De la primera Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebró en 1984, hasta la JMJ de Lisboa 2023, han sido veinticinco las ediciones de este evento peculiar que creó san Juan Pablo II para reunirse con decenas de miles, centenas de miles e incluso más de un millón de jóvenes, en concreto, un millón doscientos mil participantes en la JMJ de París en 1997, por ejemplo.
Es una opinión generalizada que, en número de participantes, una JMJ congrega a mucha más gente que unos Juegos Olímpicos y en términos económicos, las JMJ son mucho más baratas, limpias y ejemplares.
Fue el comentario espontáneo de un alto mando militar que acudió a uno de estos actos que se celebraron en España con motivo de la JMJ 2011: «Da gusto ver a estos miles de jóvenes alegres, limpios, respetuosos, generosos, desprendidos, pendientes de los demás, constructivos… En fomentar estos eventos sí que tendrían que invertir dinero los gobiernos».
La JMJ ha recorrido ya muchos países: Italia, Argentina, España, Polonia, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Canadá, Brasil… y, en 2023, Portugal. Y en todos los países miles y miles de jóvenes —si no todos, seguramente la mayoría— tienen en su corazón un anhelo: conocer mejor su fe católica, comunicar y recibir experiencias, encender esperanzas, alimentar el amor.
Y es que realmente una JMJ tiene sentido desde Dios y hacia Dios, porque cada corazón, por la inclinación natural de su juventud, está abierto al anhelo de un encuentro. Se crea una predisposición especial que, saltando por encima de las colas, de los apretones, del fresco de la noche, del calor del día, de la sed y de la lluvia, de las alegrías y de los enfados…, hace posible una experiencia profunda de algo que es difícil de explicar: la amistad con Jesucristo.
Los números no podrán recoger eso que ocurre en lo íntimo del alma de miles de jóvenes que, muchos de ellos, acabado el esplendor de los actos, sin la luz de los reflectores, ponderando en su corazón —como María— tantos momentos especiales vividos en esos días, llegarán a encontrarse con alguien que los ama, que entregó su vida por ellos, que murió hace dos mil años, pero que está con ellos vivo y presente para transmitirles las fuerzas necesarias para seguir adelante en el camino de la vida, y que les susurra íntima y profundamente: «¡Ánimo!, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Y muchos jóvenes, entusiasmados y apoyándose en María, se levantarán y partirán sin demora para llevar la luz al mundo.