Ya en 1931, el papa Pío XI señaló en su carta encíclica Quadragesimo anno, la importancia de que la empresa lleve a cabo una «producción de bienes verdaderamente útiles para los demás», porque un buen empresario creyente «primero piensa en el servicio y luego en el beneficio».
En Lucas 12, 48, Jesús nos dice: «Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá». Los bautizados con vocación de empresarios han recibido grandes recursos y —consecuentemente— el Señor les pide que hagan grandes cosas.
Esta es su vocación, ser generadores —mediante la creación de puestos de trabajo— de entornos productivos donde se viva el testimonio de la fe, la confianza de la esperanza y la práctica del amor, porque son líderes que tienen como primer objetivo servir a Dios a través del trabajador, del hermano.
En estos días de «Iglesia en salida», de «hagan líos» es de vital importancia encontrar emprendedores creadores de «líos» (empresas) cuyo primer objetivo sea la producción de bienes y servicios comprometidos con la verdad, en vez de atender a la mera utilidad.
En septiembre de 2022 el papa Francisco recibió a los miembros de la Confederación General de la Industria Italiana y, entre otras cosas, les dijo: «Los grandes retos de nuestra sociedad no se superarán sin buenos empresarios, y esto es cierto. Os animo a sentir la urgencia de nuestro tiempo, a ser protagonistas de este cambio de época. Con tu creatividad e innovación puedes crear un sistema económico diferente, en el que la protección del medio ambiente sea un objetivo directo e inmediato de tu acción económica. Sin nuevos emprendedores, la tierra no resistirá el impacto del capitalismo, y dejaremos a las próximas generaciones un planeta demasiado herido, quizás inhabitable».
Como creyentes tenemos la obligación de compartir, y una forma eficaz de compartir es la creación de empleo, empleos para todos, especialmente para los jóvenes, porque las empresas sin jóvenes pierden innovación, energía, entusiasmo.
El trabajo siempre ha sido una forma de compartir la riqueza: al contratar a personas se está creando riqueza compartida; por eso los católicos, iluminados por el evangelio, deben actuar como líderes que sirven a Dios, como gente emprendedora con una visión cristiana de la realidad, creando empresas que dignifiquen al trabajo y al trabajador.