Abelardo, de joven, no se planteaba ser educador. Pero a sus veinte años en unos Ejercicios Espirituales con el P. Tomás Morales se encontró con Jesucristo vivo, y su vida cambió. Este encuentro trastocó sus horizontes: vocación, profesión, actividades, alegrías y penas. Y fue en este nuevo rumbo donde descubrió a los jóvenes, mejor, a “sus” jóvenes. Y se desvivió por elevar sus miras humanas y espirituales, y por llevarlos a Jesucristo. Y así se volvió educador por amor a ellos. Y muchos vivimos ahora de ese cambio.
Abelardo es probablemente la encarnación más completa del planteamiento educativo del P. Morales, que afirma: educar amando es la clave del éxito de cualquier pedagogía (…) El maestro tiene que darlo todo: ciencia, tiempo y, sobre todo, corazón. No amará al educando si no le da todo lo mejor que hay en él[1].
Sea cual sea nuestra dedicación a los jóvenes (como padres, madres, profesores, animadores, etc.) podemos imitar a Abelardo en este modo de abordar la educación, porque amar está al alcance de todas las fortunas. Vamos a adentrarnos en este estilo educativo basado en el amor, siguiendo el planteamiento que Abelardo hizo en un escrito de madurez[2].
El amor, fuente de la experiencia educadora
Educar y amar son las dos caras de una misma moneda. Educará mejor el que mejor ame. Y el amor auténtico buscará dar todo lo mejor de sí, particularmente en la tarea educadora.
¿Y quién es el que ama más y mejor? ¡Jesucristo! Y Él es el que me enseña a amar más y mejor. Y todavía más: si le presto todo mi ser como educador, será Él quien amará en mí, y el que transformará al joven que entre en mi radio de acción formativa.
Él en mí
Este fue el descubrimiento vital de Abelardo. Descubrió en la oración que Jesucristo ama a los jóvenes muchísimo más de lo que nunca podría amarles él. Y por eso dejó que Jesucristo se adueñara de su persona, y que fuera Él quien educara. Así lo refleja en su correspondencia. Contesta a un joven: Muchas gracias por todas las alusiones que haces al beneficio de tus ratos de charla conmigo. Ya sabes que es Jesús en mí y no yo (12.8.1976). Y en otra ocasión: Sigue fomentando la confianza conmigo, pues ya sabes que te recibo a lo Jesús, aunque indigno (5.8.1978).
Partiendo de esta experiencia invita a los educadores a seguirle, educando desde la unión a Jesucristo. Así aconseja a un joven monitor en una colonia de verano: Aprovecha bien estos días en los que tienes que estar a Jesús muy unido para que sea Él quien actúe en ti, y pueda a través de ti hacerse visible a los chavales. Si es así guardarás un gran equilibrio en todo, y tendrás gran paz en el corazón. Querrás a los chicos y te querrán ellos no por ti sino por Él. Pídeselo a la Virgen y verás cómo Ella lo logra. No te desalientes si tienes algunos fracasos a los principios. Luego se va corrigiendo todo (14.8.1978).
La educación en ocho claves
Yendo más lejos Abelardo se plantea: ¿y cómo es el amor que Dios nos regala? Porque amando como Él, conseguiremos que el proceso educativo sea eficaz. Resalta ocho notas:
1. Amor que se adelanta. Él ama el primero
Si Dios me ama sin que yo haya hecho nada por amarle, ¿cómo no voy a entregarme a los demás, especialmente cuando es Cristo el que quiere amarles desde mí? El educador no puede esperar a que se acerquen primero a él, ni quejarse porque no se aproximan. Ha de salir, adelantarse, como hace Dios con nosotros. Nosotros amamos porque Él nos amó primero (1 Jn 4, 19).
2. Amor gratuito, que no espera recompensa
Una de las mayores compensaciones del educador es ver los progresos del niño o joven. ¡Y cuánto más escuchar algún reconocimiento por su parte! Sin embargo el amor puro es gratuito. Como el amor de Dios, que hace salir su sol sobre malos y buenos (Mt 5, 45).
Comenta Abelardo: Amar no consiste en sentir. No es suficiente. El amor es más bien una disposición de la voluntad que desea. Quiere el bien exclusivamente para el amado. Y cuanto menos busque el amor para sí, más puro es[3].
3. Amor que acepta la realidad del amado
El amor es realista. Conoce bien al que ama. No lo idealiza. Sabe bien su modo de ser, sus cualidades, sus limitaciones. Y por ello el educador debe esforzarse por conocer también el entorno familiar, escolar y social del educando.
Para Abelardo la educación es personalizada (cada joven es diferente y ha de ser aceptado y valorado tal como es), y es personalizadora, destinada a desarrollar las capacidades que alientan en cada uno. Abelardo buscaba construir la persona, proponiendo metas conforme a su madurez y a su modo de ser.
4. Amor que perdona
¡Pobre de aquél que lleva listas negras en las que tacha a quienes “se la juegan”! Nunca educará, pero además vivirá en la amargura, agraviado y agriado sin remedio. El amor de Dios no es así. Comenta Abelardo: Dios nos ama tales cuales somos. Nos acepta, nos perdona, nos busca y nos prueba[4]. Como consecuencia del perdón del Padre viviremos lo que rezamos en el padrenuestro: perdonaremos a los que nos ofenden.
5. Amor en el que al corregir no hay venganza ni queja
El amor no es un afecto edulcorado. El amor auténtico es exigente. Escribe Abelardo: La exigencia sin amor es insoportable, pero el amor sin exigencia es rechazable, porque no educa. La exigencia exige el amor. Y el amor exige generosidad hasta la donación total. El que ama pide heroísmo en sus educandos, y lo alcanza. Pero porque ama, nunca exige un heroísmo por encima de las fuerzas del otro[5]. Así lo vivía él. Y así lo sentíamos “sus” jóvenes.
6. Amor que sólo busca el bien del que ama, y no busca provecho propio
Comenta Abelardo: ¡Amad en el mundo! ¡Dad un testimonio de amor! Y comenzaréis a hacer un mundo mejor[6]. ¡Cuántas veces nos quejamos de la falta de frutos en la tarea educativa! Escribe Abelardo a propósito de ello: Se ama cuando uno se da del todo. Y se ama cuando se busca el bien del amado sin siquiera esperar nada para sí mismo. Se ama cuando se acepta sin una queja[7].
7. Amor hasta dar la vida
Jesús así lo vivió: Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11). Y así nos lo dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13). Se puede dar la vida de una vez, o minuto a minuto. Abelardo vivió y enseñó a vivir este segundo modo: El “amaos unos a otros como Yo os he amado” hasta dar la vida por los demás, lo culminará Él en mí. Un dar la vida que será más gota a gota, día a día, que de una sola vez[8].
8. Amor que va más lejos que dar la propia vida, y que es dar aquello mismo por lo que daría la vida
Abelardo solía comentar que una madre daría mil veces su vida por su hijo, y que cada uno estimamos algo por encima de todo lo demás, y por lo cual seríamos capaces de dar nuestra vida. Pues bien, la respuesta al amor de Dios, el amor auténtico, pide entregar eso que más amamos.
La paciencia con uno mismo
Abelardo termina su exposición sobre las notas del amor de Dios volviendo al realismo. Escribe: Todas estas notas del amor de Dios para conmigo, es preciso tenerlas con los demás. Pero también con uno mismo. Y se apoya en san Francisco de Sales que señala: los que aspiran al puro amor de Dios, no tienen tanta necesidad de paciencia con los demás como con ellos mismos, pues tenemos que sufrir nuestras imperfecciones para alcanzar la perfección[9].
Advirtió cómo se desalentaban muchos educadores y educandos a los que orientaba, vencidos por la escasez de los resultados, el peso de las propias imperfecciones, y la enorme distancia entre la sublimidad del ideal y la pobreza personal. Por ello, siguiendo la consigna del P. Morales, exhortaba a todos a no cansarse nunca de estar empezando siempre. Aconseja a un joven educador: En cuanto a ti, ama tus miserias. Tus queridas miserias. Ellas te dan el conocimiento propio y el amor que Dios te tiene. Te hacen humilde y paciente con los demás, que son de la misma madera que tú. No te deprimas jamás por los fracasos (18.3.81).
Así lo vivía Abelardo. Comenta en una conferencia: Yo amo a mis muchachos con toda el alma ¡Tremendamente! Me hacen llorar. Me hacen llevarme unos disgustos inmensos, pero me dan unos consuelos fabulosos. Es importantísimo amarles ¡Y cómo no vamos a amarles si para eso encontramos a Cristo en la oración, y los jóvenes son otros Cristos que sufren! Un Cristo que desde mi corazón me lo pide prestado, porque Dios no tiene otra boca para hablar que la mía, ni otros brazos para abrazar que los míos, ni otras piernas para caminar que las mías, ni otros ojos para mirar con dulzura que los míos. Esto lo podemos hacer todos. Yo amo a los chicos y la doctrina del amor resuelve conflictos generacionales[10].
¡Esto lo podemos hacer todos! Es la invitación final que nos hace Abelardo. Si lo practicamos, descubriremos lo que vivía S. Juan de la Cruz: Donde no hay amor ponga amor y sacará amor.
(Notas)
[1] Tomás Morales. Hora de los laicos (1985), pp. 424-425.
[2] Abelardo de Armas. Santidad educadora (2010), pp. 205-206. (12.6.1988).
[3] Abelardo de Armas. Pensamientos, nº 400 —inédito—.
[4] Abelardo de Armas. Aguaviva (2003), p. 119 (Estar, junio 1991).
[5] Santidad educadora, p. 77 (15.6.1980).
[6] Abelardo de Armas. Luces en la noche (1982), p. 239.
[7] Pensamientos nº 399.
[8] Aguaviva, p. 134 (Estar, octubre 1994).
[9] Santidad educadora, p. 206.
[10] Abelardo de Armas. Rocas en el oleaje (1980), p. 90.