Nuestra actitud hacia la vida determina la actitud de la vida hacia nosotros.
—John N. Mitchell—
Dos hermanas —es una historia— habitan en una pequeña aldea; la mayor vive descontenta con su destino y se pasa la vida suspirando por ir a la gran ciudad donde, piensa, podrá realizar sus sueños de mujer liberada y moderna; la menor, joven sonriente, se pasa el día trabajando y siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesite.
Un día, llega un viajero a pasar unos días en la aldea y entabla amistad con las dos hermanas. Cuando se va a marchar la hermana mayor se sincera con él:
—Deseo liberarme y liberar a mi hermana. Salir de aquí. Ir a la ciudad para ser una mujer moderna. La aldea me hastía, me muero de aburrimiento.
El viajero, que en los pocos días que ha pasado en el pueblo, ha tenido tiempo suficiente para conocer la forma de ser de las dos hermanas, le responde acertadamente:
—Por lo que he observado, estimo que su hermana no se aburre aquí; usted, en cambio, se aburre aquí y se aburrirá en la ciudad porque lleva el aburrimiento consigo.
Hay muchas personas que viven como asomadas al exterior y siempre andan buscando culpables —en las cosas o en los acontecimientos— de las desgracias en que ellas viven; no caen en la cuenta de que lo primero es educarnos a nosotros mismos en el arte de saber vivir en positivo hasta lograr que, en el mundo, nada nos robe la dicha y el contentamiento.
Nuestra mente es como un poderoso control de mandos que dirige nuestra vida. Un ejemplo: nace un día gris otoñal que, por su luz especial, nos puede parecer precioso o, por el contrario, lo vemos como un día tristón y apagado por falta de sol, depende de nuestro pensamiento.
La clave está en aprender a educar nuestro interior para que las emociones que generemos sean positivas —mayoritariamente—, lo cual nos permitirá gozar de una buena salud física y mental, aunque las circunstancias que nos rodeen no sean muy luminosas.
Decía Bertrand Russel: «Carecer de las cosas que uno desea es condición indispensable para la felicidad». Todos conocemos gente que es feliz con muy poco, y sabemos de personas desgraciadas —pese a tener mucho— porque el vecino tiene más. No es la fortuna, no son las circunstancias, no es el poseer más o menos bienes materiales, no es el príncipe azul que viene de lejos cargado de dones, sino la disposición del corazón lo que hace a las dos hermanas diferentes.