«¿Nuevas ideologías?»: Nada nuevo…

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Foto: Adil Janbyrbayev
Foto: Adil Janbyrbayev

Las ideologías son interpretaciones movidas por una voluntad de poder que buscan transformar la realidad. Además de las surgidas en el siglo XIX (liberalismo, socialismo, nacionalismo, cientificismo…), otras dirigen hoy el curso de los acontecimientos: antinatalismo, feminismo y ecologismo radicales, globalismo, transhumanismo…

Presentan rasgos comunes: promesa de un mundo feliz (utopía), cosmovisión materialista, revolución social y política, sustitución de la realidad por esquemas preconcebidos, relativismo… Coinciden también en sostener que el único dios es el propio hombre (o mujer) autosuficiente, que se hace a sí mismo, que no reconoce un Ser superior ni un orden moral que lo limite. Es la vieja —viejísima— tentación: «Seréis como dioses».

Golpeados por acontecimientos y maniobras que no podemos controlar, pero que nos afectan de manera contundente, querríamos saber qué es lo que de verdad está pasando. Pero medios informativos, redes sociales —esas ventanas por las que nos asomamos al mundo— son parte importante del problema, y hemos dejado de fiarnos.

¿Quién o quiénes toman las decisiones que configuran nuestro mundo? ¿De qué criterios se sirven? ¿Sabemos de verdad quiénes son y por qué están en esos centros de poder que gobiernan a quienes nos gobiernan? ¿Por qué en países de muy distantes latitudes se plantean asuntos tan similares al mismo tiempo: legalización de la eutanasia, proselitismo homosexual e ideología de género en las escuelas, derecho al aborto, vientres de alquiler, investigación con embriones humanos…? ¿Qué agenda establece hacia dónde deben ir las políticas o la economía que configuran nuestro mundo?…

Se ha dicho que la revolución moderna se asemeja a la parábola del hijo pródigo. Los hombres del Renacimiento pidieron a Dios la parte de su herencia —el libre uso de su inteligencia, su voluntad y sus pasiones— para usarlas a su arbitrio. Al principio se sentían felices, pletóricos de impulso creador. Pero con el tiempo esa herencia se fue dilapidando y comenzaron a sentirse vacíos, hambrientos, y los que se habían negado a reconocer a Dios buscaban ahora amos extraños a los que someterse. Acabaron apacentando cerdos. El hombre quiso hacerse como Dios, y acabó reduciéndose al nivel de los animales. Como afirma Gustave Thibon: «El hombre no escapa a la autoridad de las cosas de arriba, que lo alimentan, más que para caer en la tiranía de las cosas de abajo, que lo devoran».

En Caritas in veritate escribía Benedicto XVI que «sin Dios el hombre no sabe dónde ir, ni tampoco logra entender quién es. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano». Al laicado católico toca responder en primera línea aportando claves de verdadero humanismo e iniciativas acordes a la dignidad humana y a la voluntad de Dios. Empecemos por conocer a qué nos enfrentamos.

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