Por Marino Latorre Ariño, Universidad Marcelino Champagnat (Perú)
Cuando escribo el artículo —mes de abril— en el Perú llevamos cerca de tres semanas en cuarentena por causa del CV19; en otros países llevan más tiempo. Momentos como estos permiten estudiar y analizar la realidad de la sociedad en que nos toca vivir; en estas situaciones se analizan e identifican las amenazas, fortalezas, debilidades y oportunidades. La situación de cuarentena que vivimos (abril, 2020) es una buena ocasión para hacerlo. Siempre que surge una amenaza aparece una oportunidad; es la ley del mercado.
Quiero hacer una reflexión sobre la situación que vive el mundo con ocasión de la aparición de la pandemia del CV19.
En el artículo completo (¡Esto también pasará!) comienzo por exponer que vivíamos en el mundo de la Utopía, aludiendo a Tomás Moro; en segundo lugar, constato cómo la realidad se impone como algo innegable, como una amenaza, una debilidad, pero al mismo tiempo como una oportunidad. Las circunstancias no hacen al hombre, pero revelan quién es, y esta amenaza podemos aprovecharla como una gran oportunidad
Los japoneses se refieren a las crisis como Ki-Ki (así se pronuncia en japonés), que significa «peligro-oportunidad». Es la oportunidad ante una situación de peligro. El flagelo del CV19 y la cuarentena pueden ser una oportunidad para tomar conciencia de lo que es la vida y del uso que hacemos de las cosas, de nuestras emociones, de nuestros valores personales y sociales y darnos cuenta de lo que puede hacer un virus, que no tiene vida.
Lo que está sucediendo es un desafío, pero también una gran oportunidad para la humanidad y para el Perú. No se puede seguir viviendo mucho tiempo una vida alocada de trabajo, trabajo…, diversión, diversión…, y un «vivir sin vivir», como estamos viviendo. Es una oportunidad para vivir y convivir más tiempo y más conscientemente con los seres que queremos. En definitiva, lo que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos es: amor-afecto y raíces–sentido de pertenencia.
La situación de cuarentena es una oportunidad para trabajar el interior de nosotros mismos:
- Ejercitar nuestra paciencia y solidaridad.
- Encontrar nuestra identidad (¿Quién soy yo?)
- Encontrar el propósito de nuestra vida (¿Qué puedo hacer en la vida y qué puedo esperar de la vida?).
- ¿Qué sentido tiene la vida y lo que hago? Encuentre algo que le fascine hacer —decía un autor— y nunca tendrá que trabajar un día más en su vida. La razón es sencilla: el trabajo se convierte en una gozosa necesidad, no en una penosa obligación.
- ¿Qué pasiones o emociones mueven mi vida?
Este tiempo es una oportunidad para ejercer la solidaridad, cada uno desde donde esté y de la manera que pueda. Sabemos que el ser humano nace egocéntrico y a medida que se educa se socializa. La educación es el proceso de pasar del egoísmo infantil a la solidaridad. Cuando se permanece, toda la vida, centrado en uno mismo se sigue siendo niño inmaduro y se pierden las oportunidades más bellas que ofrece la vida para ser feliz.
La vida y la naturaleza nos enseñan lo importante que es dar y recibir; cuando uno da, también recibe. Es «el efecto eco o efecto búmeran». Las lagunas, los ríos y los mares dan agua a las nubes y éstas lo devuelven en forma de lluvia. El servicio a los demás desarrolla nuestras potencialidades psicológicas, emocionales y espirituales, ayudándonos a salir de nuestro egoísmo y conseguir la madurez. El servicio desinteresado es una fuente de salud para el cuerpo y el alma, pero, sobre todo, es una fuente inagotable de paz y felicidad. Toda la felicidad que existe en el mundo ha nacido enteramente del deseo por el bien de los demás. Toda la infelicidad ha nacido del egoísmo (precepto budista). Es el precepto del evangelio: «Amaos unos a otros como yo os he amado». Hay que experimentarlo para creerlo.
Es momento de parar y ralentizar la vida. En el vivir de cada día funcionamos en piloto automático: salida de casa a las 7 am, trabajo, alegrías-penas, éxitos-fracasos, regreso a casa con la carga de angustia o alegría, y, como sedante, se utilizan las redes sociales, Netflix, TV, etc. Todo eso produce ansiedad, estrés, cansancio y malhumor, cuando lo que se busca en la vida es la felicidad. Pero la felicidad es como una mariposa, si la perseguimos, siempre está más allá de nuestro alcance; sin embargo, si nos sentamos en silencio, podrá posarse sobre nosotros. Qué razón tenía Blas Pascal cuando decía: «Toda la miseria del hombre deriva de no poder sentarse en silencio en un cuarto, a solas».
Nuestros abuelos fueron a la guerra para defender la patria; nuestros padres lucharon contra las crisis económicas del siglo XX, —la pobreza, el desempleo, el terrorismo, etc.— y a nosotros solo se nos pide (hoy) quedarnos en casa, con todas las comodidades y sin que nos falte nada (era de las comunicaciones).
Lo que se nos exige, en estos momentos, es estar a la altura de las circunstancias que nos tocan vivir.
Cuando sus nietos les formulen esta pregunta: «Abuelito/a, ¿cómo viviste la cuarentena del CV19?» ¿Qué les responderán?
Después de las crisis económicas y sociales siempre aparece la prosperidad, después de la tormenta sale el sol y el arco iris y después del caos viene el orden, la bonanza y las oportunidades. No lo olvidemos: ¡Esto también pasará!
Termino con unas palabras de Barack Obama adaptadas a la situación que nos toca vivir: «Jóvenes: no soñéis solo con tiempos mejores a los que vivimos; el cambio no llegará si esperamos a otra persona u otro momento. Nosotros somos los esperados; nosotros somos el cambio que buscamos». «Tú debes ser el cambio que quieres ver en el mundo» (Gandhi). «La solución somos todos», dice el proverbio africano.
