Sé, con certeza plena, que el mundo socioeconómico en que vivimos es antihumano y, en este sentido, injusto. El beneficio es la medida de valor supremo para cualquier transacción, sin tener en cuenta la realidad de la persona humana a la que todo debe estar orientado. La economía de mercado es una productora despiadada de descartados. Esa realidad es lo que queráis, pero no cristiana. Cristo brilla por su ausencia. Si Roma se basó en una economía esclavista, la de nuestro tiempo, aunque hábilmente camuflada, lo es mucho más. Las leyes lo amparan y el único delito es infringir la ley.
Hoy os ofrezco un texto para vuestra reflexión. ¿Os imagináis un mundo en el que el grado máximo de la justicia fuera la misericordia? Esto ocurre en Dios.
El fragmento pertenece a la escena tercera del acto primero de «La anunciación a María», de Paul Claudel, obra dramática ambientada en las postrimerías del siglo XIII, en la que se afronta, como tema central, la naturaleza del verdadero amor: el que Cristo nos enseña.
El tema del drama no guarda relación directa con el misterio de la Anunciación del Ángel a María. En el fragmento elegido, el viejo propietario Anne Vercors y su futuro yerno y heredero Jacques Hury, contraponen su concepción de la justicia. La trama es muy sencilla. Jacques ha detenido a un miembro de la familia Chevoque, cuando intentaba cortar unos chopos blancos de la finca de Anne Vercors para calentar su hogar. Jacques echa mano de la ley que le ampara. No hay duda de que el trabajador ha actuado como un ladronzuelo. ¿Por qué ha de rehusar el derecho que le ampara? No duda Jacques en argüir un juicio temerario. No roban la leña por necesidad, sino para hacer daño y, lo que es peor, por afán de poder gloriarse ante sus compañeros de aventuras temerarias que ningún otro se atrevería a realizar. En consecuencia, aplicar un castigo cruel y ejemplar: el látigo.
Anne Vercors no se deja engañar por el yerno. Nunca más leyes del talión: la caridad y la misericordia abren una nueva vía a la convivencia y a la justicia. El único delito que ve es que su trabajador no le ha pedido la leña. Ha aprendido que frente al rigor de la justicia debe sobresalir la caridad y, por encima de todo, la misericordia. Esta es una de las claves de la buena nueva del Evangelio.
Jacques Hury.- ¡Como lo oís! ¡Esta vez lo he pillado con las manos en la masa, con la podadera en la mano! Llegué muy silencioso por detrás y, de golpe, ¡zas!, me abalancé sobre él cuan largo soy. Con toda mi rabia, como se echa uno sobre la liebre encamada cuando la cosecha. ¡Veinte jóvenes chopos amontonados junto a él, los que vos tanto cuidabais! (…) ¡La leña que necesita es el mango de mi látigo!…
Anne Vercors.- Lo sé, pero… Seamos injustos en pequeñas cosas, para que Dios sea muy injusto conmigo.
Cada vez que me cruzo con los marginados del mundo entiendo el Cristo Juez de Miguel Ángel en el juicio final.