¿Cuánto es «mucho»? ¿Por qué cuando queremos expresar la grandeza de nuestro amor recurrimos a fórmulas tan imprecisas como «te quiero mucho»? Si el amor es algo concreto (obras son amores…, decimos) ¿en qué unidades lo mediremos?
En esta Campaña de la Visitación que iniciamos, dentro del año de san José, podemos ejercitar las unidades del amor. Para empezar, contemplemos: ¿cómo era el amor de María y de José por su hijo? Porque ¡Jesús aprendió a amar fijándose en sus padres y recibiendo de ellos el amor!
Jesús aprendió de José a medir el amor en horas. ¡De sol a sol! Ese era el tiempo que su padre dedicaba al trabajo en el taller. El Niño asimiló que el amor es trabajo y el trabajo amor, desde el amanecer hasta el anochecer (como nos enseñará en la parábola de los viñadores, cf. Mt 20,1-16). Y también aprendió a computar el amor en «enseguidas»: era el tiempo que tardaba José en acudir cuando le requerían, y como comprobará después, el «tiempo de reacción» de la suegra de Pedro que, una vez curada, «se levantó enseguida y se puso a servirles» (Lc 4,38).
Y además experimentó la medida de la longitud del amor en millas o estadios (en kilómetros diríamos hoy): las que recorría con su padre para repartir sus encargos por la comarca y para celebrar cada año la Pascua en Jerusalén. Por ello dirá más adelante como concreción del amor: «a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos» (Mt 5,41). Y también aprendió a medirlo en cabellos (milímetros): era la precisión que requería la obra bien hecha o, mejor dicho, la obra hecha amor.
Más aún: aprendió a pesar el amor en kilogramos (o en libras): los de los tablones que transportaba para elaborar los enseres que facilitaban la vida a sus vecinos. Y en granos o pizcas, porque experimentó que los detalles hechos por amor adquieren un valor de eternidad (como la levadura metida en tres medidas de harina, que hace que todo fermente, cf. Mt 13,33).
Amor en el trabajo, la familia, la atención al prójimo, la dedicación al Padre…, medido en horas, millas y libras…, y en segundos, milímetros y gramos. Jesús asimiló bien sus unidades: por amor estará 40 días en el desierto (Mt 4,2), se desviará del camino 40 kilómetros para encontrarse con la samaritana (Jn 4,3) y, camino del Calvario, cargará con los 40 kilos del travesaño de la cruz (Jn 19,17).
San Pablo nos invitará a captar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo del amor de Cristo (cf. Ef 3,18), una tarea apasionante e inabarcable, porque Jesús nos «amó hasta el extremo» (Jn 13,1), y ¿habrá unidades capaces de medir el exceso del amor? Contemplemos a Jesús en la Eucaristía y descubriremos las dimensiones del amor desmedido. Nos susurra: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20), más íntimo a vosotros que vuestra propia intimidad, sin dejar una micra de separación.
San Ignacio nos advierte que hemos de poner el amor más en las obras que en las palabras [EE230]. ¿Cómo es nuestro amor a Dios y a los hombres? ¿En qué unidades lo traducimos? Dejemos que Cristo viva en nosotros y, nuevamente encarnado, sea él quien reproduzca en nosotros su amor «in-menso». San José, protector nuestro, ponnos con tu hijo y enséñanos a practicar las unidades del amor.