En esta sociedad nuestra del 2021 se ha conseguido acallar conciencias con el tópico de la madurez. Nos están desmantelando todos nuestros valores y, como somos «maduros» no reaccionamos; nos resignamos.
Nos venden, por ejemplo, que los españoles, durante décadas, hemos padecido una represión sexual y eso se arregla con un empacho de sexo a todas horas y por todos los medios; eso lleva, como suele ocurrir, al otro extremo y pasamos de represión sexual a obsesión sexual.
Algo tan absurdo como querer curar una dolencia creando un vicio. ¿Que es usted hipotenso? Pues le arreglamos con alcohol hasta hacerlo alcohólico.
Y estas decisiones fáciles y funestas son más frecuentes de lo que parece. ¿Que un joven no se siente ya a gusto por el control paterno? Fácil: «como mis padres no me entienden, me voy de casa». O tantos ciudadanos que se sienten desencantados de la política y… «los políticos me han decepcionado, son todos iguales. No quiero saber nada de política ni de la sociedad».
Y así damos plena vigencia a la frase de Platón (427-347 a. de C.): «El precio de desentenderse de la política, es el ser gobernado por los peores hombres».
O aquel antiguo alumno, buen estudiante, al que me encontré un día por la calle y me espetó: «No, si he dejado de estudiar, porque está la cosa tan mal que “pa qué”».
Y resulta que, justamente, la solución es todo lo contrario, porque cuando algo va mal, el remedio no es abandonar, sino esforzarnos más, trabajar más, intentarlo una y otra vez, en lugar de optar por la opción más cómoda y desastrosa: abandonar la lucha, tirar la toalla, refugiarnos en la «madurez» para justificar nuestra irresponsabilidad.
Perdonadme, pero cada vez soporto peor la negligente justificación del es que yo soy así y no puedo con la que tenemos encima. ¿Yo soy así? Esta postura tibia y cobarde que rehúye la lucha, ¿no será más bien una desviación surgida del egoísmo o la comodidad?
Es una tendencia muy generalizada el tirar por la calle del medio cuando se nos presentan problemas serios; nos autoconvencemos, con bastante facilidad, de que el problema nos supera y, entonces, lo mejor es no hacer nada, retirarnos y dejar, así, todo el campo al enemigo. Craso error porque la solución está, justamente, en todo lo contrario: luchar y no resignarse.