Música y misión: recordando a Ennio Morricone

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Fotograma de La Misión
Fotograma de La Misión

Por Equipo Pedagógico Ágora

El cine es un arte de síntesis, que amalgama e integra a todos los demás, siendo los dos más esenciales la imagen y la música. Ya en el cine mudo, la música ayudaba a comprender e interpretar el sentir de un personaje o a reconocer un momento emocionalmente relevante en la narración. La música transmite al espectador la atmósfera sonora, exterior e interior, reforzando emocionalmente la acción que se ofrece en la pantalla.

En ocasiones, es la calidad de la banda sonora la que ha dado su mayor relieve a la película. Un caso representativo es el de Ennio Morricone (Roma, 1928-2020), uno de los más grandes genios de la música cinematográfica. Compuso para más de 400 películas y recibió múltiples premios y galardones.

Morricone, católico practicante, siempre entendió que la fe impregnaba todo en su vida, y de manera especial su música, tanto si su temática era expresamente religiosa como si no. Nos vamos a referir aquí a La misión (1986), dirigida por Roland Joffé y con guion de Robert Bolt. La suya es una de las mejores bandas musicales del cine de todos los tiempos.

La película se basaba de manera un tanto libre en las consecuencias del tratado de Madrid, de 1750, que afectaba a la región de las Misiones Orientales, incluyendo varias reducciones jesuíticas en la margen izquierda del río Uruguay, y que habían de pasar a manos portuguesas. En tanto que en los territorios de Portugal se permitía la esclavización de los indígenas, en los españoles todos los indígenas —en este caso los guaraníes— eran automáticamente súbditos de su majestad y por tanto gozaban de su protección, por lo que no podían ser esclavizados.

La película plantea reflexiones muy interesantes sobre la violencia y la caridad, el pecado y la redención, el remordimiento y el perdón, la fe y la gracia, y también, precisamente, sobre el valor educativo y religioso de la música. Hay un trasfondo político que parte de la explotación esclavista sobre los indígenas, y que quiso ponerse al servicio de una teología de la liberación enfrentada a la jerarquía de la Iglesia; pero la fuerza de la historia y la grandeza espiritual, humanizadora y cultural del «sagrado experimento» de las reducciones jesuíticas hicieron palidecer dicha lectura. El resultado fue una oleada general de admiración y simpatía por la obra misionera de la Iglesia católica.

A ello contribuyó de manera magnífica la música de Morricone, cargada de una espiritualidad arrebatadora, homenaje al mismo tiempo a la virtualidad de la música como instrumento de evangelización en la epopeya misionera. «La música ciertamente está cerca de Dios y, proyectada en el alma, nos acerca a la eternidad», llega a afirmar el compositor.

Es elocuente la secuencia del oboe en la que el padre Gabriel (interpretado por Jeremy Irons), tras el martirio de los primeros misioneros jesuitas en la región, se gana la confianza de los indígenas. La música estará presente en la vida y en la religiosidad de las reducciones. Precisamente, cuando los niños supervivientes a la masacre final escapen en sus canoas, llevarán consigo un instrumento musical, testimonio y símbolo de la fe católica recibida de los misioneros.

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