Energía prodigiosa

Tomás Morales, S.J. (Hora de los laicos, segunda edición, pp. 98-100; 250-251, 395)

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Alpes
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La fe nos asegura que en el corazón de cada bautizado está latente una prodigiosa fuente de energía espiritual capaz de rehacer el mundo. Es Cristo viviendo en él. Energía más irresistible para transformar a la sociedad que la fuerza destructora insospechada que la física nuclear nos ha descubierto en la profundidad de la materia.

San Cipriano nos relata la transformación que experimenta al recibir el Bautismo: «Al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes parecía difícil, se hizo posible lo que se creía imposible». Esa luz y esa fuerza invaden también a todo bautizado consciente haciéndole misionero del Amor.

La humanidad se aturde ante el suicidio colectivo que la amenaza, si estas fuerzas no se encauzan por la acción de todos los bautizados impregnando el mundo de Evangelio. Movilizarlos es inaplazable para salvarlos. Otros nos señalan el camino.

Ideologías ateas de diversa índole, movilizan con implacable energía a la juventud. Sus militantes se dan cuenta de que personalmente están comprometidos en una batalla mundial. Arrastran con entusiasmo a sus compañeros a huelgas, manifestaciones, mítines. Los convierten en agentes activos de difusión. Les enseñan a sacrificar diversiones, dinero, tiempo. El influjo de esta «educación» contrasta dolorosamente con la cobardía de nuestros tímidos llamamientos al apostolado cristiano.

Millones de parados en el mundo. Cifra alarmante, pero hay otros «parados» cuya inacción arrastra más lamentables consecuencias temporales y eternas. Son los cristianos que no viven su Bautismo, que se encierran en el caparazón de su egoísmo desentendiéndose de los demás. Millones de «parados» bautizados que no son misioneros evangelizando el ambiente en que viven.

El mundo está superpoblado de buena gente que, por su pasividad, deja el campo libre a los demás. Si cada sacerdote o laico tuviese preocupación constante por rodearse de multiplicadores, el rendimiento apostólico de la Iglesia se elevaría prodigiosamente. Los bautizados, además, no perderían su fe. No olvidemos que la llama se apaga si no se comunica. «La verdad se marchita en nuestras manos si no se convierte en misión» (Guitton).

Alternativa superada

La Iglesia dirige su mensaje a un hombre que se debate entre aceptar el progreso que entraña el Evangelio o el progreso impulsado por otras ideologías. Un cristiano se encuentra muchas veces angustiado ante un dualismo trágico que no acierta a superar: ser hombre o ser cristiano. Cualquier hombre, aunque no sea cristiano, se plantea idéntica alternativa: encuentro con Cristo o perecer en su propia angustia. Al cristiano le acecha la tentación del humanismo ateo. Y al hombre de hoy, la de su divinización. Cristo-Iglesia presenta la solución: humanismo cristiano, pues «en realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» (VATICANO II, Gaudium et spes 22; Redemptor hominis 8.)

Diálogo acogedor

La unidad en la Verdad y, por lo tanto, en la caridad, dispone al cristiano a dialogar con el mundo sin salir del Corazón de la Virgen. Más que aceptar la ideología laica del mundo, tiende a un noble y sincero diálogo con él, para purificarlo y enriquecerlo.

Criba el trigo cristiano que se encuentra a veces mezclado con las pajillas del humanismo ateo. Descubre entre esas pajillas el auténtico trigo. Ese trigo que es un anillo más de la tradición eclesial que arranca de la primitiva semilla evangélica.

El laico bautizado aplica al diálogo la divisa tomista: «Distinguir para unir». Así contribuye a la consecratio mundi, para que Dios sea todas las cosas en todos, omnia in omnibus (cf. 1 Cor 15,28). El diálogo acogedor ante los demás, con el dulce nombre de María siempre en el corazón, obtendrá resultados desconcertantes.

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