Por Gerdis Castro. Misionera laica. Madrid (España)
Llevo muchos años trabajando en misión, primero en mi pueblo, San José de Los Llanos (República Dominicana), ayudando al entonces párroco de mi parroquia, el padre Christopher Hartley. Más tarde, el padre fue destinado como misionero a Gode (Etiopía) y desde entonces sigo colaborando con él.
Gode es una ciudad de cien mil habitantes y está situada al sureste de Etiopia, a 180 kilómetros de la frontera con Somalia. Es una ciudad parte de la región somalí de Etiopia, donde todos hablan somalí y en su gran mayoría son de religión musulmana. El 80% de la población son nómadas, van caminando con su ganado, y se dedican principalmente a la ganadería y muy poco a la agricultura. El padre Christopher llegó a Etiopia en febrero del 2007, y a Gode en 2008. La misión de la Iglesia Católica está a 600 km de la misión más cercana que es Jijiga; es decir, el sacerdote más cercano está a 600 km. Allí nunca se había evangelizado, y es la primera vez que llega un sacerdote católico —o una misión católica— a la ciudad, y a esa región del cuerno de África.

La mayor parte del tiempo de la misión está dedicado al trabajo con las mujeres que están enfermas de sida, tuberculosis u otras enfermedades. Muchas de estas mujeres se dedican a la prostitución, así como el trabajo con sus hijos. A través del testimonio de la generosidad, la amistad, y del cariño, tratamos de llevar el evangelio sabiendo reconocer a Jesucristo en cada una de las personas que sufren, y que ellos reconozcan a Cristo en cada misionero.
La primera vez que fui a Gode fue en el año 2015. Estuve allí tres semanas, y he vuelto este verano dos meses y en navidades un mes. No es mi primera experiencia en una misión; estuve 10 años trabajando junto al padre Christopher, con los trabajadores de la caña de azúcar en labores de evangelización y en defensa de sus derechos.
Pero he de reconocer que la misión de Gode es muy especial. Gode es diferente, sus gentes son diferentes, estoy enamorada de sus niños, de esos pequeños rebeldes con esa sonrisa enorme y contagiosa, a veces con sus rabietas; enamorada de las mujeres, enamorada de los atardeceres, enamorada de Jesús en la vida de estas personas, de Jesús en los pobres.
Cuando estoy en Gode soy feliz, completamente feliz, no necesito nada, me basta con levantarme por las mañanas, entrar en la capilla, encontrarme con la presencia del Señor, y, en silencio, arrodillarme y ofrecer el día para que sea él quien tome el control. No echo de menos nada. Es maravilloso cómo puedes sentir que tu vida es útil, y que, a través de la pobreza humana, puedes descubrir el misterio maravilloso del Amor de Dios, sentirte amada profundamente por él, y saber que no es tanto lo que das como lo que recibes de cada una de estas personas, y sin ni siquiera imaginarlo.
Uno de los momentos más especiales y profundos de estar allí, fue acompañar a Fario. Fario era una señora que, como la mayoría de las mujeres, también tenía sida y tuberculosis, en una fase terminal. Estuvo ingresada en el hospital, bueno, más que hospital había que decir ‘hospitalucho’. Para que estuviera en condiciones humanamente dignas le organizamos una habitación aislada, donde hubiera ventilación constante. Le pusimos unas cortinas, y cada día nos ocupamos de bañarla y darle de comer. Se encargaba Sister Joaquin, pero ella tuvo que salir unas semanas de Gode, así que el padre nos dio el encargo a otra joven misionera (Kate) y a mí. Recuerdo la primera vez que la bañamos, la metimos en un barreño y, sorpresa para nosotras, fue constatar cómo su cuerpo cabía en él, ¡era sólo huesos!; pero esa mirada, esa sonrisa, esa alegría en medio de tanto dolor, aún la llevo grabada en el corazón. Fario era un testigo viviente de Cristo crucificado, a mí —y estoy segura de que también a Kate—, nos dio una lección para toda la vida: no tengo derecho a quejarme.
Una semana después de mi regreso a Madrid, Fario murió. Ella estará junto al Señor, y espero que desde allí interceda por mí y por cuantos la han conocido y también la cuidaron (Juan, Sergio, recientemente ordenado sacerdote, Keta, Sister, el padre Christopher y otros), como tantos pobres a los que he tenido la suerte de atender y verlos morir.
Si Dios quiere volveré a Gode este verano, a dar un poco de mí y a recibir mucho más… Son incontables los momentos vividos allí y que me llenan de gracia, no sabría explicarlo. Ver llegar a los niños, escucharlos llamarme por mi nombre, cuando te abrazan, ¡es una sensación tan especial y única! Es ese sabor a Dios que tienen los pobres que pueden ser felices en medio de la miseria, que pueden reír cuando no tienen nada. ¿Cómo pueden hacerlo? Es inexplicable, pero hay una razón: Dios los ama inmensamente.
Como resumen, los pobres me han llevado a Dios. De no ser por ellos, lo cual agradezco inmensamente al padre Christopher, no estaría un poquito más cerca de nuestro Señor y mi vida hoy sería tal vez muy distinta. Así que tengo mucho que agradecer a los pobres, a los que he conocido y que tanto me han dado.
En Gode es sobrecogedora la sequía que todo lo arruina. En Gode y en la región somalí de Etiopía, hace ya un año y medio que no ha caído ni una gota de lluvia. Allí todo se está muriendo. Es dramático ver a las gentes llegar al hospitalillo de Gode, por cualquier medio de transporte, incluido carretas tiradas por burros, con pacientes escuálidos y moribundos. En estos momentos Gode está siendo arrasado por una espantosa epidemia de cólera. Las gentes llegan en el último aliento y a veces mueren a los pocos minutos, en manos de médicos impotentes ante la magnitud de la tragedia. Es tan triste y desolador ver los sembrados devastados por la sequía… Aquí ya no crece nada, ni el maíz, ni la soja, ni ningún tipo de cereales, todo se lo lleva el viento en nubes gigantes de polvareda, que todo lo ensucia y viste de gris. Ahí está la Iglesia, compartiendo las angustias y los sufrimientos de estas gentes, aliviando y consolando en nombre de Cristo.
Podría contar y contar experiencias, unas muy duras otras llenas de ternuras, pero en definitiva todas vienen a decir lo mismo: los pobres son un regalo de Dios en mi vida. Tengo la oportunidad de estar con ellos, sufrir con ellos y darme a ellos.
Dios les guarde.