El que no tiene el coraje suficiente para tomar riesgos, no conseguirá nada en la vida.
Muhammad Ali
Hay una carcoma que todos llevamos dentro y que vamos desarrollando sin darnos cuenta con el paso de los años: la innata tendencia a acomodarnos.
Detroit Pistons es un equipo profesional de baloncesto de los Estados Unidos con sede en Detroit, Míchigan, doble campeón de la NBA a finales de los 80. Chuck Daly, el entrenador, contaba cómo animaba constantemente a sus jugadores a trabajar sin fin en busca de la excelencia, huyendo de la acomodación. Cuenta que, en cierta ocasión, Isaiah Thomas, el base titular, que estaba en un excelente estado de forma gracias a un intensivo programa de tiro a canasta, lo llamó por teléfono: «Entrenador, mañana tengo que asistir a la boda de un familiar, por lo que regresaré tarde a la ciudad. Necesito que abráis el pabellón a la una de la madrugada para completar el cupo de lanzamientos de esta semana».
Por supuesto que todos los extremos suelen ser malos, no se trata de neurotizarse, pero para lograr lo máximo hay que despertar un vivo deseo de trabajar para que el avance no pare. Y ¡cuidado! que, llegando a la cumbre puede aparecer la paradoja de que el primer paso para aparcarnos en el acomodamiento —ese enemigo acérrimo del desarrollo personal y profesional— sea, precisamente, el éxito.
Por eso es fundamental seguir proponiéndonos metas, porque el estímulo motivador de conseguir lo que buscamos cesa automáticamente cuando hemos logrado el objetivo; de ahí que debamos renovar los propósitos para que el proceso no se detenga. Hay que tener mucho cuidado, porque el acomodamiento es un ladino peligro, una carcoma agradable a la que no se ve venir, pero que acaba desarmándonos.
Si queremos continuar en el progreso personal para dar lo mejor de nosotros mismos, no podemos detenernos; las remontadas solo se consiguen moviéndose hacia adelante. Si nos paramos nos quedaremos atrás: es ley de vida.
A los grandes campeones deportivos, hombres de empresas, investigadores y a todas las personas que hacen lo propio en todas las facetas de la vida, los guía siempre un constante deseo de mejora, porque la mejora de nuestras capacidades es una motivación permanente, y podría decirse que el afán de mejora es uno de los motores del progreso de la humanidad.
Cuando lleguen los momentos de descansar, hay que hacerlo racionalmente para que el descanso cumpla su objetivo: recuperar fuerzas, pero sin que nos lleve a la relajación, al acomodamiento.