Contado por Ángel Gómez
Víctor montado en su poni y su papá en un caballo, pura sangre andaluza, han pasado todo el día recorriendo las posesiones de su familia: una finca enorme en Sierra Morena. El propósito de su papá era que viera con sus propios ojos la pobreza en la que vivía la gente del campo y llegara a comprender el valor de las cosas, de sus posesiones y lo afortunados que eran ellos.
Terminaron el recorrido, y pasaron un día en la granja de una familia campesina muy pobre.
Al finalizar la excursión por todas sus posesiones, y de regreso a casa, el padre le pregunta a Víctor:
—¿Qué te ha parecido esta excursión?
—Muy bonita, papá.
—¿Viste lo pobre y necesitada que estaba la familia campesina en la que pasamos un día y una noche?
—Sí.
—Y ¿qué aprendiste?
—Vi que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro y unos cachorrillos preciosos.
Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas muy grandes importadas del extranjero que iluminan nuestro patio, ellos tienen las estrellas y su patio se pierde en el horizonte.
Pero lo que más me impresionó, papá, vi que ellos tienen tiempo para sentarse al atardecer y conversar toda la familia unida. Mamá y tú estáis tan ocupados todo el tiempo y casi no os veo. Sólo algunas horas los fines de semana…
Al terminar este diálogo entre Víctor y su papá, éste se quedó sin responder palabra y Víctor siguió hablando:
—¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser si no tuviéramos tantas cosas!