Gema y Javier) nos ofrecieron la organización perfecta para poner en camino a esos peregrinos de la fe —que no turistas— que quisimos ser desde el primer momento.
Camino que, por otra parte, queríamos que sirviese de conmemoración de aquel Camino de Santiago que tan importante —ya como grupo de Santa María— fue para muchos de nosotros en 1999. Una actividad aquella donde éramos más jóvenes, más delgados y con más pelo, pero seguramente menos santos. Un camino donde las etapas eran más largas, pero se pasaban más rápidas. Este de 2019 ha sido un Camino diferente, ya nos han acompañado nuestros hijos, más de 50 en total, con edades entre los 1 y los 17 años, denominado por sus características como «pseudocamino» por Antonio en la presentación de la actividad. Hemos andado 12 kilómetros diarios los que más, y seis los que iban con niños pequeños, pero que ha resultado ser un «Caminazo» con todas las letras en cuanto a gracias recibidas.

Han sido unas jornadas especiales; de hecho, en el camino nos iban apareciendo unos «personajes» que iban amenizando la marcha de los más pequeños; así aparecieron desde Aymeric Picaud —el autor del Codex Calixtinus— hasta santo Domingo de la Calzada, sin olvidar por supuesto al rey Alfonso II.
¡Qué maravilla y qué don!, pensaba yo al ver a algunos de nosotros caracterizando a estos personajes. Y que tengamos la ocasión de transmitir a nuestros hijos todo el bien y, sobre todo, la fe que la Iglesia ha atesorado durante siglos y que, en el Camino de Santiago, podemos apreciar en cada villa, en cada piedra, en cada iglesia. Como por ejemplo en el convento de las hermanas clarisas de Orense, o el espectacular y cargado de historia, monasterio de Oseira, donde pudimos vivir sendas eucaristías cargadas de comunión en el seno de la Iglesia.
Han sido unos días donde Dios nos ha vuelto a demostrar cómo el verdadero deleite no es necesario buscarlo en una alejada playa paradisíaca, con pulsera de todo incluido, sino que el corazón humano encuentra su verdadero gozo en amar y dejarse amar, tanto por Dios, como por los hermanos. En este caso renunciamos a muchas de nuestras comodidades habituales, y nos pusimos en camino exponiéndonos al calor, a la lluvia, comiendo de bocatas, o luchando contra el cansancio y las apetencias. Pero la recompensa, cuando esto se hace con «Cristo en medio de nosotros» siempre es grande y así lo manifestamos cuando, el día 6 de agosto, alcanzamos la plaza del Obradoiro.

Parecía que habíamos llegado de recorrer el camino francés desde, al menos, Roncesvalles, por la alegría e incluso escándalo, que todo hay que decirlo, mostrado, ¡y solo habíamos recorrido unas pocas decenas de kilómetros!, pero allí sentimos igualmente el abrazo del santo, un santo que en nombre de la Iglesia universal nos acoge, nos acaricia, nos toma como hijos suyos.
Para muchos de nosotros no solo era la llegada física del Camino, se notaban que allí descansaban muchas «mochilas», mochilas de dolores, tristezas, cansancios, inclemencias…, no de las rutas Xacobeas sino del peregrinaje por la vida, que en esos momentos encuentran alivio y descanso en los hermanos, en la Iglesia, en Cristo.
Qué bonito es llegar a la Catedral de Santiago rodeado de tu familia, de tu mujer, de tu marido, de tus hijos, y también de tus hermanos del grupo, con quien tantos caminos hemos recorrido ya. Algo así me supongo será la llegada a la casa del Padre.
Hemos sido una comunidad que se pone en camino y que camina unida, y eso se dejó notar el día de la asamblea final en la que Gema nos pidió hacer un balance individual de todas las «piedras» y de todos los «bastones» que habíamos encontrado en esos días de silencios, oración, risas, confidencias, esfuerzos, propósitos… El resultado fue abrumador. El Espíritu Santo se hizo palpable y los corazones se inflamaron en el fuego del amor de Dios, como nos pidió Michel en unos puntos de oración de una de las jornadas.
Seguro que las gracias que Dios ha derramado en estos días hacen de este no un pseudocamino ─como parecía al principio─ sino de una verdadera peregrinación con mayúsculas, que por supuesto y como nos recordó el padre Alfonso en la última homilía no termina aquí, sino que continúa en nuestras vidas, en nuestras casas…
AYÚDAME A CAMINAR…