Por Jesús Campos-Santiago, Instituto Español de Misiones Extranjeras
Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral misionera (ChV 240).
Con esta expresión del «ahora de Dios» destacamos, la siempre juventud, novedad y actualidad de la Iglesia y el encargo que le da sentido a su ser en el seno de la humanidad: anunciar el Evangelio de Jesús como buena noticia. Este empeño nos hace caer en la cuenta de la importancia de aquel axioma de 1674 que nos llegó desde la Iglesia reformada de la pluma del pastor Jodocus van Lodestein en su obra Contemplación de Sion: «Ecclesia reformata semper reformanda» (Iglesia reformada siempre reformándose). Este principio, utilizado ya por el propio san Agustín y rehabilitado en tiempos recientes por K. Barth (1947) fue de igual modo transmitido por la doctrina conciliar del Vaticano II en LG 8, como un deseo de cambio constante y fiel desde y hacia el Evangelio.
Ello nos lleva a tomar conciencia hoy en día de una lectura actualizada de la imagen narrativa en la parábola de Jesús acerca del reino de los cielos como un banquete al que los invitados han de corresponder de modo adecuado con su presencia (Mt 22,11-12). Hoy seguimos en cruces y caminos y somos convidados a participar en el banquete. Hemos de despojarnos de nuestros «delantales y ropas de peregrinos» y dejarnos revestir para la fiesta, algo más acorde y adecuado para el evento. Si queremos entrar, y participar de la alegría compartida de sabernos invitados, hemos de hacerlo de otro modo al acostumbrado hasta ahora.
1. DE LA PARÁBOLA A LA VIDA
Alguien que había realizado el camino de Santiago, relató la experiencia de la colina. Es el lugar idóneo para detenerse y mirar en derredor, para darse cuenta del camino pisado ya y de igual modo otear en el horizonte, el camino aún por estrenar.
La vida es un poco así, hay momentos en los que uno se detiene un instante y revisa el pasado de modo agradecido y satisfecho. Lo que tenemos detrás de nosotros nos pertenece como realizado y aprendido. También lo que tenemos ante nosotros nos pertenece de igual manera pero de modo diferente, como ideal, una realidad ilusionante y feliz.
En esta parábola nos encontramos todos, unos antes y otros más tarde, pero todos en definitiva pasamos por esas colinas que nos confortan (pasado), reorientan (presente) y estimulan (futuro). Todos hemos sido, somos y seremos. El camino nos vincula en momentos diferentes y nos lleva paso a paso desde un origen a una meta.
Reconocer esto, permite acogernos entre generaciones como peregrinos en el largo camino de la vida. ¿Cómo hacer partícipes de las cualidades del camino a quienes lo recorren tras nosotros, sin hacerles merma de su protagonismo legítimo en ese deseo por estrenar cada acontecimiento como suyo? Dicho de otro modo, ¿cómo nos podemos ayudar, adultos y jóvenes, a recorrerlo sin menoscabo, (especialmente en la juventud) de nuestras aspiraciones prometeicas y genuinas, tanto del experimentado como del ilusionado y ambos soñadores?
Discípulos ya bregados y también los discípulos que se inician rodeados de futuro e ilusiones. Escuchar, primerear, esperar, entrar, ver, creer, entender, regresar, anunciar son verbos de notable densidad en el sentido que pretendemos (Jn 20,1-9).
No podemos simplemente asumir con los brazos cruzados unos datos ofrecidos por estadísticas, encuestas y sociología. Reconociendo esta fractura social en el eslabón de la fe, no podemos ampararnos ni justificarnos en esta evidencia. Estamos llamados a superarla. Recuperar el «hoy de Dios» supone desenterrar la dinámica misionera como entraña eclesial, como vocación inevitable.
En la exhortación Evangelii gaudium encontramos la actualidad de Dios en la vida contemporánea y las prioridades que es preciso adoptar en el campo de la evangelización (EG 223). Dejarnos de dinámicas de entretenimiento para los jóvenes y considerarlos como auténtico «lugar teológico» en los cruces, caminos y también en la fiesta del banquete de bodas. En todos los escenarios, tenerlos por protagonistas que, con cercanía, se sienten responsables de un antes más nuevo que el de los mayores, y de un después que los sucede.
El convencimiento de fondo es que juventud no es solo sinónimo de futuro, sino, y sobre todo, de un presente actual. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que sea mañana, hemos de comenzar hoy mismo. Simplemente, esperar a mañana quizá sería ya muy tarde. La urgencia de este principio nos hace ser y esperar de un determinado modo, atentos a los signos que nos marca el tiempo y en el que descubrimos la presencia y el compromiso de Dios desde una espiritualidad misionera donde los jóvenes sean prioridad.
2. EL «HOY» ES UNA ACTITUD MISIONERA
La historia de cada cristiano misionero no comienza en cada uno, sino en Dios; ese es el punto de partida de la vocación misionera que nos libra de todo orgullo. No somos nosotros, sino él (Jn 15,9). Nos tenemos que convencer de que no hay fertilidad pastoral sin encuentro profundo con Jesús. El misionero vive siempre en situación de frontera, porque la misión es siempre dinámica y sus contornos definen nuestra espiritualidad (vida). Hemos de aprender a aceptar la impotencia y disfrutar pacientemente de la presencia. Misionero hoy no es solo el que hace, es sobre todo el que está, el que permanece. Misterio de la espera y del encuentro. Vivir en las esperanzas del mundo (a menudo ya no cristiano) en actitud de escucha, pero con esa capacidad de descubrir la presencia de Dios en los demás: encuentro y atención al otro.
Evangelizar es presentar con palabras y gestos el sueño de Jesús (experiencia de Dios que es amor) y, de esta forma, presentar el gozo y la esperanza como signos de horizonte, de futuro, escritos a ritmo de bienaventuranza. La espiritualidad misionera es un camino para encontrarnos y compartir la suerte de los débiles, el proyecto de Dios para ellos también. La espiritualidad misionera es profecía, que nos hace caminar por sendas nuevas. ¿Hay un proyecto más joven que este?
3. EL «AHORA» CON BRÚJULA (GPS) MISIONERA
La fuente de la misión es la vida trinitaria. No es una actividad, sino una manera de entender su proyecto. Comunidad de relaciones marcada por una unión que genera vida y no está encerrada en sí misma, sino que sale de sí, se da a conocer, se comunica. La persona es expresión del amor creativo y creador de Dios. La generación marca solo un antes y un después de lo que debiera ser una comunión.
El horizonte de la misión es el reino, no la Iglesia. Es que llegue a plenitud la semilla que Dios ha puesto en cada cultura, pueblo y persona. Es la humanidad donde Dios está, donde Dios nos habla. Los signos del reino no son unívocos; Dios actúa en la complejidad de la realidad. La Iglesia está llamada a ser signo e instrumento del reino. Trabajar en la comunión de intentos con personas diferentes y diversas, buscando comunión, incluso en lo aparentemente antagónico, es un imperativo misional.
El protagonista de la misión es el Espíritu. Reconocer su presencia nos lleva a realizar un constante discernimiento, nos rompe los esquemas, nos sorprende. Una capacidad del Espíritu es la humildad que lleva a la conversión, volver la mirada a Dios para saber ver desde el corazón de Dios. Vivir desde la resurrección de Cristo y la presencia del Espíritu Santo, esto es, llamada a la vida y al anuncio. Nos liberará siempre de protagonismos adolescentes o paternalismos y traslucirá de veras la comunidad.
Los jóvenes y quienes estamos con ellos, hemos de tener muy claras diversas actitudes de Jesús que orientan nuestras vidas y testimonios:
1. Jesús salió siempre al encuentro. No hay que tener miedo.
2. Jesús cambió poco su entorno, pero sus signos indicaron que hay otro modo de hacer las cosas. No lo podemos hacer todo, pero sí intentar algo.
3. La universalidad es para todos sin excepción, rompe la lógica de la exclusión. No es un club de selectos y perfectos.
4. En la cruz experimentó el fracaso de su empeño y el abandono de Dios, por eso la resurrección es el SÍ de Dios. La vida auténtica se construye desde abajo. La misión se desarrolla, la mayor parte de las veces, en la debilidad y el conflicto, consecuencia de vivir al estilo de Jesús. No todo nos saldrá bien, hemos de aceptar el fracaso que siempre es la materia preferida para que actúe la gracia.
4. EL «HOY» DE LA COMUNIDAD (IGLESIA) CON ENTRAÑA MISIONERA
Estas convicciones, vividas en singular, en la gramática del yo, tú, él, nos llevan al plural festivo, convencido y convincente, que, en definitiva, es lo que constituye el fermento que hará esponjar y crecer la masa. Y para ello nada mejor que cuidar:
—Que la comunidad lo sea de discípulos (no solo maestros) que acogen, celebran y viven la palabra, y que ponen en el centro a Jesús. Así el anuncio será fresco, nítido, misionero. La celebración siempre estimulante. La vida una diaconía.
—Que la comunidad sea profecía que lee y afronta la realidad desde el sueño de Dios, donde la libertad y la profundidad del sentir de Dios nos hacen ser ciudadanos del cielo con los pies en la tierra.
—Que el mundo no nos sea ajeno, porque la historia es lugar teológico, acontecimiento de encuentro con Dios. Las categorías de encarnación y pascua dan sentido a una sola historia plural en la que Dios se manifiesta. El ADN de la Iglesia es hacer suya la misión de Jesús. No se puede concebir a Dios al margen de la historia y del mundo. La misión y los jóvenes regalan horizontes a la Iglesia.
5. LA MOCHILA DE ESTE «HOY DE DIOS»
¿No me digáis que este itinerario, este proyecto, no es actual y no atrae a quienes están dispuestos a comerse el mundo (juventud)? A veces da la impresión de que nuestras actitudes son más circenses —domesticar fieras, hacer el payaso o cosas que nadie podrá imitar en el trapecio o en tantas otras atracciones— que eclesiales y evangelizadoras. Por ello propongo que para este camino, nos preparemos así:
Dejarnos evangelizar. Somos personas, seres en diálogo. Ser misionero es dejarse misionar y evangelizar, dejarse inundar del sueño de Dios y hacerlo propio y compartido. Los jóvenes no son objeto de atención, acompañamiento, cuidado y confianza, si no los consideramos, antes que nada, sujetos de la presencia de Dios en la Iglesia y para el mundo.
Entender, descubrir, la experiencia de Dios que reside en el alma del joven y querer sintonizar, desde Jesús, en sus dimensiones nos aleja de extravagancias. Conectar y discernir esta presencia nos lleva a dejarnos insertar en sus vidas.
Asumir el estilo de Jesús. No da fáciles promesas para el éxito pero sí para la felicidad y fraternidad. Aprender juntos de su pobreza, su capacidad para afrontar y superar el fracaso.
Caminar con la humanidad, no de puntillas ni de modo paralelo, sino hacerlo con el convencimiento de que formamos parte de un pueblo. Alimentar nuestra espiritualidad en el caminar con los demás, porque la misión más que un quehacer es un crecer en Dios y en la fraternidad abierta.
Hacer opción por los empobrecidos, opción existencial es una respuesta a los desafíos de la globalización que cada día excluye a más personas de la dignidad. Salir al encuentro de nuevas gentes —a menudo próximos—, acoger a sanos, heridos y malheridos, y hacerlo en actitud de acogida y admiración desde el Evangelio.
6. ANTE EL «HOY»: ¡SOLTAR LASTRE!
En este empeño, tentados, no dejarnos vencer por las tentaciones, para ello el botiquín ha de llevar lo necesario para saber sofocar:
1. Individualismo. Estar acompañados nos ayuda a descubrir nuestros límites y fragilidades. Sentir que el otro es indispensable para mi vida espiritual. La misión es de Dios, por eso hay que estar abierto al Otro, entrar y participar en el sueño de Dios. Él convierte las crisis y fracasos en ocasiones de crecimiento. Hay que pedir y practicar la paciencia, aprender a esperar y no buscar resultados inmediatos.
2. Inmadurez personal. Jóvenes y mayores somos personas en proceso de construcción. Hemos de liberarnos del narcisismo. No olvidar lo que somos y quién nos mueve. No crear más dependencias. El misionero es la persona de la presencia de un Dios que peregrina a nuestro paso. Es preciso dejarse acompañar, unos y otros.
3. Falta de fe. Hay que buscar espacio para la dimensión contemplativa. Evitar el activismo con una actitud mística y crítica, respeto de tiempos, personas… La fe es el mejor antídoto contra fatalismos, derrotismos, pesimismos.
En el deseo de que estas pistas nos ayuden a todos a vestirnos adecuadamente para el banquete al que somos invitados a participar, de que sintamos todos que «ahora es el tiempo propicio, ahora es tiempo de salvación» (2 Cor 6,2). La genética de un cristiano misionero es siempre la juventud de Dios, su novedad, su «ahora».