Por Aula Familiar Tomas Morales. 2023
Querida Teresita: Perdona nuestro atrevimiento al dirigirnos a ti de esta forma.
No es un error el título de esta carta, tan parecido al de tu Historia de un alma. Tratamos de contarte, con un título parecido al de tu autobiografía, lo que hemos vivido en los primeros días de agosto en el Aula familiar Tomás Morales, que celebramos en la sierra de Gredos, santuario de nuestro estilo de vida.
Contarte para pedirte ayuda, pues tú manifestaste que querías pasar tu cielo haciendo bien en la tierra.
Algunas familias del Movimiento de Santa María llevamos 23 años uniéndonos unos días, aprovechando las vacaciones de verano, para profundizar en nuestra espiritualidad, que es la tuya, y buscar caminos de santidad conyugal y familiar en este mundo tan complicado que nos ha tocado vivir.
Este año coincidía con que era tu año jubilar, pues el pasado 2 de enero se cumplieron 150 años de tu nacimiento, y decidimos, sin pedirte opinión —pues suponíamos que te encantaría— meterte en esta aventura.
Desde la fiesta de san José, un grupo de matrimonios se lanzó a la preparación de esta edición. Fueron semanas de mucho trabajo, preparando horarios, sesiones formativas, momentos de oración y convivencia. Prepararon un cuaderno de trabajo que lo abre tu retrato…
Titulamos nuestro encuentro familiar La familia, santidad en lo cotidiano porque pensamos en tu familia: tus padres, Celia y Luis, que fueron canonizados como matrimonio (el primero en la historia moderna de la Iglesia) por el papa Francisco en el año 2015; tus hermanas, que tanto hicieron por ti al quedaros huérfanas tan pronto… ¡Fuisteis una familia de santos! Contemplando vuestros ejemplos, pensamos que podíais ayudarnos a vivir nuestra santidad laical en la familia, adaptándolos a nuestra realidad, tan distinta sociológicamente de la vuestra.
Lo más sorprendente y consolador de esta edición ha sido el trabajo educativo con los más pequeños. Nos encontrábamos este año con casi cuarenta niños con edades comprendidas entre unos meses hasta los 16 años, en varios niveles (menores de cuatro años; de 5 a 10; de 10 a 15 aproximadamente). Te puedes imaginar el agobio que experimentamos al pensar cómo educarlos, adaptándonos a su edad. Pues ha salido todo a pedir de boca, Teresita, porque cuatro jóvenes: Javier, Daniel, Jesús y Teresa, se han animado a participar en la tarea educativa de los peques, orientados por dos educadoras con mayor experiencia, Pilar y Ruth. Dos cruzados han estado también entregados a esta tarea, Eliecer y José.
Los matrimonios decidimos dedicar nuestra formación a estudiar tu vida. Hemos reflexionado sobre la influencia de tu padre Luis, de tu madre Celia, de tus hermanas Inés, María y Celina, que estuvieron siempre junto a ti, que formaron parte de ti, que te amaron con una ternura grande ante la falta de mamá, y que supieron sacar de ti lo mejor. Pensando en tu padre (firmeza y ternura) hemos reflexionado sobre un problema que nos preocupa: la importancia del padre, muchas veces ausente, en muchas familias actuales.
La atención preferente, sin embargo, ha sido para ti, «mujer milagro»: exquisitamente femenina pero fuerte; educadora de las novicias que te fueron encomendadas y, sobre todo, maestra de la confianza para nosotros que andamos a tropezones por este mundo.
Como educadora, hemos reflexionado sobre tu penetración psicológica en el conocimiento de las jóvenes que te encomendaron, el saber adaptarte a ellas sin hacer concesiones a la mediocridad, el acertar a abrirles horizontes de santidad ilusionantes, el encajar tus fracasos educativos, que también los tuviste. Hemos contemplado, sobre todo, la maravilla de ese caminito de santidad de lo pequeño que queremos iniciar, de la mano de Abelardo de Armas que fue gran admirador tuyo y vivió de una manera admirable tu caminito de manos vacías.
Creemos que te has integrado en nuestro grupo de familias con la delicadeza que te caracteriza. ¡No fallas, Teresita!: los niños han sido educados con paciencia, firmeza y ternura, por esos jóvenes educadores; los padres hemos sabido entregar nuestros hijos a esos educadores en unos momentos y acogerlos en otros. Cada uno de los niños se ha sentido amparado por todos los participantes, sin discriminaciones.
Y, sobre todo, como hacías tú en tu vida sencilla (¡la santa de los pequeños detalles y del momento presente!) hemos salido llenos de confianza y de ilusión por vivir tu caminito teniendo paciencia con nosotros mismos y confiando hasta la audacia, como tú, en el amor que Dios nos tiene, a pesar de y gracias a nuestras miserias. Tú no te cansaste de repetirlo. A tu hermana María le escribiste: «Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón […]. Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma […] es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia»[1]. A las puertas de la muerte respondiste a tu hermana Paulina cuando te preguntó qué era permanecer niño ante Dios: «Es reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios, como un niño lo espera todo de su padre; es no preocuparse de nada […] es no desanimarse por las propias faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño»[2].
Teresita: te hemos contado esta breve Historia de un aula para que te quedes con nosotros. ¡No abandones a nuestras familias! ¡Cuida de nuestros jóvenes! ¡Cuida nuestro amor conyugal! ¡Danos paciencia con nosotros mismos! ¡No nos abandones, tú que prometiste pasar tu cielo haciendo bien en la tierra!
Recibe nuestro saludo lleno de afecto y agradecimiento.
[1] Carta de 17.09.1896.
[2] Cuaderno amarillo, 06.08.1897.