
Venerable P. Tomás Morales, SJ. (Extracto de Hora de los laicos, 2ª Ed., pp. 155-161)
El encuentro [de Jesús] con la samaritana tiene trascendencia universal. Es la hora del mediodía (Jn 4,6), pero también es momento estelar en la historia de la mujer y en la propagación del evangelio. Desde que fluía la fuente del pozo de Jacob, ningún profeta había sostenido aún junto a su brocal conversación religiosa alguna con una mujer. Aquel día el mundo de la mujer alcanzó su mayoría de edad para el Evangelio.
¡Encuentro providencial junto al pozo de Sicar! Preludia una serie de sucesivos contactos en el evangelio y en la historia de la Iglesia. La mujer los considera como contactos providenciales e íntimos que hacen vibrar las fibras más sensibles de su ser. En cada uno de ellos, el Señor se adapta amorosamente a la idiosincrasia de la mujer. Hace una llamada personalísima e irrepetible a cada una. Los mejores momentos para ella son cuando oye al Maestro: «Mujer, ¡oh mujer!, hija, hija mía, hija de Abraham», o como en aquella mañana de Pascua radiante de luz: «¡María!».
Misionera del amor
«María, ve a mis hermanos y diles…» (Jn 20,17). Es el primer llamamiento explícito a una mujer para participar en la propagación de la fe. Intuitiva, ávida de amor, ansiosa de llevarlo a los demás, deseosa de transmitir vida y felicidad, le parece al Señor muy apta para irradiar la fe.
«Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andábades por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallastes en ellas tanto amor y más fe que en los hombres». Santa Teresa defiende así a la mujer. La integra urgentemente en esa movilización del laicado que piden los papas.
«El éxito de una revolución depende del grado de participación de las mujeres», dijo Lenin al triunfar el comunismo en Rusia. Lo atestigua así, según él, «la experiencia de todos los movimientos libertadores». La Iglesia lo sabe desde san Pablo hasta el papa actual.
En la aurora del cristianismo
La mujer desempeña un papel principal en la difusión del cristianismo primitivo. San Pablo la aprecia como instrumento valiosísimo. Con Lydia en Filipo hace penetrar el cristianismo en Europa. Las nobles mujeres de Filipo actúan en el borde de Europa como ejemplo que arrastra a todas las mujeres del continente.
San Pablo no hace más que seguir el ejemplo de Jesús. Desde su segundo viaje —misión por Galilea narrada por san Lucas— aparece rodeado de las mujeres. Estas, aunque según la costumbre judía ayudaban económicamente y prestaban hospitalidad a los doctores de la Ley, nunca les acompañaron. Pero Jesús rompe el estrecho marco en que el Oriente había encerrado a la mujer para hacerla colaboradora.
Cristo y san Pablo inician la más fecunda revolución feminista que conoce la historia. La mujer, encendida en amor a Cristo, se sentirá feliz repitiendo con santa Teresa: «Es muy buena compañía el buen Jesús». La antorcha del amor ardiendo en las manos y en el corazón de la mujer, atravesará la historia cristianizando las almas. En la aurora del cristianismo, la mujer jugó un papel decisivo que también en la actualidad, con mayor urgencia, debe desempeñar. «Una magnífica función tiene que realizar hoy en el apostolado con todos los recursos de su feminidad, en un mundo donde está adquiriendo cada vez más su sitio y su responsabilidad» [San Juan Pablo II].