Por favor, no balconeéis la vida, implicaos…
¿Habéis sentido la curiosidad de averiguar si la palabra ‘balconear’ figura en el diccionario? Si lo consultáis encontraréis que significa observar los acontecimientos sin participar en ellos, justo lo que comenta el papa Francisco: ha empleado esta expresión al menos en tres ocasiones, y con el mismo mensaje: ¡No miréis la vida desde el balcón; implicaos! (30.11.2014).
¿Os habéis preguntado de dónde viene la palabra ‘implicarse’? Significa introducirse entre los pliegues. Fijaos: todos comprobamos que nuestra sociedad se repliega, que muchos ambientes se cierran hoy sobre sí mismos y no dejan entrar a Jesucristo y a su Evangelio: parlamentos y ayuntamientos, sindicatos y patronales, academias científicas y claustros de profesores… Ante un mundo así replegado, el papa nos pide que nos impliquemos, que salgamos de nosotros mismos y nos introduzcamos allí donde están los desafíos que nos piden ayuda para llevar adelante la vida, el desarrollo, la lucha en favor de la dignidad de las personas, la lucha contra la pobreza, la lucha por los valores y tantas luchas que encontramos cada día (id).
El papa nos recuerda que Jesús no se quedó en el balcón, se metió (JMJ de Río, 27.7.2013) en la vida. Vino a nosotros, se encarnó. No se quedó en un palacio, como el sumo sacerdote o el gobernador de su tiempo, sino que recorrió Palestina, predicó por aldeas y campiñas, consoló y curó tocando a los enfermos, entrando en sus casas…
¿De dónde sacaremos las fuerzas para implicarnos en un mundo tantas veces hostil? Me gusta pensar que las obtendremos “implicándonos” en Jesucristo, dicho de otra manera, introduciéndonos entre los pliegues de su Corazón: captando sus sentimientos y actitudes, y dejando que Él se meta en nuestro corazón, de modo que sea Él el que se “implique” en nosotros.
Ahora fijémonos en un pasaje bien conocido del Evangelio. Jesús resucitado se acerca a los discípulos de Emaús (¡se implica, se hace cercano a ellos!), y les explica las Escrituras (cf. Lc 24,13-35). ‘Explicar’ significa extender aquello que está recogido y plegado: desplegar, desenvolver. Y es que la Palabra de Dios era para los de Emaús como un libro cerrado, y Jesús —la Palabra de Dios encarnada— con paciencia les fue declarando cuanto en las Escrituras se refería a Él. Como consecuencia de este despliegue, de este desenvolvimiento, los discípulos dirán: ¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras? ¡El ardor del Corazón de Cristo se había transmitido a sus corazones!
También hoy, por desgracia, el Evangelio sigue siendo como un libro cerrado en muchos de nuestros ambientes. Jesús nos envía, nos pide que nos impliquemos y que expliquemos las Escrituras a los nuestros, con la palabra, por supuesto, pero sobre todo con nuestras vidas. Comenta el P. Tomás Morales: El papel de los seglares es hacer presente el Evangelio en todos los sectores de la vida profana. Ser “Evangelios abiertos” para sus hermanos. La tarea sublime del laicado es crear y multiplicar familias cristianas, evangelizar las profesiones, el trabajo, la amistad. ¡Bello panorama! Infundir savia cristiana en todas las estructuras de la sociedad terrestre: cultura, economía, política (Tesoro escondido, 8). También ellos dirán al vernos y escucharnos: ¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaban en el camino y nos explicaban las Escrituras?
Que María en esta Campaña de la Visitación nos “implique” entre los pliegues de su manto, y mejor aún, entre los pliegues de su corazón. También Ella se implicó: salió de una vida protegida en Nazaret, para ir aprisa a la montaña, a impulsos del Espíritu Santo. Y cuando entró en casa de su prima Isabel, explicó con el Magníficat las grandezas del Señor. Toda la montaña, empezando por Juan en el seno de su madre, se llenó de alegría, y desde entonces la alegría —implicada y explicada—, aplicada y multiplicada por sus hijos, inunda el mundo.