La misión ad gentes es llevar el Evangelio a quienes todavía no conocen a Cristo, es la misión dirigida a pueblos, grupos humanos, contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos.
La peculiaridad de esta misión ad gentes está en el hecho de que se dirige a los «no cristianos», a los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo o a los que están alejados de Cristo, entre los cuales la Iglesia todavía no ha arraigado y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio.
La misión ad gentes no tiene límites ya que la Iglesia debe convertir todo el mundo a la santa fe católica en virtud del mandato universal de Cristo: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15).
Pero en un mundo tan paganizado, también hay que misionar entre los creyentes; es la misión general de todo bautizado. Decimos que la Iglesia es misionera porque ha recibido de Jesucristo el encargo (misión) de evangelizar, es decir, de hacer que toda la humanidad conozca a Jesucristo y viva en comunión con él y su Evangelio.
Todos los miembros de la Iglesia participan de esta misión: «Todo cristiano es misionero en virtud del bautismo recibido» (cfr. Rmi 71). En este mismo sentido, cualquier cristiano estaría cumpliendo con su misión por el simple hecho de ser un buen cristiano, porque estaría anunciando a Jesucristo con su vida en su familia, en su trabajo, etc., y así procurando suscitar, avivar y sostener el espíritu misionero universal de todos los bautizados, de manera que se interesen por las misiones y nazcan, de este modo, vocaciones misioneras, o cooperen con ellas.
Podemos decir que la actividad misionera específica es la actividad eclesial que lleva a cabo la evangelización de los no cristianos (primera evangelización o misión ad gentes) o de los cristianos alejados (nueva evangelización). A los que realizan esta actividad misionera específica es a quienes —con toda propiedad— designamos con el título de «misioneros».
La actividad misionera específica, persigue tres objetivos: anunciar a Jesucristo a los que no lo conocen; procurar el establecimiento de la Iglesia en donde no existe o fortalecerla allí donde existe, pero no tiene una vida comunitaria activa y evangelizadora; y promover la santidad como revitalizadora espiritual y social.
Sí, se necesitan misioneros ad gentes y misioneros del día a día que misionen en la cotidianidad promoviendo los valores evangélicos en un mundo sin fronteras.
En este número de Estar, proponemos varios ejemplos luminosos.