¿Mínimo vital o vida en abundancia?

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El Sembrador. Ilustración: Fano.
El Sembrador. Ilustración: Fano.

En la última década se ha encontrado vida en los lugares más remotos e inhóspitos de nuestro planeta (en las fosas más profundas del Pacífico, en fuentes termales ácidas o en depósitos sedimentarios de los fondos oceánicos). Suele estar asociada a microorganismos capaces de sobrevivir con un gasto mínimo de energía. Es vida mínima o vida al límite.

Por otra parte, se han descubierto semillas que llevan en dormición centenares o incluso miles de años: no están muertas, pero sus procesos vitales están reducidos a su mínima expresión… Algunas no germinan porque les falta agua o una temperatura adecuada. Pero otras portan un programa de desarrollo que impide su germinación hasta que se aseguren unas condiciones idóneas para la supervivencia de la plántula… Es vida exigua, vida en letargo o vida durmiente.

Pero esto que apreciamos en la vida biológica lo podemos consignar también en la vida biográfica, y no menos en la vida espiritual de muchas personas: vida reducida a la mínima expresión. Pensemos en un buen número de nuestros jóvenes, que viven para los fines de semana, y pasan de lunes a jueves como aletargados. O en quienes viven como adormecidos durante las horas de trabajo o escuela, y parecen activarse solo después delante de una pantalla. O en aquellos que parecen vivir para las vacaciones, y «pasan» el resto del curso como en estado de hibernación (con una implicación mínima en el trabajo, en la familia y en definitiva en la sociedad).

Y lo peor es que, a base de acostumbrarnos a estos mínimos vitales, puede parecernos que son lo normal en la condición humana. Pero no hemos sido creados para llevar una vida ramplona, ni siquiera una vida mediocre, sino para vivir en plenitud, para ser plenamente felices con una vida desbordante.

Jesucristo nos ha alcanzado la vida en abundancia. Nos ha dicho: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», «Yo soy la resurrección y la vida» y «Yo soy el camino, la verdad y la vida». ¡Luego nuestra vida alcanza su plenitud cuando nos unimos a Jesucristo, la Vida! De modo que sin el Señor llevamos una vida anémica, subdesarrollada, somnolienta, mientras que cuando le dejamos vivir en nosotros experimentamos la vida en abundancia.

Veamos algunas aplicaciones prácticas para vivir en plenitud.

Poner más vida en nuestra vida: la presencia de Cristo en nosotros nos hace más alegres, más comprometidos y más entregados. Tenemos que demostrárselo a cuantos nos rodean, y así muchos, al vernos, ansiarán también esta vida plena.

Dar la vida. La vida es para entregarla. Y para entregarla por Cristo, que nos revela: «el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». Es dar la vida para que otros muchos tengan vida.

El que me come vivirá por mí, nos descubre el Señor. Dejemos que Jesucristo en la Eucaristía sea nuestro alimento, y nos desborde con su vida.

El cuidado de los cuidadores. Lo vemos en la pandemia. Los cuidadores (enfermeros, médicos, etc.) se desviven, pero ¿quién cuida a los cuidadores? Lo mismo ocurre en la vida espiritual: para transmitir vida y custodiar las de otros, necesitamos cuidar la nuestra. El comienzo de curso es un momento idóneo para hacer Ejercicios Espirituales, reavivar la llamada del Señor y llevar así su Vida a tantos sumidos en el mínimo vital.

Que Santa María, madre de la Vida, nos alcance la vida en abundancia y la multiplique en el mundo.

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