Abelardo y el pastorcillo

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Cristo crucificado de san Juan de la Cruz
Cristo crucificado de san Juan de la Cruz

Cuando conocí a Abelardo me dije: «He ahí un enamorado del Señor, cogido de la mano de la Virgen María, su madre, —de Jesucristo y de Abe—». La mirada confiada y alegre de un niño entusiasta abatió mis recelos y me dije: «No te alejes de la senda por donde este hombre sigue a Dios». Sentí la impresión de que me encontraba ante un hijo del evangelio, con la humildad y sencillez de un niño, y el entusiasmo esforzado de un apóstol de Cristo y que, cual caballero cruzado, llevaba escrito en el escudo el lema de sus amores: «¿A quién debo yo llamar Vida Mía sino a ti, Virgen María?»

Más tarde observé que, estuviera donde estuviera, Abelardo, —Abe para los íntimos— en medio de Madrid, o de visita en un Carmelo, o dando tandas de ejercicios, o dirigiendo a sus cruzados, o escribiendo sus «Aguas vivas», lo imaginaba siempre ascendiendo por sendas encrespadas de su amada sierra de Gredos, siempre hacia arriba, y siempre animando, en empeño apasionado, a jóvenes y niños. Sí, es admirable la belleza de las cumbres, las nieves virginales y los azules tornasolados de las aguas de ibones y hontanares de frescura codiciable, y él, infatigable, señalaba siempre hacia lo alto. Claro que la belleza de la creación es un presagio de la belleza del Creador. Iniciaba canciones, proclamaba alabanzas entusiastas, pero cuando se metía en los silencios de la mística campamental, alguna vez se le escapaban suspiros, como si oyera voces y misterios que venían como ráfagas en el viento.

Al fin pudimos entrever algo de su fogoso ímpetu. En un rellano en sombra, nos comenzó a balbucir, «es que arriba se encuentra un pastorcillo en soledad, que está penando, ha venido de lejos y estas tierras le son extrañas, que dicen que está enamorado de una pastora que no le hace ni caso. Por todo ello tiene el corazón muy lastimado». Y emocionado añadió: «Quiero llegar a él y consolarle». Y continuó diciéndonos: «Hace poco me pareció oír su voz, e incluso que me decía cosas paradójicas». «Abelardo, para llegar a mí, tienes que subir bajando, cuanto más abajo te encuentres, más cerca de mí te encontrarás. ¿Quieres verme? Ven por lo oscuro, deja el camino luminoso, atraviesa la espesura de las negras nubes bajas, y aunque te veas perdido y, más aún, todos los tuyos así te vean, sigue por la senda oculta y escondida de la fe. Detrás de las nubes bajas estoy con los brazos abiertos esperándote. ¿Quieres hablar conmigo? Guarda silencio, no digas nada hasta que un día escuches mi voz». Como en tantas ocasiones, continuamos la senda hacia las cumbres.

Pero un día, avanzado el camino también de su madurez y de su vida, en otro rellano en sombra, cielo azul y cumbres recortadas, nos miró con ternura de maestro y padre, tomó la guitarra y nos cantó la historia del pastorcillo y de sus amores tal como se lo había contado un amigo de su alma, el mejor conocedor de los amores del pastor. En apariencia nada presagiaba ni permitía adivinar nubes de tormenta. Su voz se puso solemne como si sintiera que había llegado el momento de la despedida. «Tengo que esconderme en mí mismo, nos dijo. Mi Señor ha aceptado los dones que él me dio un día: “mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad. Todo mi haber y poseer, vos me lo disteis y a vos, Señor, lo torno”. Me veréis, pero yo no os veré, sin embargo, no creáis que ando perdido, que salí tras mis amores y fui encontrado».

Yo creo que fue su testamento. Gredos, sí, Gredos, su blancura y sus azules prístinos y virginales, sí la maravilla de la creación, nos decía, pero eso solo es el escenario perfecto, el lugar ameno que os llevará al amor de correspondencia, al inmenso amor del pastorcillo que tiene el pecho muy lastimado. Y cantó con voz vibrante y conmovida, antes de entrar en oscuros nubarrones a cuyo extremo sabía que le esperaba su pastor.

1. Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.
2. No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido;
mas llora por pensar que está olvidado.
3. Que solo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.
4. Y dice el pastorcito: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia,
y el pecho por su amor muy lastimado!
5. Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado

(San Juan de la Cruz)

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