Contigo porque eres importante

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Musical Contigo
Musical Contigo

Por Francisco Javier Fernández

Estos dos años y medio de representaciones del musical Contigo han ido calando en nuestra forma de entender las obras de misericordia. Hemos ido descubriendo que lo importante no es tanto la obra en sí, sino que es una manifestación de la importancia de cada persona en sí misma, digna de toda atención y cariño, digna de todo perdón, oración y asistencia.

Lo que las canciones del musical Contigo proponen es esto, y por eso en cada canción está escondida esa vocación de entrega del corazón como pasa en cualquier familia. Por eso todos los personajes del musical —tanto en la obra, como ya en nuestra vida real— somos una familia.

Todas las canciones, como en realidad toda obra de misericordia, es un canto —nunca mejor dicho— a la importancia de cada ser humano. ¡Qué mal sienta ese tipo de asistencia que humilla al otro! La obra de misericordia pone el valor central en el corazón más que en las manos, o como dice el lema de los religiosos camilos, ponen «más corazón en las manos». Parece que cuando se canta algo se le da el valor añadido de la belleza. Por eso, ¡qué bueno es hacer el bien cantando!

Cuando Marta, una de las protagonistas del musical, canta en «Mi palabra es tuya» que necesita ayuda, destaca, precisamente, que no es de una máquina digital, sino de una persona de quien necesita ayuda; y, es que, el calor del consejo dado por una persona que ha podido vivir situaciones similares es imprescindible.

Cuando en la «Nana de los enfermos» la madre africana canta a su niño pequeño enfermo y luego descubre que a cualquier enfermo hay que tratarlo igual que a su niño, está diciendo algo de una belleza inmensa: Dios, que es padre y madre, no tiene acepción de personas, para él todos son sus hijos. La propuesta para esta madre, para todos nosotros, es atender a cada persona, sobre todo si está enferma o es vulnerable, como trataríamos a nuestro propio hijo. Es ampliar la maternidad a límites universales.

Cuando se canta «Perdonaré» estamos reclamando el valor de la alegría para todos. Perdonar no es solo una cuestión de palabras dichas con cortesía o buena educación, es un plan de amor a la persona que nos ha ofendido. Desde ese momento, esa persona a la que menospreciábamos en nuestro corazón por lo que nos había hecho, pasa a ser hermana. La persona que recibe el perdón se siente de nuevo digna de amor, y la persona que lo da se llena de alegría. Ambas vuelven a ser importantes la una para la otra.

Cuando se canta «El valor de la mirada», en la obra de misericordia referida a la redención de un cautivo, recordamos que, aunque las correcciones y recriminaciones de palabra son importantes, lo que más necesita la persona cautiva es una mirada llena de comprensión, de perdón y de hermandad. Si necesitas mi palabra, parece decir la canción, te la puedo dar para ayudarte, pero que sepas que mi mirada amorosa ya la tienes por delante. Date el tiempo que necesites para tú mismo aceptar la redención, porque yo ya te la he dado.

Y así, vamos descubriendo en cada canción lo que es lo realmente importante. Lo importante del vestido no es el color («Yo contigo tú en mí») sino el calor humano que da al que lo recibe. Lo importante del agua recibida por el sediento («Agua»), no es la sed calmada, sino la imagen de la catarata del amor de Dios que el donante quiere derramar. Lo importante no es el tipo de comida que se da, sea minimalista («Unos tanto y otros tan poco») o sea exageradamente abundante, sino que todos son nuestros hermanos y por tanto deben estar sentados a nuestra mesa; y, esa es la dignidad entregada, no tanto la comida, como la mesa. Lo importante no es la casa construida para el que no la tiene («Queremos construir»), sino que desde la casa se puedan ver juntos las estrellas y el nuevo amanecer. Compartir en vecindad y hermandad la vida con sus dificultades, alegrías y anhelos.

Por todo ello «Hay que volar» hasta donde esté el más alejado, el más miserable, el más triste, el que se ha metido en los lugares más oscuros. Hasta allí hay que sumergirse, porque no pierde su dignidad. Habrá perdido sus cualidades, habrá desperdiciado sus valores, habrá desaprovechado sus oportunidades, pero sigue siendo amado de Dios, y por tanto amado del apóstol. Primero bajaremos «volando» hasta allá abajo para consolarlo y luego con él remontar juntos hacia el nuevo cielo y la nueva tierra.

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