Ama ahora mientras vivas, ya que muerto no lo podrás lograr
William Shakespeare
Estaba acompañando a un amigo en el tanatorio por el fallecimiento de un familiar, cuando se nos acercó un conocido de mi amigo. El conocido, que por lo que me dijeron después, era un tanto fantoche, cabeza loca, superficial, materialista y sin ningún sentido de trascendencia.
El difunto familiar de mi amigo, con su trabajo y habilidad, había logrado una cierta fortuna y, por eso, el visitante le preguntó a mi amigo:
—Vaya, lo siento. ¿Cuánto dejó?
—¿Que cuánto dejó? —respondió mi amigo entre molesto e irónico—. Todo, lo dejó todo.
Qué distinta es la percepción de nuestra vida, cuando sabemos qué es lo verdaderamente importante para nosotros y, consecuentemente, actuamos para ser y hacer eso a lo que aspiramos, dando los pasos adecuados en la dirección correcta.
Vivir desorientado, atrapado por el frenesís de la actividad, es, por poner un ejemplo, como trabajar intensamente trepando por la escalera del éxito y descubrir, al final, que está apoyada en un destino equivocado. Y es que, si la escalera no está apoyada en la pared adecuada, por muchos y rápidos escalones que subamos, lo único que conseguiremos es llegar antes al lugar erróneo.
Joseph Addison, escritor y político británico (1672-1719), escribió: «Cuando contemplo las tumbas de los grandes, desaparece de mí cualquier tipo de envidia; cuando leo los epitafios de las mujeres hermosas, desaparece todo deseo encendido; cuando veo el pesar de los padres ante la lápida de un hijo, mi corazón se llena de compasión; […]. Cuando leo las fechas de las tumbas, de alguien que murió ayer, y de otro que murió hace seiscientos años, pienso en el gran día en el que todos seremos contemporáneos y realizaremos juntos nuestra aparición».
Desde esa perspectiva, es posible que la fama, el éxito o el dinero ni siquiera formen parte de la pared correcta, y, por eso, es más sabio luchar para que cuando nos llegue el momento de la partida definitiva, podamos dejarlo todo, pero con el sentido que le da el gaditano José María Pemán y Pemartín (1897-1981) en su poesía La sementera:
Y al fin, rendido, quisiera
poder decir cuando muera:
«Señor, yo no traigo nada
de cuanto tu amor me diera;
¡todo lo dejé en la arada
en tiempos de sementera!
Allí sembré mis ardores
vuelve tus ojos allí,
que allí he dejado unas flores
de consejos y de amores…
¡ellas te hablarán de mí!»