Progenitores o padres: educación

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La fábula de Berthe Morisot
La fábula de Berthe Morisot

Os presento, en este rincón de Saber a mirar, una sorprendente pintura de la francesa Berthe Marie Pauline Morisot (1841-1895). Sin duda su obra se encuadra dentro del movimiento impresionista, junto a las figuras de Manet, Monet, Renoir, y un largo etc.

No os la he seleccionado por el estallido de la luz, expresado en esos trazos sueltos y en esas pinceladas en vértigo. No. Os la he seleccionado porque en este esplendoroso juego expresionista podemos percibir en la mirada reflexiva y llena de inquietud de una madre, la preocupación por el porvenir y la educación de su hija. La niña está a sus pies, entretenida en sus juegos y confiada en la presencia protectora de su madre. La escena está granada de ternura, como el azul del vestido de la madre y la luminosa placidez de un momento del día en el jardín de casa, mientras descansa junto al cubo, en el quehacer diario, en el banco de madera, y su mano derecha saca una tarjeta blanca del monedero abierto sobre su delantal blanco. Es su mirada la que me lleva a su inquietud interior. Físicamente a la niña no le falta nada. Pero la responsabilidad de los padres no termina en las atenciones materiales. La razón de sus derechos sobre cuidado y educación no surgen de la dedicación, esfuerzo y coste gravoso con que atienden natural y gozosamente a la niña. En todo caso sería al revés. Si dedican su vida y hacienda es porque han asumido conscientemente un deber, un deber inherente a la misma naturaleza de la paternidad y de la maternidad. Engendrar puede hacer progenitores, pero solo asumir la educación de los hijos concede el don de la paternidad y de la maternidad.

El ser humano es, en cuanto a su nacimiento, el ser más desvalido de la creación. Cualquier ser vivo en muy poco tiempo va asumiendo la autonomía vital. El instinto lo prepara para afrontar sus necesidades básicas. Lucha para sacar adelante su existencia y ya le basta. En cambio, niña o varón, cada hijo necesita el cuidado y atenciones de los padres para que en el lento proceso de su maduración psico-física vayan adquiriendo las habilidades que les permitan asumir su autonomía y lo que es más importante su libertad. Pero aprender a desenvolverse mecánicamente no es suficiente. La responsabilidad mayor radica en el modelo de ser humano que queremos que sean nuestros hijos. Por poner un ejemplo: tú lo puedes educar para que sea ateniense; pero quizás pretendas hacerlo espartano. No es igual.

Lo primero que ha de estar claro es el modelo de persona. Esta es la cuestión. ¿Quieres hacerlo un triunfador en el trabajo? ¿Quieres que en su vida afectiva haya aprendido a ser dueño de sí mismo, para poder aprender a amar? No preocuparse o renunciar a cumplir este objetivo, es dejar a los hijos incompletos e inacabados. Hijos echados al mundo a medio hacer. ¡Qué horror! Abominable como que el Estado quiera convertirse en el educador de los hijos. Con razón Berta Morisot mira con inquietud el futuro de su hija.

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