La hora crítica. El problema actual de Europa

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Vacas lecheras de Frisia oriental (Alemania) Foto: Derich Westendarp
Vacas lecheras de Frisia oriental (Alemania) Foto: Derich Westendarp

Por Jesús Jaraíz Maldonado

La pandemia que estamos sufriendo nos brinda la oportunidad de analizar, desde el punto de vista del distributismo, lo que está mal en el mundo. Esta corriente de pensamiento se basa en la doctrina social de la Iglesia y entre sus impulsores brilla con luz propia Gilbert K. Chesterton. Además de pensador y apologeta, fue testigo intentando aplicar a su propia vida las ideas distributistas. Muchas son de sorprendente actualidad en nuestros tiempos convulsos.

1. La hora crítica

En 1926 Chesterton escribió Los límites de la cordura1. Sus tiempos no fueron menos recios que los nuestros. El mundo parecía recuperarse del sufrimiento de la Gran Guerra, pero caminaba hacia la brutal crisis de 1929, el ascenso del nazismo y la II Guerra Mundial.

Dos sistemas económicos pugnaban por someter a la humanidad: el capitalismo y el socialismo. Para Gilbert ambos suponían una amenaza para su país, Inglaterra, y para la persona.

El socialismo responsabiliza a la unidad colectiva de la sociedad de todos sus procesos económicos y de todo lo que afecta a la vida y a la subsistencia esencial: “Si se vende algo importante, lo ha vendido el Gobierno; si se ha donado algo importante, lo ha donado el Gobierno; cuando se tolera algo importante, el Gobierno es responsable.”

El capitalismo, en cambio, defiende la idea de que “el rico será siempre lo suficientemente rico para pagar salarios al pobre y este lo bastante pobre para querer ser asalariado”. Expulsó a los campesinos ingleses de sus pequeñas propiedades para convertirlos en proletarios industriales que malvivirán hacinados en miserables bloques de barrios obreros.

Chesterton denuncia los males del proceso que avanza en su época: grandes corporaciones norteamericanas, los trusts, con abundante capital y nuevas técnicas de propaganda masiva, invaden el mercado inglés y establecen monopolios que terminan con los pequeños negocios.

El capitalismo, además, esconde una contradicción porque trata simultáneamente a los hombres de dos modos distintos. A medida que disminuye el número de propietarios ─menores en número, pero más poderosos─, y aumenta el de asalariados, cada vez es más difícil que la mayoría de los hombres sean clientes. Porque el capitalista siempre trata de rebajar lo que su empleado le pide, y, al hacerlo, reduce lo que su cliente, ahora empleado, puede gastar.

Paradójicamente existen notables paralelismos entre socialismo y capitalismo. De hecho, a este último lo denominó durante un tiempo proletarismo, “pues lo que lo caracteriza no es el hecho de que algunas personas posean capital, sino que la mayoría solo tengan salarios porque no tienen capital”. Y, puesto que el Estado socialista es extremadamente parecido al Estado capitalista, Chesterton entiende que no está lejos el Estado socialista. Al final, habría poca diferencia entre los empleados de correos, trabajando para el Estado bajo principios socialistas, y los empleados de una tienda, haciéndolo bajo principios individualistas.

Mal haríamos entonces si considerásemos que la alternativa al sistema capitalista será el socialismo. En este sistema “Hay que considerar solamente al público, y el Gobierno puede hacer lo que le plazca siempre que se considere al público. Presumiblemente puede hacer caso omiso de la libertad de los empleados y forzarlos a trabajar, tal vez encadenados. También es presumible que puede hacer caso omiso del derecho de propiedad de los empleadores y pagar al proletariado, si fuera necesario, con lo que saca de los bolsillos de aquellos. Todas estas consecuencias se siguen de la doctrina altamente bolchevique que cada mañana pregona la prensa capitalista”.

2. El problema actual de Europa

Hoy, casi cien años después, las palabras, entresacadas del capítulo La hora crítica, parecen premonitorias. El sistema actual, llamémoslo capitalismo “ya ha llegado a ser un peligro y se está convirtiendo en una amenaza de muerte. El mal se advierte en la experiencia privada más ordinaria y en la ciencia económica más fría”.

Puesto que no pretendemos realizar un estudio económico, nos centraremos en nuestra experiencia privada. Y animamos a que el lector reflexiones sobre la suya propia. Vamos a realizarlo aplicando una máxima chestertoniana: “Aquellos que en la práctica son hombres públicos deben ser criticados como males públicos en potencia”.

Durante décadas nuestros gobernantes han actuado de espaldas a los ciudadanos, prometiendo una cosa y haciendo otra diferente para perpetuarse en el poder. Cuando Francia facilitó la lucha contra ETA en su territorio, España abrió sus fronteras a la entrada de cadenas de hipermercados y grandes almacenes de diversos sectores procedentes de ese país. Y detrás vinieron consorcios alemanes y holandeses… y chinos.

Ciertamente han supuesto ventajas para los consumidores españoles. Sin embargo, esos trust, por utilizar la terminología de Chesterton, han colonizado el mercado español con productos industriales del norte de Europa frente a los que ha resultado prácticamente imposible competir. Allí donde un trust de muebles sueco abre su “tienda”, cierran la mayoría de tiendas y fábricas de muebles de esa provincia y sus colindantes.

También a través de dichas cadenas han llegado masivamente productos de alimentación. No hay cupos para la producción industrial, que perjudicaría al norte de Europa, pero sí los hay para el sector primario. España, con un peso importante del sector agrícola en su economía, ha sufrido una importante reducción de su producción debido a esos cupos.

Podrían justificarse los perjuicios anteriores recurriendo al argumento del libre mercado o a la necesidad de regular dicho sector para evitar la sobreproducción. La realidad es que esos trust ya ejercen prácticas de monopolio. No es razonable ni justo que, además de limitar nuestra producción mediante cupos, productores holandeses, daneses y alemanes inunden el mercado con sus excedentes lácteos a un precio muy por debajo del coste de producción español. Tampoco lo es que sigan pagando al ganadero la carne al mismo precio que hace treinta años. O que se abran las aduanas europeas a la entrada de arroz vietnamita a un precio muy inferior al coste de producción español. Recordemos que la pandemia interrumpió las crecientes protestas de agricultores y ganaderos indignados por el empeoramiento de sus condiciones de vida.

Cada vez más productores -industriales, comerciantes y agricultores-, sufren en carne propia los males del capitalismo. Mientras tanto, nuestros hombres públicos, que deberían buscar la felicidad de sus gobernados, se comportan como auténticos males públicos.

En las regiones más pobres del interior, gobiernos de diferente color prometen luchar contra la despoblación y el atraso. En cambio, continuamente producen nuevos decretos que absolutizan la defensa del medio ambiente a costa de los habitantes del medio rural, sin buscar un razonable equilibrio entre ambos.

Algunos de estos hombres públicos alcanzaron en su tiempo el poder con lemas como Prohibido prohibir. Prometieron aplicar políticas sociales y luchar contra la desigualdad. En la práctica, el más débil, el pequeño propietario rural ─como aquel al que Chesterton defendía─ no puede hacer libre uso de lo único que posee, su parcela rústica. En numerosas comarcas de montaña, ni siquiera puede construir una pequeña edificación para turismo rural, ni percibir ayudas porque, paradójicamente, su explotación no alcanza un tamaño mínimo «adecuado».

Para el pequeño propietario todo son trabas, burocracia y amenaza de sanciones. Me comentaba un joven ganadero, que lucha por mantener su explotación, las advertencias recibidas del guarda forestal en el caso de que una de sus cabras cruzase un cortafuegos o pisase una vía ferroviaria abandonada y llena de maleza. Otro joven, emprendedor rural premiado internacionalmente por sus cervezas artesanas, pretendía ampliar sus instalaciones y número de trabajadores. Tuvo, en cambio, que despedir a algún trabajador debido a las trabas burocráticas del gobierno regional.

Se podría argumentar que los gobiernos adoptan esas medidas para preservar el medio ambiente y evitar un impacto visual dañino. Sin embargo, cuando una gran corporación, un trust, pretende construir una gran planta fotovoltaica o eólica, encuentra las puertas abiertas y recibe todas las facilidades para obtener informes favorables de impacto visual o medioambiental.

¿Fijará más población y generará más puestos de trabajo en el medio rural un parque eólico, controlado desde la distancia, o los pequeños propietarios, si se les deja libertad para actuar? ¿Preservan más el medio ambiente o tienen menor impacto visual inmensos huertos solares que las pequeñas explotaciones agrícolas? Éstas son abandonadas, el matorral sustituye a los cultivos y los incendios, cada vez mayores, indican que algo no se está haciendo bien. Un exalcalde proponía la limpieza natural del monte mediante el pastoreo controlado. Incentivaría a los pequeños ganaderos, fijando población al medio rural y ahorrando cuantiosas partidas presupuestarias destinadas a prevención y extinción de incendios.

Ciertamente los hombres públicos están demostrando ser males públicos. Actúan con deslealtad hacia sus gobernados y cargan pesados fardos sobre ellos. Primero inventaron el céntimo sanitario, después el céntimo ecológico… Mientras el sufrido ciudadano se esfuerza por no contaminar, poderosos y miembros del Estado plutocrático, en terminología chestertoniana, viajan en jet privados y coches de gran cilindrada. O reservan plaza para disfrutar del minuto de gravedad cero en su futuro viaje orbital.

La pandemia ha servido para mostrar abiertamente, en expresión de Chesterton, Lo que está mal en el mundo2. Nos tomamos la libertad de agrupar en un largo entrecomillado su afirmación: “En nuestro país, que es lo que más importa a la mayoría de nosotros, ya estamos cayendo en ese círculo vicioso de salarios que bajan y de demanda que decrece… en un Estado capitalista en el cual empresa tras empresa se van arruinando… Nosotros tenemos que solucionar las posibilidades menores y más remotas de nuestra sociedad más simple y estática, en tanto que ellos no solucionan las realidades más importantes y urgentes de la suya propia, compleja y decadente… no se atreven a mirar de frente sus propios sistemas, en los cuales la ruina se ha hecho regla”.

¡Pero eso fue hace cien años! Respuesta reciente del eurodiputado socialista Josep Borrell3 en una entrevista a la pregunta ¿Más Estado?: “Ahora el Estado es el empleador de última instancia, el consumidor de última instancia, el propietario, porque habrá inevitablemente que capitalizar empresas con nacionalizaciones, aunque sean transitorias, y el asegurador de última instancia. Aumentará la presencia del Estado. Será de forma permanente”.

3. La necesidad de un espíritu nuevo

Ante esta situación del mundo, paradójicamente es un contemplativo, Thomas Merton4, el que señala el camino: “No existe auténtica santidad sin esta dimensión de preocupación humana y social… Estamos obligados a tomar parte activa en la solución de problemas urgentes que afectan globalmente a nuestra sociedad y a nuestro mundo”.

Nosotros tenemos que solucionar las posibilidades menores… pero ¿cómo? Lógicamente, lo primero que deberemos hacer es formarnos, conocer la doctrina social de la Iglesia y descubrir sus tesoros escondidos. Es difícil defender y poner en práctica lo que no se conoce.

¿Qué defiende Chesterton? El distributismo es la tercera vía y la mejor alternativa frente a los males del capitalismo y del socialismo. Desconocida por la mayoría, es la mejor porque atiende a la persona y no al capital o al Estado. Hemos descuidado el derecho particular de cada hombre a lo que es suyo y ahora estamos sufriendo por ese descuido. “Aparentemente tiene algo de mágico y fantástico decir que cuando el capital ha llegado a estar en manos de pocos lo que corresponde es devolverlo a las manos de muchos. El socialista lo colocaría en manos de menos gente todavía; y estas personas serían los políticos (…).”

Puede que sea necesaria una larga decadencia de nuestra civilización para que los hombres redescubran ese placer tan natural de la propiedad. Y es posible que la crisis mundial en la que estamos entrando sea el momento “Si podemos hacer más felices a los hombres, no importa que los (nos) empobrezcamos”.

Chesterton establece un programa con dos etapas:

En una primera, habría que invertir, o simplemente resistir, la tendencia moderna al monopolio y a la concentración del capital. Será una lucha a contracorriente… Podemos comenzar esa lucha con lo que tenemos más cerca de nosotros. De momento, somos libres para comprar donde queramos, al trust o al pequeño productor. Imaginamos qué hará el trust con los beneficios. El segundo podrá vivir dignamente él y su familia de su trabajo. Pero esa disposición requerirá de un esfuerzo poderoso de nuestra voluntad.

En una segunda etapa, debería realizarse la transformación paso a paso, con paciencia y concesiones parciales. Con valentía espiritual para castigar lo que ciertamente es inmoral: “Es simplemente el caso de un país gobernado tan mal y tan desordenadamente que se infecta de piratas”. La política debe confiar en que la persona, el hombre corriente, pueda tener y gobernar su casa. El ciudadano medio y respetable, no los partidos políticos, debería tener algo que dirigir.


NOTAS

1 Los límites de la cordura. El distributismo y la cuestión social. G. K. Chesterton. Ed. El buey mudo. Madrid, 2010.

2 Lo que está mal en el mundo. G. K. Chesterton. 1910. Ed. Verbum, 2018.

3 Entrevista a J. Borrell. Diario El Mundo. 7/04/2020.

4 En compañía de Thomas Merton. Isabel Martínez Moreno (de.) San Pablo. Madrid 2019.

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