Un santo para todos nosotros

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Juan Pablo II
Juan Pablo II

Cuando este número de la revista Estar llegue a nuestras casas Juan Pablo II ya habrá sido declarado beato. Es el momento de dar gracias a Dios por este regalo precioso para la Iglesia y el mundo.

A través de las beatificaciones y las canonizaciones la Iglesia da gracias a Dios por el don de sus hijos que supieron responder con generosidad a la gracia divina. De este modo los honra y los invoca como intercesores. Al mismo tiempo, la Iglesia madre y educadora nos presenta estos ejemplos para que los imitemos. Porque todos los fieles estamos llamados con el bautismo a la santidad, la meta propuesta para cualquier tipo de vida.

Al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, la Iglesia quiere suscitar en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Porque ser santo significa vivir cerca de Dios, gozar de su intimidad, formar parte de su familia.

Pero Juan Pablo II, llamado por muchos “el Grande”, ¿será sólo un modelo de santidad para quienes llegan a la “silla de Pedro”, o para los obispos; o nos puede decir algo también a todos nosotros, laicos en medio del mundo?

La declaración de santidad que hace la Iglesia es una declaración que se extiende a toda la persona, y aunque puede haber momentos de oscuridad o de pecado, como vemos en las biografías de los conversos, alcanza también su recorrido vital. La Iglesia examina con cuidado toda la biografía de la persona para ver el desarrollo de sus virtudes y para conocer mejor la obra de Dios en cada alma.

Los santos son modelos de vida. Son una ayuda que el Señor nos pone para nuestro camino. Quizás por eso sea ésta una oportunidad para releer una biografía de Juan Pablo II, para rastrear la obra de la gracia en su vida y ver cómo supo responder a las solicitaciones del Señor. Por eso Juan Pablo II es también un modelo para todos nosotros.

Una beatificación como la de Juan Pablo II nos tiene que alentar y nos tiene que ayudar a que renazca en nosotros el deseo de santidad. No basta la admiración, debe suscitar en nosotros la pregunta irrenunciable: ¿Cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios?

Según nos ha dicho recientemente Benedicto XVI, “a esta pregunta se puede responder ante todo de forma negativa: para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva: es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades”.

La santidad es el seguimiento de Jesús que exige un esfuerzo constante, pero no es obra de gigantes y de seres excepcionales. La santidad es posible a todos, porque, más que obra del hombre, es ante todo don de Dios.

Ya tenemos un intercesor más en el cielo, que nos va a ayudar en nuestro camino de santidad laical. Ahora está más presente que nunca. Así nos lo ha recordado hace poco tiempo, en una entrevista publicada en ABC, el que fue portavoz del papa durante veintidós años, Joaquín Navarro Valls: “Pocos días después de su fallecimiento me preguntaron en una rueda de prensa si lo echaba de menos. Ya entonces dije: -No, no le echo de menos, sencillamente porque antes, según el trabajo que había, estaba con él dos o tres horas al día. Ahora, en cambio, puedo estar en contacto con él 24 horas al día. Le pido consejo, le pido que me ayude…”

Que esta cercanía con este gran amigo de Dios y todo de la Virgen María nos ayude a seguir más de cerca a Jesús.

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