La grandeza de una persona se puede manifestar
en los grandes momentos,
pero se forma en los instantes cotidianos.
—Phillips Brooks—
La vida del italiano don Bosco, san Juan Bosco (1815-1888), está llena de anécdotas variopintas como corresponde a una vida tan peculiar como fue la del «apóstol de la juventud».
Cuentan que, cuando ya era mayor, en marzo de 1883, con 68 años y bastante envejecido, llegó a París, donde permanecería tres semanas. Pidió alojamiento en la casa parroquial de una importante iglesia de la ciudad. Y, por las razones que fuesen, lo enviaron a una buhardilla del sexto piso. Años después, cuando se abrió el proceso de beatificación, llamaron a declarar como testigos a las personas que le habían tratado o conocido, y una de estas fue el párroco de la iglesia de París que lo había mandado a la buhardilla. Cuando el buen párroco se enteró que había alojado en la casa parroquial a un futuro santo, exclamó compungido:
—Si hubiera sabido que se trataba de un santo, no lo habría enviado al sexto piso.
Siempre ha ocurrido, ocurre y ocurrirá: nuestros ojos cegados por la luz del día a día, no aciertan a ver más de lo que ven. Tenemos entre nosotros personas, hechos y acontecimientos extraordinarios, pero… no los vemos.
Ocurrió con Jesucristo, ocurrió con la Virgen, personas normales entre sus contemporáneos; ocurrió con D. Bosco y ocurre con tantas personas extraordinarias que conviven con nosotros; con las cuales trabajamos, sufrimos y nos divertimos sin percatarnos de su singularidad.
¿Dónde están los santos hoy? Entre nosotros, y no escondidos precisamente, lo que ocurre es que hay que tener los ojos limpios para poder verlos, pero una especie de «cataratas» nos impide percibirlos, aunque estén a nuestro lado.
Fantaseamos con la perfección y nos evadimos de la realidad, pero lo cierto es que las cosas de Dios son muy sencillas, asequibles e imitables. Así lo describe José Mª Pemán en El divino impaciente:
Es buen estilo de empresas
providentes y divinas
este de sacar las grandes
cosas de apariencias chicas.
De un huevo nace la garza
y el árbol de una semilla.
De un portal y un pesebre
la redención y la vida.
Nos resulta difícil imaginarnos a un santo con corbata, con uniforme militar o con mono de trabajo. Pero existen; están entre nosotros. Lo que tenemos que hacer es formarnos hasta conseguir alcanzar profundidad de vista, para que cuando nos crucemos con personas extraordinarias, de fuerte vida interior, no las mandemos al sexto piso.