Con una gratitud inmensa y con emoción profunda resuenan aún las palabras que el pasado 11 de febrero conmovieron al mundo:
“Queridísimos hermanos: Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice. Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria. Vaticano, 10 de febrero 2013.
BENEDICTUS PP. XVI”
Con esta declaración de renuncia al ministerio de Obispo de Roma ante los cardenales reunidos en Consistorio Público, el “Papa teólogo”, el “Papa de la Verdad”, llegado al límite de sus fuerzas, abrazaba su particular cruz, la de la renuncia valiente y generosa y el humilde ocultamiento, para dejar paso a la acción de Dios, verdadero protagonista de la vida de la Iglesia. Como recordaba en la audiencia del miércoles de ceniza, dos días después, “me sostiene e ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo y Él no dejará que le falte su guía y su cuidado”.
El canon 332,&2 del Código de Derecho Canónico dispone: «Si aconteciere que el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie». Con exquisito cuidado, el anuncio realizado por Benedicto XVI se ajusta a lo establecido por la norma jurídica de la Iglesia.
El estupor universal primero, y los chismes, banales o malintencionados acerca del Papa y de los “papables” -sin olvidar las profecías apocalípticas, que de todo ha habido-…, se apresuraron a disputar el lugar a la oración, que el propio pontífice solicitó a todos los fieles para invocar al Espíritu Santo, con el fin de que sostenga y guíe a su Iglesia en este difícil momento histórico.
Sólo una luz ha guiado de principio a fin a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI: el mayor bien de la Iglesia, de la que en todo momento se sintió “un humilde operario”. Rafael Navarro-Valls comentaba: “La decisión de Benedicto XVI es digna de respeto y honra a uno de los Papas de mayor peso intelectual que ha tenido la Iglesia católica.”
LA FECUNDIDAD DE UN LEGADO PRODIGIOSO
El 9 de abril de 2005, cardenal Joseph Ratzinger, era elegido Papa, el 264 sucesor del apóstol san Pedro. Acababa de cumplir los 78 años. Como Benedicto XVI asumió, desde el inicio de su trabajo como Papa, el mensaje íntegro del Concilio Vaticano II. Buscó defenderlo de interpretaciones erróneas, intentó aplicarlo de modo correcto y profundo, convencido de su potencialidad eclesial, para muchos desconocida u olvidada, para otros denostada o manipulada, con o sin disimulo.
Con la mirada puesta en el Concilio convocó el Año de la fe (2012-2013) para celebrar y meditar, tras 50 años de su inicio, lo que significó aquel acontecimiento, e impulsar su plena aplicación. Este es el referente principal de su herencia. Él ha dejado indicado el camino de la renovación eclesial.
En estos casi ocho años Benedicto XVI ha regalado a la Iglesia tres encíclicas. Deus caritas est, firmada en diciembre de 2005 y publicada a inicios de 2006, dedicada al tema del amor. Spe salvi, a finales de 2007, sobre la esperanza. Caritas in veritate, de 2009, analiza y aplica la doctrina social de la Iglesia para un mundo globalizado y zarandeado por la dictadura del relativismo.
En estos años ha presidido cinco Sínodos de los obispos: sobre la Eucaristía, en 2005, la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, en 2008, dos especiales, uno para África, en 2009, y otro para los católicos en Medio Oriente, en 2010; y el último acerca de la Nueva evangelización en octubre pasado.
Por lo que se refiere a sus viajes apostólicos, el Papa viajó a Brasil en 2007, a África (Camerún y Angola, en 2009, y Benin, en 2011. A varios países de Europa: Alemania (2005, 2006 y 2011), España (2006, 2010 y 2011), Polonia (2006), Austria (2007), Francia (2008), República Checa (2009), Gran Bretaña y Portugal (2010). Viajó a Turquía, tras las huellas de san Pablo, en 2006. También visitó los Estados Unidos de América en abril de 2008. Llegó hasta Australia, para la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney (2008). Y visitó Tierra Santa en mayo de 2009. En 2012 volvió a América para visitar México y Cuba. Y también quiso visitar el Líbano para entregar simbólicamente a todos los católicos de Medio Oriente, una de sus preocupaciones más sentidas en medio de la actual persecución, la exhortación Ecclesia in Medio Oriente. Como Francisco de Javier, soñó con poner sus pies en China, a la que se acercó de corazón por medio de una carta apostólica en 2007.
Italia también fue objeto de 30 viajes, el último, el 4 de octubre de 2012, lo llevó como peregrino a Loreto para encomendarse a la Madre de la Iglesia y evocar el viaje que Juan XXIII hiciera poco antes del Vaticano II. En la diócesis de Roma el Papa se acercó a numerosas parroquias, confirmando a los fieles laicos, dedicando memorables discursos, espontáneos y paternales, a los sacerdotes y a los seminaristas romanos.
En estos años, centenares de audiencias generales de los miércoles le han permitido regalarnos magníficas catequesis; ha promovido la vida litúrgica, (exhortación postsinodal Sacramentum caritatis y Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Liturgia romana). Ha dado pasos concretos en el diálogo ecuménico y ha acogido a grupos importantes de la iglesia anglicana que deseaban volver a la plena comunión…
Ha sido un pontificado sorprendentemente vigoroso, que ha impulsado importantes iniciativas para reanimar la vida de la Iglesia. El año 2008, Año paulino. De junio de 2009 a junio de 2010, Año sacerdotal, en el que Benedicto XVI hubo de afrontar una dolorosa prueba como pontífice, con ocasión de las campañas y denuncias de pederastia. Han quedado también aquellos tres libros, aparentemente divulgativos, pero en realidad calibrados palabra por palabra, fruto de una vida entera de reflexión y de oración, que nos muestran que Jesús es el protagonista de una historia verdadera que se ofrece a nuestra conversión. Y desde octubre de 2012 la Iglesia se encuentra en el Año de la fe, antesala de una nueva evangelización, sin duda la herencia más significativa de Benedicto XVI.
EL PAPA DE LA RAZÓN Y LA VERDAD
Vittorio Messori ha denunciado con dolor que en nuestros días “el practicante católico medio europeo parece coincidir, en la praxis moral, con el laico medio de la posmodernidad, sin diferencias relevantes”.
Benedicto XVI ha sido un profeta valiente y respetuoso, capaz al mismo tiempo de abrazar y corregir a un mundo desorientado. Su denuncia ha puesto de manifiesto que se ha infiltrado la dictadura del relativismo, ese liberalismo ético que borra diferencias entre el bien y el mal, y sobre todo la política, que, con apariencia casi cristiana, está fundada sobre lo que Cristo detesta más: la hipocresía, el eufemismo rufián, la manipulación de las palabras para esconder la verdad.
Recordaba Messori en un artículo reciente, aparecido en Il Corriere della Sera, las palabras de Urs von Balthasar: “Por encima de todo, hoy es necesario poner el cristianismo en pie”. Es decir, es necesario, volver a ponerlo derecho sobre la base en la roca de la fe: una fe firme, como fuente originaria y primaria, de la que todo derive. Este es el camino que Benedicto XVI ha marcado con su Pontificado y que de su mano él mismo nos ha hecho empezar a recorrer.
Como docente primero y después obispo, más tarde como Prefecto de la Doctrina de la Fe, y finalmente como Papa, Joseph Ratzinger ha querido siempre y solamente darnos testimonio de la Verdad, de la capacidad de la razón humana para hallar a Dios, y de la necesidad que tenemos de dirigir a Él nuestra vida entera; de que tomar en serio los Evangelios, apostar nuestra vida y nuestra muerte a su autenticidad no es ingenuidad sino inteligencia, amor, anhelo cumplido. Como otro San Agustín para nosotros.
UNA IGLESIA QUE ES, SOBRE TODO, MISTERIO
Pero la mayor fecundidad del servicio a la Iglesia tal vez haya sido este acto final de su renuncia por amor a la Iglesia. Una nueva renuncia, en realidad, que se suma a las que han jalonado su vida. La elección de una vida de contemplación y retiro para convertirse en un auténtico pararrayos capaz de atraer el Amor de Dios a la Iglesia y a la vez de defenderla del mal que siempre la acecha, dentro y fuera.
Este gesto nos lleva a pensar también que la Iglesia no es acción, febril impulso humano, estructura de poder… sino vivero de santidad; es la recepción fecunda, el Hágase y el Estar (permanecer en disponibilidad vigilante), como María, ante el Acontecimiento cuyo único protagonista es Dios mismo.
Es el recuerdo de que la Iglesia de Cristo es un Misterio. Su doble naturaleza, al mismo tiempo humana y divina (a imagen de su Señor: Dios y hombre; crucificado y resucitado) provoca siempre que, a lo largo de los siglos, haya aparecido sufriente, cuando no agonizante; y quizá siempre, al mismo tiempo, llena de vida, aunque a veces sólo visto con ojos de la fe.
Benedicto XVI, con su renuncia humilde y libre, nos despierta al hecho de que Dios está en su Iglesia, presente con una energía vital capaz de manifestarse y de reanimarla incluso en el fondo de las peores crisis.
Jamás, ni siquiera en los siglos más oscuros, jamás esta Iglesia ha dejado de ser madre de santos, nunca le han faltado —a pesar de todo— hombres y mujeres que han hecho del Evangelio carne y sangre de su vida.
En el fondo, todo se resume en la búsqueda de un Rostro, anhelado por todo hombre en lo profundo de su corazón, y en la que merece la pena empezar la vida: “Nos hiciste, Señor, para Ti…”
Demos gracias a Dios por el regalo de este gran Pastor. Fieles a su ejemplo, comprometamos nuestra vida, en el seguimiento de Cristo, unidos estrechamente al corazón de la Iglesia, como María, estrella de la nueva evangelización.