Contemplamos en el evangelio de la Visitación que María fue aprisa a la montaña y que permaneció tres meses en casa de su pariente Isabel, sin duda en actitud de servicio, entregada a tareas sencillas y humildes. Vemos en ella las claves para reconocer la caridad auténtica, que es el amor puesto a servir:
La urgencia. María fue aprisa a la montaña. El papa Francisco nos habla de la espiritualidad de la urgencia, que brota de la oración y de la docilidad a la voluntad de Dios. En el Evangelio vemos a María siempre atenta para descubrir las necesidades ajenas, y dispuesta a servir para solucionarlas. Cumple lo que dice san Francisco Javier en El divino impaciente: Soy más amigo del viento, Señora, que de la brisa… ¡Y hay que hacer el bien deprisa, que el mal no pierde momento!
La constancia. María permaneció tres meses con Isabel. La perseverancia es un termómetro del amor servicial. El amor no se cansa en su entrega.
La sencillez. Nada nos cuenta el pasaje del tipo de servicio que hizo María durante los tres meses. Pero podemos deducir que no realizó tareas extraordinarias, sino las propias de la casa, para atender a Isabel, que estaba de seis meses en su embarazo. Es «santa María del delantal», que nos enseña a emprender extraordinariamente lo ordinario.
La humildad. María —en la Anunciación y en el Magníficat— se refiere a sí misma como la sierva, más aún, como la esclava del Señor. Y proclama que Dios ha mirado la humildad de su esclava. Lleva en su seno al Hijo del Altísimo, que se ha hecho bajísimo, y ella le sigue en este camino del subir bajando. María se olvida de sí misma: servir desde la humildad conlleva entregarse a fondo perdido, sin esperar recompensa.
La alegría. María, al reconocerse mirada por Dios, su Salvador, se llena de alegría, hasta tal punto que se vuelve en manantial de gozo, como lo fue para Juan, que saltó de alegría en el seno de Isabel. María es experta en servir con alegría
Y, en definitiva, María vive en actitud de servicio. Sigue así a su Hijo, que no vino a ser servido, sino a servir.
Veinte siglos después, María, siempre en actitud de servicio, sigue visitando cada casa que la recibe. Dejemos que entre en las casas de nuestras familias y también en nuestra casa interior. Ella, siempre hacendosa, donde la acogemos nos alcanza el orden, la limpieza, la alegría, la sencillez… Y su visita es contagiosa: nos comunica su actitud de servicio, empezando por las cosas pequeñas y por los más próximos. Contagiados por su ejemplo e impulsados por su ayuda, seguiremos su servicio de amor, y su amor hecho servicio: su amor servicial. Si encarnamos y propagamos esta cultura del servicio que nos regala María, si servimos con prontitud, constancia, sencillez, humildad y alegría, haremos que nuestro mundo sea más humano, más mariano, y más cristiano; cambiaremos nosotros y cambiaremos nuestro mundo.
¡Santa María del delantal: nuestra madre, maestra y modelo, transfórmanos para que encarnemos y contagiemos, como tú, la cultura del servicio!