Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría (Benedicto XVI, JMJ 2011)
Por Janire Peñafiel
Todo cambió cuando conocí a mi marido Javier hace ya 9 años. Él venía del entorno de los Cruzados de Santa María, a los que siempre ha estado ligado, desde su primer campamento a los 12 años. El caso es que a raíz de conocerle a él, también fui conociendo a mucha gente de los colaboradores de los Cruzados y cada vez más, participando en las actividades que organizan. Digo poco a poco porque para una persona como yo, cuya vida ha estado alejada de la Iglesia, participar en actividades como la Vigilia de la Inmaculada o los retiros, es algo totalmente novedoso y en ocasiones, desconcertante. Mi cabeza se iba llenando de preguntas a las que nunca antes había buscado respuesta y que poco a poco iba encontrándolas.
Sin duda, ellos han contribuido enormemente en mi “conversión” y desde aquí les doy las gracias. Pero también la familia de mi marido ha tenido mucho que ver en ella, por el ejemplo y vivencia de fe que son capaces de transmitir a todo el que les conoce. Además de una familia unida que vive su fe activa y abiertamente, son una familia fuerte que ha tenido y sigue teniendo que enfrentarse a situaciones muy complicadas de salud y siempre sin perder la alegría, las fuerzas y sobre todo la fe.
Ahora, que estamos sumergidos en plena Campaña de la Visitación, ningún ejemplo me viene a la cabeza mejor que el de confianza y abandono que nos dan día a día la hermana de mi marido, mi cuñada María y mi cuñado, Juan Diego.
Son un matrimonio cristiano joven, como tantos otros, pero hace tres años y medio que viven una experiencia que les ha cambiado tanto a ellos como a los que estamos a su alrededor.
Todo comenzó con la espera de su segunda hija Sara, con la que conseguían, por el momento, la parejita. En una revisión rutinaria durante el embarazo, le detectaron una obstrucción en el intestino y les informaron de que deberían hacerle un seguimiento especial y practicar una cesárea y una operación para corregir el problema, antes de que se produjeran males mayores.
Pero llegado el momento, el daño ya se había producido y su aparato digestivo estaba muy dañado. Seis meses después de nacer, con sus seis respectivas operaciones (prácticamente una por cada mes de vida), los médicos informaban de que la única manera de arreglar el daño que sufría el aparato digestivo de Sara era un trasplante multiorgánico y que precisaban ser trasladados al hospital madrileño de la Paz. A la incertidumbre y al miedo pasados esos seis meses, se unía el traslado a Madrid, con la separación que ello conllevaba del resto de la familia, y sin saber por cuánto tiempo.
Transcurrieron cinco largos meses en el hospital, hasta que la situación de Sara se estabilizó y los médicos consideraron que por fin podía irse a casa y esperar en Pamplona la llegada del trasplante.
Coincidió que durante el tiempo que permanecieron en Madrid, yo me encontraba trabajando allí y tuve la suerte de poder acompañarlos y compartir muchos de esos momentos. En ese tiempo me sorprendió la serenidad y la dedicación que continuamente veía en María, en Juandi o en la tía Rosa, que no dudó en dejar todo y marcharse a Madrid durante toda la estancia allí.
Al trasladarla a Pamplona, por fin podría ver su casa, dormir en su cuna, jugar con su hermano mayor Javier, al que apenas conocía… Pero qué miedo sacarla del hospital, las posibles complicaciones… y todo con la vista puesta en un futuro trasplante multiorgánico muy complicado.
Los meses transcurrieron sin poder hacer grandes planes y sin separarse del teléfono las 24 horas del día. Sarita se ha pasado 20 horas al día conectada a una máquina, con la que se alimentaba. Hasta que año y medio más tarde, el 13 de diciembre de 2011, llegó la noticia de un donante compatible, como un regalo de Navidad anticipado. Los nervios se mezclaron con la alegría de algo tan esperado, con estar otra vez la familia separada, pero sobre todo, con el miedo al peligro que conlleva un trasplante de este tipo. Inmediatamente, los teléfonos, los mensajes y las redes sociales se pusieron a trabajar. Cientos de personas rezamos para que durante esa larga noche la Virgen acompañase al equipo médico y diese fuerzas a Sara y a sus padres.
La operación del trasplante fue un rotundo éxito, pero ahora llegaba la hora de la verdad; el cómo respondían y aprendían a funcionar esos órganos en el cuerpo de Sara. Estábamos concienciados de que sería un proceso lento y largo, en el que un día se podía avanzar y los dos siguientes retroceder…
Y así fue, incluso hubo momentos en los que no había ni progresos ni retrocesos y no se veía el fin. ¡No creo que haya muchas familias en las que las conversaciones sobre las cacas y la comida de un niño se hayan comentado y celebrado tanto!
Pero el final siempre llega y el Señor nunca había abandonado a Sara, así que casi cinco meses después, en abril de este año, volvían a Pamplona… y ahora, ¡con un miembro más en la familia!… Porque durante la espera del trasplante sucedió que María volvió a esperar un niño, y se fue embarazada de siete meses a Madrid y dio a luz allí, en el mismo hospital de la Paz, a una preciosa niña a la que han llamado Julia y de la que soy la orgullosa madrina.
La historia de Sara no acaba aquí, todavía quedan muchos aspectos médicos que tienen que ir evolucionando, como la recuperación de sus defensas. Otros solucionándose, como la eliminación total de la alimentación que le suministran vía parenteral, pero todo indica que lo peor ya ha pasado… ¡¡que no ha sido poco!!
El caso es que durante todo este tiempo, jamás he oído a mis cuñados caer en la queja, en el victimismo, en el “porqué a nosotros”, en el “cómo es posible que el Señor nos envíe esta prueba”…
Al contrario de lo que pudiera esperarse, lo que he visto han sido muchas sonrisas, mucho agradecimiento a todo el que se ha acercado a preguntar por Sara (¡incluso sin conocerles de antes!) y han rezado por ella, he visto mucha paciencia y sobre todo, mucha confianza en el Señor.
En los momentos más críticos de Sara, ellos han sido capaces de vivir cada día de su hija como un regalo inmenso, sabiendo que nada estaba en sus manos, ni siquiera en las de los médicos.
Y me parece algo tan extraordinario, que se ha convertido en el testimonio de fe más cercano y fuerte que he tenido la suerte de compartir.
Y sé que no sólo me ha marcado a mí, sino a todos los que les conocemos, bien del entorno familiar, bien amistades o simples conocidos, porque nadie se ha quedado sin comentárnoslo, sin decirnos que alrededor de esta familia… hay algo especial. Muchos no saben de qué se trata, y se sienten atraídos como las moscas a la miel, queriendo para sus vidas una pizca de esa entereza y de esas sonrisas.
Otros, como yo, sí que sabemos la respuesta: Dios está presente en medio de esta familia, dando fuerza, alegría y amor en situaciones que parecen insuperables.
Gracias María y Juan Diego, por enseñarme a Dios.