Berceo, candor y fidelidad al depósito de la fe

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Gabriel fue enviado con la mensajería. En la ciudad de Nazaret, a ti Señora mía: En tu celda te halló sin carnal compañía, Dulcemente te saludó, díjote: Ave, María.

Bendita fuiste llamada y de gracia llena, Concebiste por virtud é pariste sin pena: Por ti se fue aflojando la mortal cadena: Por ti cobró su logar la oveja centena (La perdida).

El tu fruto bendito Jesucristo fue llamado, Y el reino de David a él fue otorgado; Su poder non tiene fin, ni seria contado; Por él fue fecha la luz, y el mundo criado.

El mensaje recibiste con gran humildad, Lo que dijo conociste que era verdad, La manera preguntaste de la preñedad (de tu preñez). El respondió y te dijo la pura verdad.


Nueve meses holgó en el tu santo seno hasta que el tiempo del parto vino Cuando se llegó la hora y el cuento fue lleno, (se cumplieron todos los días del embarazo) Hijo pariste y Padre sobre lecho de heno.

Santo fue el tu parto, santo lo que pariste, Virgen fuiste antes del parto, virgen permaneciste, Pariendo, menoscabo ninguno recibiste. El dicho de Isaías en eso lo cumpliste.

No encontraste lugares, tuviste gran angostura, En pesebre de bestias pusiste la criatura, Ábacuch lo dijera en la su escritura, Que así acontecería y tuvo pavura (miedo, pavor).

Madre, en tu parto nuevos signos cuntieron, Pastores que velaban nuevas lumbres vidieron, De gozo y de paz, nuevos cantos oyeron. La verdad de la cosa entonces la entendieron

Me entusiasman los pintores y los poetas de la corte de Los Reyes Católicos. Es en su reinado cuando el gozo de la Navidad se expresa de manera más vital y delicada. Recordemos a Ambrosio de Montesinos: «No la debemos dormir, la noche santa».

Hoy he seleccionado un cuadro de Juan de Flandes. Un fondo de ruinas. Y recostado en el manto de reina y madre virginal, un niño desvalido, el Señor de la Historia, para el que todas las cosas fueron creadas. Mientras José observa la lechuza, símbolo de la sabiduría humana, y escucha los cantos de los ángeles del cielo que muestran la orla que anuncia la paz, María, embelesada, adora y contempla a su hijito recién nacido. La muía y el buey miran expectantes y los pastores se ponen en movimiento o meditan en silencio como futuros monjes. Ruinas, ruinas de templos y palacios. No porque todo tuviera que destruirse, sino porque un nuevo tiempo comenzaba y absolutamente todo tenía que impregnarse de la buena nueva de la salvación: palacios, castillos, chabolas y templos, tanto como el hombre viejo. Y la lechuza que lo sabía se embebía en el acontecimiento.

No me cansaré nunca de proclamar la alegría que me produce la celebración de la Navidad, incluidos los gastos extras. En esta Noche Santa cuando el cielo se acerca a la tierra y se queda entre nosotros es el momento en que se aprende a estar de parte de Lázaro, velar por su dignidad y su justicia, amarlo en caridad; y al mismo tiempo aprendemos que la Fe se manifiesta en el gozo de las pequeñas cosas para poderlas compartir. Por esta Noche llamamos a la Virgen: «causa de nuestra alegría».

Me conmueve el testimonio de estos nuestros escritores primeros. Berceo, que escribió Los Loores a Santa María para presentar a la Virgen como Corredentora, nos cuenta el misterio con un candor y una sencillez admirable. Por encima de delicadas expresiones, la fidelidad a la fe de la Iglesia queda patente. Como clérigo, enseña con autoridad. Lo que anunciaron los profetas, Isaías o Abahuc se ha cumplido. Ocho siglos después sus palabras encienden de esperanza nuestros corazones.

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