Amigos del buen ladrón

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El buen ladrón
El buen ladrón. Michel Laude (1995). Iglesia de Notre Dame de la Nativité de Bercy (París)

Os propongo que vivamos juntos esta Semana Santa, desde los ojos y oídos de san Dimas, el buen ladrón, para recorrer con él los diez hitos de su itinerario de conversión. ¿Cuáles son?

Estar con Jesús. Este primer Viernes Santo de la historia, Dimas, aunque todavía lo insulta, camina con Jesús. La chispa en la mecha sólo salta al contacto con la cerilla. La conversión es una combustión.

Estar como Jesús. Al llegar al Calvario, es crucificado como Jesús. Comparte con él la cruz, los desprecios, el abandono… ¡Jesús asume nuestras cruces y las llena de sentido!

Mirar a Jesús. Dimas, elevado sobre la tierra, lee el cartel que preside la cruz de su compañero: Jesús Nazareno, rey de los judíos. Desciende la mirada y contempla, conmovido, la serenidad regia de su vecino ajusticiado.

Escuchar a Jesús. Ahora son las palabras del Nazareno las que taladran sus oídos hasta el alma: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Las escucha dirigidas también a él!

Contemplar a María. Baja más la mirada y observa que junto a la cruz de Jesús estaba su madre, y oye que dice a María: «Ahí tienes a tu hijo». Dimas mira de nuevo a la mujer, y no sabe cómo, ya no se siente huérfano.

Reconocer la propia culpa. El «buen» ladrón descubre la suprema inocencia de Jesús y, en contraste, percibe su propia culpa: Nosotros, en verdad, estamos condenados justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos.

Buscar la salvación del compañero. Intenta que también Gestas, el mal ladrón, reconozca su culpa, cambie de actitud y se abra a Jesús. ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena?

Dar la cara por Jesús. Y se atreve a declarar la inocencia del Condenado: Este no ha hecho nada malo, aunque ello le atraiga las burlas de cuantos le contemplan. Ya no le importa: su corazón y su lengua están vueltos hacia este rey singular.

Pedir a Jesús. Y, en un alarde de confianza, le llama por su nombre y le pide: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. ¡Es su profesión de fe, en la hora undécima! Nunca es demasiado tarde.

Acoger la promesa de Jesús. La respuesta del Rey entronizado sobre la cruz es sorprendente: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso. ¡El ladrón ha robado el cielo!


La historia se repite hoy: dos hombres están con Jesús y como Jesús. Gestas —y con él media humanidad— vive y muere en el sinsentido, sin reconocer su culpa, sin esperanza, sin mirar ni escuchar a Jesús. Es el hombre del «sin».

Dimas, en cambio, completa el camino escandaloso de la conversión por la misericordia. Es el primer canonizado, y por Jesús mismo. ¡Un ladrón estrena el Paraíso! Es el hombre del «con», ¡Hoy estarás «conmigo»!

El buen ladrón nos impulsa a recorrer en primera persona y como Movimiento cada paso de su itinerario de conversión. Nos enseña a subir bajando la cumbre de la humildad; a presentar a Jesús nuestras manos vacías; a volvernos testigos de la misericordia, transmitiéndosela a nuestros compañeros, los nuevos crucificados de hoy. Dimas apenas tuvo unas horas para propagar este fuego. Nosotros nos hacemos de su «banda» y le acogemos como nuestro amigo, adalid y guía, con la misión de propagar la chispa de la misericordia desprendida del Crucificado.

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