¿Qué hacemos aquí?

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«La juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza».

Son palabras de Benedicto XVI escritas en el Mensaje que dirigió a la juventud el 6 de agosto de 2010, fiesta de la Transfiguración, con ocasión de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Por encima de las legítimas aspiraciones que configuran nuestras vidas, estamos necesitados de claves de sentido para nuestra cotidianidad. Testimonio entrañable el del Papa, que nos ofrece su experiencia personal. Con vigor afirma: «no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada».

Esta es y ha sido siempre la cuestión. Dejarse llevar por la corriente o aspirar a «encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza». Quizás ahí se encuentra la peculiaridad del mensaje cristiano en clave de sentido transcendente, remedio de la monotonía y tedio del día a día. La Iglesia no menosprecia el cumplimiento gozoso de todas las responsabilidades del aquí y ahora, sino que las convierte en ofrenda perfecta que cada día hemos de presentar a nuestro Dios y que tiene como paga la vida eterna.

El Gran Teatro del mundo, el auto sacramental de Calderón, fue una clave de sentido hasta hace poco. ¿Hoy ya no sirve? Nuestras vidas no son valiosas por la categoría del puesto que nos encomiendan representar. Sino por hacer bien aquello que se nos ha encomendado. La vida no es un sinsentido sino un teatro. Dice el Autor (Dios) al mundo, al comienzo del auto:

Una comedia sea
la que hoy el cielo en tu teatro vea.
Si soy Autor y si la fiesta es mía,
por fuerza la ha de hacer mi compañía.
Y pues que yo escogí de los primeros
los hombres, y ellos son mis compañeros,
ellos, en el Teatro
del mundo, que contiene partes cuatro,
con estilo oportuno
han de representar. Yo a cada uno
el papel le daré que le convenga,
y porque en fiesta igual su parte tenga
el hermoso aparato
de apariencias, de trajes el ornato,
hoy prevenido quiero
que, alegre, liberal y lisonjero,
fabriques apariencias
que de dudas se pasen a evidencias.
Seremos, yo el Autor, en un instante,
tú el teatro, y el hombre el recitante.

No es habitual encontrar representado a san Roque como lo podéis contemplar en la pintura que os he elegido. Desde luego no fue un peregrino hacia Santiago. Fue un romero. Estaba estudiando medicina en su ciudad natal, Montpellier, cuando recibió de Dios la misión de ir a venerar al Sumo Pontífice a Roma, pero el Papa se encontraba en Aviñón, por causa del cisma. Vendió sus cuantiosos bienes; los distribuyó entre los pobres y se puso en camino para dar cumplimiento al encargo de Dios. El encargo se cumplió, como lo hizo santa Catalina de Siena. Pero lo asombroso fue su viaje de ida y vuelta. La aventura de la caridad, curando a enfermos de peste o de miserias. Contagios y privaciones. Milagros mil. Regreso y soledad. Muerte en prisión, ignorado de todos. El pintor Luis Tristán es discípulo de El Greco. El santo escucha, asintiendo con sus manos y su tenue sonrisa; pero es el joven el que señala con su dedo índice y su rostro apasionado la conclusión. La aventura de la vida, representación en el gran teatro del mundo, concluye en el cielo. Si no, ¿qué hacemos aquí?

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