Cada Navidad se multiplican por todos los ambientes esas maravillas de inculturación de la fe que son nuestros belenes populares. Este año he tenido la oportunidad de saborearlos en distintos rincones de España y de Perú, tan diferentes pero tan entrañables a la vez. En ellos el mayor de los misterios (al que llamamos “el Misterio”, sin más) se representa rodeado de las escenas más prosaicas: lavanderas, mesoneros, carpinteros, pastores… y hasta cazadores, oficinistas de correos, y animales de toda especie y tamaño tienen su espacio en el belén, para regocijo de pequeños y mayores. Y es que toda actividad humana y toda cultura quieren expresar su estremecimiento por la Navidad y quedan iluminadas por la Luz del Verbo encarnado.
¡Qué interesante sería que popularizásemos en nuestros ambientes, además de los belenes, los “nazarets”, es decir, las representaciones de la Sagrada Familia en su vida diaria en Nazaret! Porque Jesús pasó en esta humilde aldea treinta años, y de su vida oculta ¡sabemos tan poco…! Ha comentado recientemente el Papa Francisco: “Los Evangelios, en su sobriedad, no relatan nada acerca de la adolescencia de Jesús y dejan esta tarea a nuestra afectuosa meditación. El arte, la literatura, la música recorrieron esta senda de la imaginación…” (17-XII-2014) ¡La senda de la afectuosa meditación! ¿No nos recuerda esta forma de orar la invitación de san Ignacio a contemplar “viendo las personas con la vista imaginativa”?
¿Cómo imaginamos la vida de la Sagrada Familia en Nazaret? ¿Cómo sería su vida de familia, de trabajo, de oración, sus relaciones sociales? ¿Cómo serían sus momentos de reunión en torno a la mesa, las conversaciones entre ellos, el ambiente del taller…? Comenta el papa Francisco: “En Nazaret todo parece suceder «normalmente» (…) se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas… todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar…” (17-XII-2014) ¡Cuánto nos enseña esta vida de asombrosa sencillez!
En nuestros nazarets tendríamos que introducir el conjunto de cuevas y edificaciones de la aldea, su sinagoga, los caminos y los campos de mieses doradas. Pero no podrían faltar en ellos —siguiendo el estilo de la inculturación de los belenes— un supermercado, unos grandes almacenes, un polideportivo, una escuela… y hasta jóvenes con sus cascos y ‘smartphones’, que pasan cerca de la Sagrada Familia, ajenos a la redención que realizan bajo las apariencias más ordinarias.
Porque el Verbo al encarnarse quiso asumir hasta lo más profundo nuestra condición humana excepto en el pecado. Y desde entonces toda actividad humana vivida desde la fe es ámbito de santificación, ya que Él permanece unido a nosotros cuando la realizamos.
¿Cómo abordamos nuestras tareas profesionales, cómo son nuestras relaciones familiares o con la comunidad de vecinos, en la escuela o en la Universidad, en el autobús o en la calle? ¿Pensamos cómo las vivirían Jesús, María y José? No es una consideración meramente imaginativa. ¡Jesucristo las vive con nosotros! Está deseando que le dejemos entrar en nuestros claustros de profesores, en las asociaciones de vecinos y de padres de alumnos, y en los sindicatos, en cada una de nuestras actividades y relaciones.
Por eso el recuerdo de la vida de Nazaret nos hace mucho bien en nuestra vida de laicos en medio del mundo. Pongamos un nazaret en nuestra casa, pero mejor aún en nuestra vida.