La revista Estar se complace en publicar en este número Memoria, un breve documento —inédito aún— que el P. Tomás Morales escribió en noviembre de 1955 como informe para el obispo auxiliar de Madrid, D. José María García Lahiguera, según nos cuenta él mismo en su posterior escrito Génesis y desenvolvimiento: “Faltaban muy pocos días para la Inmaculada cuando fui a verle. Después de darle cuenta de todo y responder a las preguntas que me hacía para informarse bien, le sugerí la conveniencia de una aprobación por escrito de la Cruzada. Me contestó: ‘Mándeme usted en seguida una instancia dirigida al señor Patriarca, haciendo la solicitud, y con ella, un pequeño memorial en que se cuente cómo surgió y cómo viven los que actualmente en ella participan’”[1]. La causa de aquella visita era que a mediados de abril de aquel año 1955 los Cruzados de Santa María, aún sin ese nombre[2], habían sido aprobados verbalmente por el patriarca de Madrid, D. Leopoldo Eijo y Garay; pero faltaba aún un reconocimiento por escrito. Para hacerlo, el obispo auxiliar requirió una memoria de cómo había surgido el movimiento y de cómo se había desarrollado hasta ese momento.
Se trata de una Memoria trascendental en la Historia de los Cruzados de Santa María, ya que es el primer informe que el fundador hace de su obra, sin estar aún aprobada por la Iglesia, así como una primera reflexión por escrito de la misma, en la que se destaca no cómo les gustaría vivir a unos cuantos laicos, sino cómo vivían ya desde hacía varios años. En ella pueden verse algunos puntos todavía en gestación, y algunas ideas de lo que había de ser el laicado maduro aún en germen; como, por ejemplo, la opinión de uno de aquellos primeros trabajadores que deseaba consagrarse como cruzado, que se ofrece “para que su hermano sea sacerdote, mientras que él será sólo medio sacerdote”. Y no era sólo una forma de hablar. Debemos pensar que faltaban aún siete años para el comienzo del Concilio Vaticano II y diez para su finalización; así, la idea de un laicado con una misión propia en la Iglesia y no como una ayuda —o unos brazos largos— de la jerarquía debía ir madurando poco a poco.
El propio P. Morales consideró esta Memoria un hito capital en la historia del surgimiento de la institución. Por ello, cuando treinta años más tarde, en 1985, la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares le pida una historia de la institución con vistas a su aprobación como instituto secular, enviará un informe de seis folios, donde toda la primera parte la constituye esta memoria sin apenas variaciones[3].
El documento, cuya redacción parece haberse hecho de un solo tirón, quizás con algunas notas previas a la vista, pero sin correcciones ni añadidos (algo que a quienes estamos acostumbrados a redactar con ordenador nos resulta ya muy difícil), supone un gran orden mental; se percibe en él gran entusiasmo por la obra que está presentando, no exento de cierta dosis de espontaneidad y de toque autobiográfico.
Se compone de dos folios y medio a máquina, a un espacio, con márgenes muy pequeños. Como era habitual entonces, hizo original y dos copias, con aquellas hojas de papel de calco, fotocopia rudimentaria y casera de la época.
El documento viene firmado en una de las fiestas de la Virgen, como era habitual en él, la de la Presentación de la Virgen en el templo.
Hemos respetado las grafías, los signos de puntuación y los subrayados del original. Todas las notas explicativas son nuestras.
MEMORIA
En diciembre de 1946[4] empecé a dar tandas de Ejercicios Espirituales internos a empleados de oficinas de Madrid, comprendidos entre los dieciséis y treinta años. Al salir de los Ejercicios se dedicaban a la conquista del ambiente de sus centros de trabajo y a la recluta de compañeros para las siguientes tandas. Como la labor iniciada en los Ejercicios, pedía continuidad, a petición de los mismos exejercitantes, empezaron a darse mensualmente días de retiro en una casa de Ejercicios, comenzando la víspera a las nueve de la noche[5], para acabar al día siguiente a la misma hora.
En los Ejercicios y en los días de Retiro, —verdadero día mensual de Ejercicios— les hablaba de la necesidad de entregarse totalmente al Evangelio, para poder ganar para Cristo y la Virgen a toda la juventud trabajadora que les rodea en oficinas y centros de trabajo. Al hacerlo, interiormente pensaba que esa entrega sólo llegaría hasta el matrimonio. Pero un día, en los primeros meses de 1949[6], pude comprobar que la semilla fructificaba al ciento por uno.
Hablando conmigo uno de ellos, me dice: “Padre, la Obra que llevamos entre manos me parece tan grande, y las cosas de este mundo me parece que valen tan poco, que yo me consagraría a esto para siempre. Como sabe, tengo familia, pero estaría dispuesto a dejarla, renunciando también a la ilusión de constituir un nuevo hogar, pues comprendo que todo esto es preciso para conquistar las almas de los compañeros”. Me sorprendió, pues no había pensado jamás en la posibilidad de esto. Le dije: “Piénsalo bien, no tomes decisión por el momento y cuando pase algún tiempo, me vuelves a hablar”. Al decírselo, pensaba que sería ilusión de un momento, que no se volvería a acordar. Pasaron ocho meses más, y otro día, hablando de su oración y de la manera de hacer el examen de conciencia, me dice: “Sigo firme en mi deseo de lo que le dije hace tiempo. Cada vez lo veo más claro y estoy dispuesto a ello”. Quince días después, sin haber hablado precisamente entre sí, otro me expresaba también su deseo en idéntico sentido.
Entonces, eran los últimos meses de 1949, empecé a pensar por primera vez, si el Espíritu Santo estaría inspirando estas entregas totales a la perfección evangélica sin salir del mundo, para la conquista de la clase trabajadora, actuando en sus centros de trabajo, o en las obras que la Iglesia pudiera organizar para atraer a esa masa en las que necesitase estos elementos selectos.
A partir de aquel momento se van sucediendo los llamamientos, dibujándose cada vez más clara la tendencia a un estado de perfección en el mundo, sin abandonar los centros de trabajo, conviviendo en contacto continuo con sus compañeros. En 1950, durante la Semana Santa, en una tanda de ocho días completos de Ejercicios, uno de ellos, Jesús Palero, siente el llamamiento y hace entrega de todo. Dos meses después renunciaba a la vida de familia y empezó a vivir en la Residencia Covadonga, inaugurada por entonces. En el mes de julio hace la ofrenda de su vida, pidiendo al Señor una enfermedad dolorosa y la muerte, por la juventud trabajadora de Madrid y de España. Un mes después caía enfermo de meningitis tuberculosa y el 29 de septiembre de ese Año Santo, entregaba su vida al Señor.
En 1951 hacía el servicio militar en una ciudad fronteriza un empleado de veintidós[7]años. Como jugaba muy bien al fútbol, el equipo regional le ficha, ofreciéndole 80.000 pesetas de entrada y 2.000 cada mes. Escribe a Madrid a uno de sus compañeros: “Me han ofrecido esto. Pero como veo que el Señor me llama a consagrarme a Él y a la salvación de los jóvenes trabajadores, no lo he aceptado y seguiré en la oficina donde estoy trabajando”.
Más adelante, otro me decía: “Quiero llenarme de amor, consagrarme totalmente a la Virgen, por la salvación de las almas”. Creyendo yo que se trataría de una vocación sacerdotal, le sugerí la idea de entrar en un Seminario u Orden Religiosa. Lo pensó bastante tiempo. Un día me dice: “No; no es ese mi camino; creo que Dios me llama a vivir entre mis compañeros de trabajo, siendo testigo viviente de lo Eterno”. Aludía a las palabras de Pío XII: “La finalidad del Cristianismo, no es crear instituciones ni formar jefes, por muy interesante y necesario que sea el tenerlos. La finalidad es forjar santos, es decir, testigos vivientes de lo Eterno”.
En 1952, otro me decía: “Con gusto me haría sacerdote, pero comprendo que no tengo condiciones intelectuales; me quedaré sosteniendo a mi madre, puesto que necesita de mí, y así mi hermano podrá ser sacerdote. Pero yo le he dicho: tú te vas a hacerte sacerdote, pero yo seré medio sacerdote al consagrarme a la salvación de las almas de mis hermanos de trabajo”.
Al principio me resistí a dar ningún paso definitivo, interpretando todo como entusiasmo pasajero de juventud. Pero al ir pasando los años, y constatar la persistencia de las entregas, y que nuevos llamamientos se suscitaban, empecé seriamente a pensar si Dios podría querer abrir un cauce estable y permanente a esta corriente de generosidad y entrega para la conquista de las almas, cuya fuerza se comprobaba por el arrastre creciente de compañeros alejados desde la niñez de los sacramentos —y algunos sin haberlos recibido todavía—, particularmente a las fiestas de la Virgen, en especial a la Vigilia de la Inmaculada, a la misa que se celebra cada sábado en la parroquia de San José y a los actos del mes de mayo. Esta fuerza de conquista, pensé, podría ponerse al servicio de toda clase de Obras de la Iglesia, con objeto de que los sacerdotes que trabajan en estas actividades, dispusieran de fermentos establemente consagrados a Dios, que actuasen sobre la masa en el seno de sus Empresas, familias, y Obras de asistencia y capacitación socia.
Algunos de ellos, concibieron la idea de pedir la excedencia en las oficinas en que trabajaban para poder consagrarse más de lleno a la conquista de sus compañeros en Residencias, Sanatorios, Cooperativas, Escuelas de Capacitación Profesional, Deportes… Para ello, varios han abandonado sus familias y sin recibir remuneración, trabajan desinteresadamente en pro de sus compañeros.
Así en el Sanatorio Guadalupe de Guadarrama (antiguo Hispano Americano), cuatro de ellos están dedicados al cuidado de unos setenta enfermos trabajadores tuberculosos. Diariamente hacen media hora de oración en común antes de la Santa Misa, y el examen de conciencia nocturno durante un cuarto de hora. Llevando así una vida de comunidad adaptada a las exigencias del bien corporal y espiritual de los enfermos.
En la Residencia Covadonga de Madrid, unos seis o siete[8] de ellos, conviven con ciento veinte empleados jóvenes de toda España que carecen de familia en Madrid. También llevan su vida de comunidad, aunque mucho más flexible que en el Sanatorio, pues las exigencias especiales de una obra de este tipo son distintas de aquél.
Además de estos, unos nueve más, viven con sus familias y permanecen en sus oficinas y centros de trabajo, por estimarse que ahí pueden dar más gloria a Dios para la conquista del ambiente. Aún estos tienen algo de vida en común, pues diariamentese reúnen a las siete y media de la mañana para hacer media hora de oración mental, todos juntos, antes de la santa Misa que todos oyen a continuación; mensualmente hacen el día de Ejercicios, o de Retiro, comenzando la víspera; y anualmente ochos días completos de Ejercicios. Todo esto desde hace siete años.
Entre ellos ha surgido la idea de consagrarse establemente a Dios con votos. Algunos los han hecho privados y temporales[9], coincidiendo con las fiestas de la Virgen. Antes de hacerlos, se ejercitan en vivir con regularidad y constancia las virtudes propias de los votos. Desde hace unos meses tienen uno que hace de Superior, asesorado de dos consejeros[10].
Actualmente son unos diecinueve los que viven en estas condiciones, aunque algunos todavía no han emitido ningún voto, no lo harán hasta que se les juzgue preparados y hayan adquirido madurez de edad y de carácter. De los que empezaron hace siete años, solamente han fallado uno o dos. Esto sin que en realidad se pueda decir haya trascendido, dado el secreto con que procura llevarse todo ello.
Todo este movimiento ha surgido de una vida espiritualmente intensa, bajo la mirada de la Virgen. La casi totalidad ha hecho ya ocho días completos de Ejercicios (diez contando la entrada y la salida), unas cinco veces; han asistido a unos ochenta días mensuales de Ejercicios o Retiros; y con regularidad y constancia acuden a la meditación y misa diaria, desde febrero de 1948.
Así se explican también las cincuenta y dos vocaciones sacerdotales y religiosas[11] que han surgido y que se distribuyen así: Seminario Madrid, seis; Seminario Segovia, uno; Seminario Ávila, uno; Jerónimos, seis; Jesuitas, seis, Salesianos, cinco; Corazón de María, cuatro; Dominicos, tres; y en otras órdenes once.
Madrid, en la fiesta de la Presentación de Santa María 21 de noviembre de 1955
(Notas del documento)
[1] Escrito en 1962, Génesis y desenvolvimiento fue publicado en la revista Estar, con algunas adaptaciones del texto al gran público, entre junio de 1974 y abril de 1977. Damos aquí la referencia al texto original (folio 15).
[2] El nombre de la institución se acordó cuatro meses después en una asamblea en Gredos (24 agosto 1955).
[3] Firmado el 25 de marzo de 1985, fiesta de la Encarnación del Verbo.
[4] En Génesis y desenvolvimiento (f. 1), redactado en 1962, dirá que fue en octubre de 1946, en el puente de Todos los Santos cuando dirigió la primera tanda de Ejercicios a dieciocho universitarios y doce empleados de oficinas, y que los empleados se lanzaron a reclutar a nuevos ejercitantes. Es correcto, por lo tanto, que en diciembre dio la primera tanda sólo para empleados.
[5] La costumbre de los días de retiro en los distintos movimientos de la Iglesia era en esos momentos que se iniciaran el domingo por la mañana. Él fomentó y recalcó la idea de los retiros comenzados la víspera, siguiendo la tradición ignaciana, para introducir las correspondientes adiciones por la noche y al levantarse. En El Hogar del Empleado (Madrid 1958), J. A. Cajigal subraya ya este matiz (“cada mes del año tiene lugar un día de Retiro Espiritual, que comienza la víspera”, p. 216). En todos sus primeros escritos insistirá él en la importancia de los retiros de 24 horas (Forja de hombres, Madrid 41987, p. 37).
[6] El propio P. Morales da una fecha muy anterior en obras posteriores como Forja de Hombres [redactado en 1962] (“Al atardecer de uno de esos días [noviembre 1947], tengo delante de mi mesa a un militante de veinticuatro años”, 1987: 31); o Génesis y desenvolvimiento [1962] (“Al atardecer de un día de noviembre de 1947 un militante de veinticuatro años”, f. 4). Dada la antigüedad de Memoria, es posible que sea ésta la fecha auténtica, sin que podamos asegurarlo, ya que Memoria está escrito con la premura de una entrega inmediata.
[7] Se trata de Abelardo de Armas, cofundador de los Cruzados de Santa María y director de los mismos desde 1960 hasta 1997. Cuando le proponen el contrato, a los veintidós años, es ya en 1952.
[8] “Seis o siete”. Estas vacilaciones e imprecisiones numéricas son propias del estilo tanto oral como redaccional del P. Morales. Sin base real, no obedecen a una frágil memoria, sino que tienen tan sólo un valor estilístico. Véase que a continuación habla de 120 empleados. Da la impresión de que se trata de un recurso estratégico para que el auditorio, o el lector en su caso, se fije en lo esencial (contenido) y no dé importancia a lo que él considera anecdótico, el número, cuya exactitud es irrelevante frente a la entrega de su vida. Así en homilías: “hace veinte o veinticinco años estaba yo en Bolonia, no recuerdo bien…”.
[9] Hasta el 13 de mayo de 1967, día en que se celebraba en la Iglesia el quincuagésimo aniversario de las apariciones de la Virgen en Fátima, y en la institución el vigesimoquinto de la ordenación sacerdotal del P. Morales y tuvieron lugar las ordenaciones de los dos primeros sacerdotes cruzados, ningún cruzado formuló los votos perpetuos.
[10] Fueron elegidos en la asamblea de Gredos (24-VIII-1955). “Allí se eligieron entre todos los asistentes, por primera vez, un Jefe y dos consejeros que gobernasen la Cruzada que nacía” (Génesis y desenv. f. 15).
[11] En realidad, si los sumamos bien, veremos que son cuarenta y tres. Fruto del entusiasmo, y quizás de las prisas por acabar el informe, le salió la cuenta abultada por no haber alineado verticalmente bien una unidad y haberla colocado en las decenas. Pero, aun así, pensemos bien lo que son cuarenta y tres vocaciones adultas en sólo siete años de movimiento, procedentes de un mundo laboral que, al abandonarlo para abrazar la vocación religiosa o sacerdotal, dejaban de ingresar en casa un sueldo, tan importante como era en aquella España de postguerra, y “salidos de mochachos” como los quería san Ignacio para la Compañía. Los números hablan por sí solos. En estos primeros años, sin la existencia de los Institutos Seculares (aprobados el 2 de febrero de 1947 por Pío XII, aún no tenían tradición y su idiosincrasia era muy desconocida), esta era la vocación que parecía más idónea para quienes deseaban consagrarse a Dios. Por otra parte, el abanico de seminarios y órdenes religiosas en que ingresaron, que intencionadamente hace ver el P. Morales al obispo, demuestra la visión amplia y universal que le daba a su obra, sin una orientación dirigida hacia la Compañía ni hacia ninguna otra institución concreta (entre esos once de “otras órdenes” hay franciscanos, escolapios, redentoristas y misioneros del Corazón de María). El respeto absoluto hacia cada persona y una dirección espiritual sincera, abierta a lo que Dios quisiera de cada uno, siguieron orientando hacia estas instituciones a muchos empleados, aun después de la aprobación de los Cruzados de Santa María el 8 de diciembre de 1955. Y con perspectiva histórica podemos decir ahora que perseveraron prácticamente todas estas vocaciones, llegando algunos a cargos de gobierno y responsabilidad importante dentro de sus órdenes, como el general de los jerónimos, o distintos provinciales de la Compañía.