Cuatro veces en los evangelios se menciona a Jesús como el hijo de José. Así le conocían sus paisanos. Y, de hecho, Jesús debía parecerse a José; no ciertamente en sus rasgos genéticos, pero sí en su porte, en sus gestos, en sus modales. ¡A José y a María!
Recuerdo que cuando de pequeño iba al pueblo en verano, los mayores invariablemente me preguntaban: «¿tú de quién eres?». Y al nombrar a mis padres, cuando los reconocían «del pueblo de toda la vida», ya me acogían como a uno de los suyos.
Algo parecido le ocurriría a Jesús niño cuando recorría las aldeas de la comarca acompañando a José en el reparto de los encargos (el carpintero sería bien conocido, ya que su área de trabajo se extendía por la región). Tendría que escuchar muchas veces la pregunta: «¿tú de quién eres?». Y respondería: «Yo soy de José, el carpintero de Nazaret». Los paisanos asentirían y comentarían entre sí: «Pues sí, se le da un aire». Por ello, más adelante, al ver las maravillas de Jesús, los vecinos volvían a preguntarse: «¿No es este el hijo de José, el carpintero, el de Nazaret?» (cf. Lc 4,22).
Jesús aprendió de José no solo el oficio de carpintero, también sus actitudes y sus valores; más aún: su estilo educativo. José (con María) fue el primer educador de Jesús. Es una tarea grata recorrer el Evangelio buscando descubrir en las palabras y gestos de Jesús el estilo educativo de José.
José educaba desde la sencillez: desde su experiencia y aplicando también cuanto iba ocurriendo al hilo de la vida. En él pensaría Jesús cuando decía: «Un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo». (Mt 13,52). ¡Así hacía José!
José buscaba siempre el bien de Jesús, educaba en un clima de confianza. Jesús se acordaría de su padre cuando atestiguaba: «Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!» (Mt 7,9-11). ¡Esa era precisamente la experiencia de Jesús!
El papa Francisco, en la carta sobre san José —Patris corde—, asegura, además: «Jesús vio la ternura de Dios en José». Y también: «Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)». ¡La ternura y la misericordia, más que aprenderse, se contagian!
Ciertamente, la mejor manera de conocer a san José es intimar con Jesús, porque «el hombre en sus hijos se conoce», como decía fray Luis de León.
¿Y qué nos dice san José como educador, hoy, a nosotros? Como padre virginal, sigue educando hoy a su hijo en el Cuerpo Místico, que es la Iglesia, todos nosotros. ¡Acojámonos a su protección! Y encarnemos así su estilo educativo: eduquemos con el ejemplo más que con las palabras, en clima de confianza, desde la experiencia y al hilo de la vida, contagiando la ternura y la misericordia. Así, cuantos nos vean, reconocerán a Jesús, a José y a María y dirán: «se les da un aire», porque «el hombre en sus hijos se conoce…».